Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) profesó en 1690 como benedictino en el monasterio de San Julián de Samos. A partir de 1709, residió en el colegio benedictino de San Vicente de Oviedo, donde desarrolló toda su actividad filosófica. Contaba ya cincuenta años cuando inició la publicación de numerosos ensayos sobre todo género de materias con el propósito de refutar creencias erróneas o, como él mismo dijo, para desengaño de errores comunes. Se le considera el introductor del género ensayístico en lengua española. Su Teatro crítico Universal y sus Cartas Eruditas y Curiosas, se difundieron muy ampliamente por España y América, y fue traducido al francés, italiano, inglés y alemán.
Sus variados y siempre interesantes ensayos críticos, formulados desde su buen conocimiento del estado de desarrollo de las ciencias, la técnica y la filosofía de su tiempo, recibieron elogios (el Rey Fernando VI, al que agradaban mucho sus obras, le nombró consejero suyo), pero también muchos ataques. Ataques procedentes, tanto desde la siempre atrevida ignorancia de arcaicos y pedantes escolares, enquistados antaño como hoy en muchas cátedras universitarias, como desde posiciones que se pretendían ilustradas. Ataques que terminarían llevándole ante la Inquisición. Y fue, quizá, el pensador hispano más destacado del siglo XVIII, y el que más fama alcanzó en su época en Europa y en América.
La Ilustración española
La historiografía hispana ha apreciado poco la Ilustración española y no le ha concedido apenas juicios favorables. Ortega y Gasset (1883-1955) calificó al siglo XVIII de “vacío paréntesis en la historia española”, quizá porque no surgió en España figura alguna de la altura, no ya de un Kant (1724-1804), un Hume (1711-1776) o un Montesquieu (1689-1755), sino siquiera de la relevancia de un Voltaire. Pero España destacó en ciencias aplicadas (ingeniería), y en las Artes, pues el XVIII español fue el siglo de Bayeu y su escuela y, sobre todo, el siglo del gran genio de Goya (1746-1828). Y, en cuanto a las ciencias, han de mencionarse las obras de Jorge Juan (geógrafo y astrónomo), de Celestino Mutis (botánico) o de los hermanos Delhuyar (los descubridores del wolframio), entre otros.
Pero esa valoración adversa se funda sobre todo en que la Ilustración española fue católica, lo que marca una disonancia entre la Ilustración hispana y la de otros países. La Ilustración en Francia, Inglaterra y Alemania, que fueron sus máximos exponentes, fue anti-católica, lo que nunca ha sido bien comprendido por la historiografía moderna, que ha minusvalorado la española por eso. Y, quizá no tan paradójicamente como pudiera parecer, también el conservadurismo y el tradicionalismo la condenó, señaladamente Menéndez Pelayo (1856-1912) que, en sus Heterodoxos, calificó la Ilustración de “comienzo de la pérdida de la identidad católica de España”, con la que se inició el olvido de nuestra tradición cultural, cimera en el siglo XVI y primera mitad del XVII, en el denominado Siglo de Oro.
Pero sí, hubo Ilustración hispana y fue muy importante en España y América. Mas, la Ilustración Española no es que sea poco conocida, sino que está mal comprendida y no muy bien estudiada. Una ilustración que tuvo un primer gran momento, cuyo annus mirabilis sitúa Mario Onaindía (1948-2003) en 1737. Fue un año señero en el renacer de las letras españolas: se publicó la Poética de Ignacio Luzán (1702-1754) y dos de las principales obras de Gregorio Mayans (1699-1781), Los Orígenes de la Lengua Castellana y la Vida de Miguel de Cervantes, primera biografía del gran novelista. Y, aunque se prescindiese de Mayans o Luzán y sus obras, sería imposible no citar al Padre Feijoo, figura señera de la filosofía y la ciencia españolas en la ilustración.
El pensamiento de Feijoo
Pensador principal de la Ilustración, especialmente de la primera, fue también el autor que orientó la transición al reformismo de la Segunda Ilustración, con Carlos III (1716-1788). Se caracteriza por su espíritu crítico, su afán divulgador y su defensa de la razón y la experiencia frente a la superstición y los prejuicios más arraigados. No fue un filósofo sistemático en el sentido tradicional, sino un ensayista prolífico que abordó una amplia gama de temas con una mentalidad abierta y muy moderna para su tiempo. Sus principales preocupaciones fueron la sociedad y la moral, aunque también abordó temáticas científicas y filosóficas. Estudió cuestiones sociales y morales de su época, como la posición de la mujer en la sociedad (siendo un notable defensor de su capacidad intelectual en su Defensa de la mujer), y las costumbres y los caracteres nacionales, en línea similar a Montesquieu (189-1755) o Kant (1724-1804).
