El origen económico de la Francia decadente

Tags :
Share This :

El pasado 6 de octubre, el Gobierno francés de Sébastien Lecornu exhibió el último bandazo del ejecutivo más inestable de la V República francesa. Por quinta ocasión en el segundo mandato de Emmanuel Macron, el ejecutivo bicéfalo se ha quedado con una sola cabeza al frente, lo que pone de manifiesto lo que ya muchos indican como un problema endémico de la política macronista. Élisabeth Borne, Gabriel Attal, Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu, todos ellos tenían en común una visión de las cuentas públicas cuanto menos laxa. Ninguno de ellos ha querido ser la cabeza de turco que ponga solución a esta situación, lo que paradójicamente les has valido la decapitación política a todos ellos.

Mientras que los sucesivos, y fugaces, presidentes del gobierno galo se van rotando en Matignon, Le Rassemblement National y La France Insoumise han tomado posiciones cada una más desatinada con respecto a la deuda pública. La bancada derecha propone una bajada de impuestos moderada acompañada de una subida también moderada del gasto público, y de forma semejante sus homólogos de izquierdas proponen una subida de impuestos más abrupta y una subida más consecuente del gasto público; ambos remedios son o bien insuficientes o bien peores que la enfermedad.

 En el plano económico, el déficit fiscal sigue en aumento desde hace más de 50 años, alcanzando cifras del 115% del PIB, una situación que ha sufrido un notable empeoramiento desde la crisis del COVID-19. A estos datos poco esperanzadores se les suman tres nuevas bombas fiscales: un gasto militar en aumento desde la apertura del frente ucraniano, una pirámide poblacional decadente y unos tipos de interés poco compatibles con el crecimiento económico. En esta contexto, los intereses de la deuda se posicionan ya como la primera partida del gasto público francés, seguidos por el gasto en pensiones.

 Más allá del trajín político cotidiano que llena periódicos y gacetas, deviene necesario cuestionarse qué atraviesa por las cabezas pensantes que han llevado a la economía francesa a esta situación. Si hurgamos en los postulados de la ortodoxia económica francesa encontramos dos familias de argumentos, en primer lugar, un poskeynesianismo a la francesa que pretende salvar a la economía francesa de un estadio cíclico supuestamente inherente al capitalismo, y en segundo lugar, otros argumentos en la órbita de la escuela de la Teoría Moderna Monetaria (TMM) que defienden que el déficit estatal no tiene mayor importancia puesto que el Estado tiene potestad ilimitada para crear nuevo pasivo que financie el gasto público.

Dos argumentos ex-proposito para la expansión del Estado

 France Stratégie ha publicado recientemente “Pushing on a String: The Resurgence of Keynesian Economics”, un artículodonde se analiza cómo, a razón de eventos como la crisis financiera de 2008, se ha vuelto a poner al Estado en el centro de la discusión sobre el crecimiento económico.  Los keynesianos franceses recogen los postulados clásicos de una economía intervencionista y centralizada, contando como dogma central la función decreciente de la demanda o “la propensión a consumir”, que explica que cuando el ingreso global aumenta, el consumo global crece, pero nunca tanto como el ingreso. Esta “psicología de la comunidad” provocaría que cíclicamente las economías de libre mercado faltasen de demanda agregada en beneficio de unos ahorros, o como ellos los llaman “recursos ociosos”, que desinflarían la economía. Por último, aquí viene el golpe de gracia, el Estado debería ser el encargado de reconducir ese ahorro inerte e inyectarlo en la economía en forma de redistribución de la renta y de obras públicas que por arte de magia encontrarían mejor asignación y rendimiento que la inversión privada. La interpretación de estas mecánicas de índole psicológico fue probablemente uno de los errores más garrafales cometidos en la disciplina económica en el siglo XX. 

