En esta casa se ha debatido mucho, muchísimo, sobre el coeficiente de caja del cien por cien. En alguna ocasión se iniciaban los debates con una buena dosis de sorna destacando la “rabiosa actualidad” que tenía esta cuestión fuera de nuestro reducto de nerds debatiendo sobre teoría monetaria.
Pues bien, con la llegada de Javier Milei al poder y la posibilidad de implantar la banca Simons, todos aquellos debates sobre “el sexo de los ángeles” quedan ahora totalmente justificados. Fueron discusiones muy útiles para que algunos, los menos, cambiaran de opinión, y para que otros pusieran a prueba y afilaran sus argumentos. Y no tengo duda de que Milei presta atención a los protagonistas de esos debates que se mantuvieron y se mantienen en esta casa.
Las ideas de la libertad se juegan mucho en esta histórica situación de Argentina, y cualquier error se puede pagar muy caro. Pues bien, como firme defensor de la libertad total y consecuentemente de la reserva fraccionaria, me voy a centrar en lo que creo que es el origen del error de los defensores del coeficiente del cien por cien dentro de la escuela austriaca.
El origen está en la calificación como bien presente de los medios fiduciarios por parte de Mises en su libro Teoría de la Moneda y del Crédito:
Una persona que acepta y tiene billetes no concede un crédito: no cambia un bien presente por un bien futuro. El billete inmediatamente convertible de un banco solvente se emplea en todas partes como un medio fiduciario en vez del dinero en las transacciones comerciales, y nadie establece una distinción entre el dinero y los billetes que tiene en caja. El billete es un bien presente igual que el dinero. Ludwig von Mises. Teoría del Dinero y del Crédito, Unión Editorial 1997. p. 246
Mises nos presentó previamente a los medios fiduciarios emitidos por bancos solventes como “títulos totalmente seguros”, y por esa razón concluye que tienen idéntico valor y utilidad que el dinero al que dan derecho, y esa es su justificación para calificarlos como bienes presentes.
Pero aquí Mises confunde la utilidad y/o valor del bien con la naturaleza del bien. Un bien presente no tiene riesgo de contraparte, por definición. En su naturaleza no cabe la noción de impago bajo ninguna circunstancia presente o futura. Es una cosa que existe plenamente en el presente, no es una obligación ni una promesa de nadie. Si el productor de una moneda de oro muere, quiebra o desaparece no afecta en lo más mínimo al valor ni a la utilidad de la moneda de oro. Jurídicamente, el propietario de una moneda de oro tiene un derecho real.
Un billete convertible, por el contrario, es totalmente dependiente de la existencia, comportamiento y diligencia de su emisor. No es una cosa (el papel y la tinta son irrelevantes aquí), es un contrato con el emisor. Si el emisor quiebra o desaparece, el valor del billete pasará a ser cero, o en el mejor de los casos una mínima fracción de su valor nominal, como cualquier papel impagado. Jurídicamente, el propietario de un billete convertible tiene un derecho personal.
Y es que Mises incurre en una contradicción insalvable cuando más adelante afirma lo siguiente:
Cualquier banco emisor de medios fiduciarios se verá obligado a suspender pagos si todo el mundo comienza a retirar depósitos o a presentar billetes para su conversión. Cualquier banco será impotente frente al pánico, y ningún sistema ni política podrá salvarlo. Ello se desprende de la naturaleza de los medios fiduciarios, naturaleza que impone a quienes los emiten la obligación de pagar una suma de dinero de la que no disponen. Ludwig von Mises. Teoría del Dinero y del Crédito, Unión Editorial 1997. p. 295
Añado que no es necesario llegar a una emisión fiduciaria (no respaldada al cien por cien) para incumplir la obligación de convertir un billete. Se puede incumplir por haber sido víctima de un robo o por fraude deliberado del emisor. En cuanto a la naturaleza de bien presente o futuro de los billetes da lo mismo que el oro y los billetes estén contablemente fuera del balance, y que los billetes sean un pasivo por cuenta de terceros. Un pasivo por cuenta de terceros es igualmente una obligación, un contrato susceptible de incumplimiento, tampoco es un bien presente.
Dicho lo anterior, alude Mises de manera totalmente acertada a la naturaleza de obligación de los medios fiduciarios, y las obligaciones, de incumplirse, por definición, se incumplen ¡en el futuro! No tiene sentido argumentar que no son obligaciones porque se están usando igual que el bien presente al que dan derecho, debido a que están cumpliéndose perfectamente hoy. Las obligaciones son bienes futuros con independencia de su uso presente.
La utilidad y el precio de los bienes son conceptos totalmente distintos a la naturaleza presente o futura de los bienes. Ni el pleno cumplimiento ni tampoco su incumplimiento total cambian la naturaleza de una obligación; todo lo contrario, ambas son circunstancias que precisamente caracterizan la naturaleza de las obligaciones.