Combatió los errores comunes, el fanatismo y la superstición, lo que es quizás el rasgo más distintivo de su obra. Dedicó gran parte de sus escritos a “desengañar” al público de las creencias infundadas, milagros falsos, supercherías y prácticas irracionales. Criticó la astrología, la adivinación, las medicinas populares sin base y cualquier forma de credulidad. Su obra principal, el Teatro Crítico Universal, es un ejemplo de este empeño. Defensor de la razón y de la experimentación, Feijoo promovió el método científico y la observación. El conocimiento debía basarse en pruebas y evidencias, y no en la tradición ciega o la “autoridad incuestionable”. Fue un precursor de la reforma educativa en España e impulsor del estudio de las ciencias.
Y reclamó “abrir” la Universidad Española a las “novedades europeas”. Feijoo estaba al tanto de los desarrollos científicos y filosóficos que se producían en Europa, y contribuyó a difundir el pensamiento de Newton o de Descartes, aunque manteniendo distancias críticas. Es el suyo un pensamiento esencialmente crítico: su objetivo no era solo combatir errores, sino enseñar a los lectores a pensar por sí mismos, dudar de lo establecido y a juzgar con criterio propio. Su filosofía se fundamentó en un empirismo escéptico moderado, aunque defendiese también la razón, pero reconociendo las limitaciones de ésta y del conocimiento. Su escepticismo es constructivo, dirigido a eliminar la falsedad, no a negar la verdad: el abogaba por una “duda metódica” y sistemática, para poder alcanzar conocimientos seguros.
Feijoo, la Inquisición y su influjo posterior
En el siglo XVIII, la Inquisición Española redujo mucho su actividad. No hubo procesos contra protestantes, brujas o judaizantes, pero sí hubo algunos procesos famosos de personajes de la época, contra algunos de los denominados “ilustrados”. En el reinado de Felipe V (1683-1746) fue procesado el Fiscal del Consejo de Castilla, Melchor de Macanáz (1670- 1760) -en 1970, el “Caso Macanáz” fue historiado por Carmen Martín Gaite (1925-2000)-. En el reinado de Fernando VI (1713-1759), la Inquisición procesó a Mayans (1699-1781) y a Feijoo, y en el reinado de Carlos III fue procesado Olavide (1725-1803), entre los más notables.
El proceso de la Inquisición más destacado en el reinado de Fernando VI fue el instruido a Feijoo, denunciado ante diferentes tribunales del Santo Oficio por las doctrinas vertidas en su Teatro Crítico y en sus Cartas Eruditas. Proceso importante por la calidad de la persona, consejero del rey Fernando VI, por las materias de las acusaciones, y por el desenlace absolutorio. El Consejo de la Inquisición hizo justicia a la pureza del catolicismo de Feijoo y le libró de la cárcel. El propio rey, tras la absolución y por Real Orden, impuso silencio a sus enemigos y prohibió imprimir nada contra él. El proceso de Feijoo marcó un hito, pues limitó la omnipotencia inquisitorial en España y abrió vías para el desarrollo de la incipiente libertad de pensamiento.
Sin embargo, su pensamiento se fue olvidando y relegando desde muy pronto. De las obras completas de Feijoo hay quince ediciones completas. Para Menéndez Pelayo, la mejor es la que hizo la Compañía de Impresores y Libreros, desde 1760, precedida de una biografía escrita por Campomanes (1723- 1802). Pero, por sorprendente que pueda parecer, sus obras completas no volvieron a reimprimirse, ni durante el siglo XIX ni durante el siglo XX.
En 1998, la Fundación Gustavo Bueno, en su Proyecto de Filosofía en español culminó la primera edición digital de todas sus obras que, desde entonces están disponibles libremente en internet (https://www.filosofia.org/bjf/). En este siglo XXI, la Fundación Gustavo Bueno ha seguido impulsando el estudio y difusión de la obra de Feijoo, el pensador español más importante del siglo XVIII, sin duda.