 La segunda pata del argumentario se ve reflejada con claridad a través de las declaraciones del conferenciante Pierre Sabatier en una de sus ponencias donde afirma que “el deficit fiscal que vivimos actualmente en Francia no es especialmente preocupante, pero que sí lo podría ser en un futuro (…) además de esto, hay que comprender bien que un Estado solo quiebra si así lo decide, ya que tiene el poder de emitir moneda, un poder monetario que a través del BCE y su política de “whatever it takes” puede asegurar la continuidad del Euro y permite decidir las reglas del juego (poder legislativo y fiscal) para recaudar el ahorro de sus ciudadanos y financiarse; ahorro que, por cierto, ha alcanzado niveles récord”.

Este postulado en contra de la austeridad fiscal, mezcla ideas keynesianas con principios de la TMM. La teoría económica de la TMM tiene origen en la tradición económica chartalista y ha recobrado cierta preponderancia en Francia desde hace unos años. Para la TMM, el dinero no es una mercancía – como el oro o la plata – ni una reserva de valor espontánea creada por el mercado, sino una construcción política y jurídica. El dinero moderno – la moneda fiduciaria – sería un pasivo del Estado emitido por él y aceptado por la sociedad para cancelar obligaciones legales.

Según los partidarios de dicha teoría, los impuestos deberían existir para crear demanda de la moneda y controlar la inflación, no para financiar al gobierno. De este modo, defensores de la TMM no dudan en poner de relieve los límites técnicos de la multiplicación cuantitativa de la moneda – la inflación -, al mismo tiempo que obvian los límites cualitativos que harían perder a la moneda cualquier valor y usabilidad más allá de la de pasivo del Estado.

Esto desencadenaría una inflación descontrolada que provocaría que los agentes buscasen refugio en activos extranjeros o alternativos, debilitando así esa obligación fiscal. Esta teoría económica deviene aun más ineficiente e impracticable en un país como Francia, desde el momento en el que el Banco Central Europeo sigue siendo sobre el papel un ente independiente de los gobiernos nacionales europeos, y que a lo sumo si recibiese injerencias de alguno de los Estados miembros, estas podrían ser contradictorias y por ende neutralizadas entre si.

 Estos dos argumentos, aunque muy diferentes el uno del otro, abogan en última instancia por las mismas soluciones estatistas y laxistas con el déficit fiscal. Algunos recordamos aun las conversaciones que mantuvieron Keynes y el gobierno americano de Roosevelt, que mostraban claros indicios de concomitancia entre los dos y que para muchos sugerían la creación de una teoría económica a la demanda del poder político con el fin de justificar el incremento del gasto público.

La anti-teoría económica

 Según una reciente encuesta realizada por el Partido Socialista francés, el 85% de los franceses abogan por una corrección de las cuentas públicas basada en el aumento de los impuestos a los más ricos – un Tax the Rich pero con acento francés. La realidad que ilustra esta encuesta va más allá de cualquier teoría económica y responde única y exclusivamente a una concatenación de mentiras y manipulaciones impropias de la ciencia económica.

Esta propuesta tiene como principal referente al economista francés Gabriel Zucman y basa su pócima mágica en unas recetas fiscales extra completamente ilusorias de entre 20 y 30 mil millones de euros, lo que solo correspondería al rededor de un 15% del déficit fiscal anual. Este cálculo completamente insuficiente, reposa sobre la creencia de que los ricos franceses son sujetos completamente pasivos y no decidirían huir del sistema fiscal francés – si no lo han hecho ya. Es, en pocas palabras, una solución parcial, falaz e inviable en el marco de una economía ahogada por las ya altísimas tasas impositivas.

París y sus élites ruinosas

 En honor a la realidad debemos exculpar parcialmente a la sociedad francesa de esta situación económica. Una vez más, las élites intelectuales francesas han puesto su cuerpo a la venta – en este caso su cerebro – en pos de la expansión ilimitada del tamaño del Estado; hechos que les sigue valiendo sus cargos y sus salarios. Esto nos aclara, una vez más, que en el tablero de juego político los principios tanto morales como en este caso económicos son siempre un medio y nunca han sido, ni podrán ser, un fin. 

Deja una respuesta