Si lo que se defiende es que cualquier cosa usada como medio de intercambio es, por ese mero hecho, un bien presente, entonces tendríamos que aceptar como bienes presentes cosas que para los propios cienporcientistas son indudablemente bienes futuros, como pagarés, bonos o incluso promesas de pago escritas en servilletas.
Argumentar que la naturaleza presente o futura de un bien es consecuencia de su uso, supone una importantísima inversión ad hoc —y además singular— de la relación causal en la teoría del valor subjetivo (segundo requisito de Menger para que un bien sea tal). Eso son palabras mayores, que requerirían una justificación teórica de primerísimo orden.
Tampoco sería admisible argumentar que los medios fiduciarios son un bien presente por la vía de insinuar que los emisores engañan al mercado. Es decir, que el mercado cree subjetivamente que una moneda de oro y un billete convertible comparten idéntica naturaleza (bien presente), para luego argumentar lo contrario, que de alguna manera el mercado percibe que la naturaleza del billete se transmuta en un obligación (bien futuro) y de repente tiene riesgo de ser incumplida.
Sería una insinuación totalmente ajena a la realidad, porque los bancos con total transparencia clasifican los billetes, y también los depósitos a la vista, como pasivos en sus estados financieros públicos. ¿Desde cuándo un pasivo, una obligación, es un bien presente? Los teóricos del cien por cien podrían argumentar, erróneamente, que está mal clasificado como pasivo. Pero, aun así, sería totalmente inadmisible argumentar que el banco pretenda engañar a nadie cuando motu proprio clasifica los billetes como obligaciones y, por tanto, siempre susceptibles de incumplimiento. Ya avisa a gritos de que el billete para él es una obligación, no un bien presente, y el que avisa no es traidor.
Otro reconocimiento más moderno y totalmente explícito de la posibilidad de impagar son los esquemas de protección de depósitos, no digamos ya los importes que superen el límite por titular y cuenta establecido por estos fondos de garantía. Si el banco asegurase que sus billetes nunca se impagarán en primer lugar, ¿qué razón hay para adscribirse y pagar ningún fondo de garantía? Sería un gasto y un procedimiento absurdamente innecesarios.
Nos presenta Mises una falsa dicotomía entre bien presente y obligación que tampoco es sostenible históricamente. Es totalmente obvio que cuando se inventaron los billetes, y el mercado estaba acostumbrado únicamente al dinero metálico, nadie iba a aceptar los billetes desde el primer momento como totalmente equivalentes. Todo lo contrario, como es natural, pasaron siglos hasta que el mercado confió lo suficiente en los emisores como para ceder con fluidez su oro a cambio de meros papelitos.
Por tanto, los billetes convertibles nacieron indudablemente como obligaciones, como bienes futuros. Y los emisores se lo vinieron recordando y corroborando al mercado no solo en su contabilidad, sino también con sucesivas quiebras bancarias a lo largo de la historia. Nada por lo que rasgarse las vestiduras, por cierto, pues con mayor o menor frecuencia ninguna actividad de ningún sector está libre de impagar. La quiebra es una institución fundamental del capitalismo y del libre mercado.
En definitiva, el mercado, el ciudadano de a pie, no tiene que caerse del guindo porque jamás se encaramó a él. Y como nunca se encaramó a él, tampoco necesita que ningún sesudo economista le explique lo que ya sabe perfectamente por puro sentido común y cultura popular que hasta los cuentos para niños como Mary Poppins explican con extrema sencillez por ser obvio: Que los billetes son papelitos de colores, no oro. Cualquier billete o depósito bancario es una obligación tal y como reconocen abiertamente sus emisores, y toda obligación es susceptible de impagarse total o parcialmente, o pagarse totalmente, pero con retraso.
El insalvable pecado de los teóricos del cien por cien es haber edificado toda su doctrina sobre una falsa premisa ontológica. Que es lo mismo el objeto que la promesa de entregar el objeto. Paradójicamente, esto les lleva a proporcionar sustento teórico a la expansión artificial del crédito que con tanta vehemencia denuncian. Un defensor ignorante o deshonesto de la reserva fraccionaria puede apoyarse en Mises para afirmar que no se emite crédito, sino riqueza neta real (bienes presentes). La doctrina es un antológico cañonazo en el pie. Y es que una vez demostrado que los bancos no engañan a nadie, es totalmente contradictorio calificar como emisión de crédito a la emisión de medios fiduciarios, cuando previamente has negado categóricamente la naturaleza de crédito de estos últimos.
Este sustento teórico sería el verdadero engaño —y digo sería, porque afortunadamente es indudable que el mercado no se deja engañar. La prueba está en que si el mercado estuviera totalmente convencido de que la naturaleza de un billete convertible es idéntica a la de una moneda física de oro— para la que, recordemos, en ninguna circunstancia cabe jamás la noción de impago—, ¿por qué iba a desencadenarse jamás ningún pánico bancario?