Continuando la serie de “Economía de la energía” (I y II), veamos el modelo de Green Data Chain, una empresa aragonesa que combina una forma de generación de energía llena de ventajas, como es la producción de energía a partir de purines de cerdos, con la generación de unas de las monedas más sanas que existen: bitcoin.
Hasta los andares
Dice el refrán que “del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares”. Nos comemos todo, hasta las partes que de otros animales no se aprovechan para cocinar. Incluso las partes que no nos comemos, como el hueso, lo podemos aprovechar para hacer caldo y luego dárselos a los perros o las gallinas, que les aporta calcio para los huevos. El estiércol y el purín, rico en nutrientes como nitrógeno, fósforo y potasio, también se utiliza como fertilizantes.
Incluso, como nos mostró en 2000 Guy Ritchie, podemos usar el cerdo para otros fines poco ortodoxos. Y el orden espontáneo nos muestra cómo muchas mujeres están adoptando como mascotas a cerdos que les aporta un grado más de seguridad que otros animales ante jóvenes que no comen jamón. Nada que tenga que ver con el cerdo se desaprovecha. Y ahí donde entra la empresarialidad humana siempre encuentra la mejor forma de aprovechamiento para cada circunstancia.
El problema de las microgranjas
El Real Decreto 1135/2002 y la Ley 21/2013 han hecho que la mayoría de las granjas porcinas limitasen a algo menos de 2.000 cerdos para evitar restricciones regulatorias y burocráticas que desoptimizase la inversión. Tan arraigada está esa cifra que se ha convertido en el estándar de la industria para calcular inversiones.
Pese a la restricción administrativa, la inventiva humana ha sabido darle la vuelta a este problema y rentabilizar granjas con tan pocos animales. El censo global de cerdos en España ha pasado de unos 20 millones antes del RD 1135/2002 a casi 35 millones en la actualidad, convirtiendo a España en el país con mayor número de cerdos del mundo y Aragón, la región con mayor concentración de cerdos por habitante.
La limitación a un número tan pequeño de animales no es sólo un problema para los propietarios de las explotaciones ganaderas que, normalmente, tardan más en recuperar su inversión, sino, sobre todo, para el animal. Hay dos situaciones especialmente graves para el animal derivadas directamente de la restricción en el tamaño de las instalaciones:Una instalación con pocos anim ales no genera unos ingresos que permitan tener veterinarios en plantilla. Y muchas veces, el veterinario está en otro municipio lejano o con mal acceso a la granja.
Tampoco pueden tener matadero en la propia granja. Lo cual genera un sufrimiento gratuito para el animal que lleva a que más de 50 mil cerdos muera cada año en el trayecto entre la granja y el matadero, según la British Veterinary Association. Una muerte mucho más dolorosa para el cerdo que en el matadero y una pérdida económica general, ya que esa carne, pese a que el animal estaba sano cuando murió, no se puede aprovechar para el consumo humano.
Para poner en contexto esta gran pérdida de recursos, un cerdo cuando se lleva al matadero suele pesar unos 100 / 120 kilos. Aunque hemos dicho que el hueso se puede usar para cocinar, los humanos no solemos comer esos huesos, así que descontaremos los 8 / 12 kilos que suele pesar el esqueleto del cerdo. Nos quedan entre 95 y 105 kilos. Redondeando, unos 100 kilos de peso canal bruto (recordemos que “del cerdo se aprovecha todo”, incluídas vísceras, cabeza y sangre).
100 kilos multiplicados por los 52.000 cerdos que mueren cada año en el trayecto entre la granja y el matadero son un total de 5.200.000 kilos de carne. 5.200 toneladas de carne perdida. Si cada humano adulto comemos una media de 45 kilos de carne al año, nos podríamos alimentar 115.555 seres humanos (prácticamente, toda la provincia de Teruel) sólo con las pérdidas producidas por la arbitrariedad de unos legisladores que anteponen su “fatal arrogancia” -sic- al bienestar de los animales.
Integradoras, o cómo la función empresarial soluciona los problemas del legislador
Si bien las integradoras existían antes de 2002, las restricciones del gobierno de Aznar fueron el detonante para que el sector porcino tuviera que segmentar más el conocimiento, obligando a especializar la mano de obra. El sector se articuló en granjas de madres, de lechones, de engorde… y surgiendo un ecosistema de empresas especializadas, con las integradoras como elemento fundamental para engranar ese ecosistema.
Estas normativas nacen en el marco europeo, seguramente impulsadas por gente con buenas intenciones (léase “Bootleggers & Baptists: How economic forces and moral persuasion interact to shape regulatory politics”, de Bruce Yandle y Adam Smith), pero su aplicación en España ha sido rígida y contraproducente.
En estos años ha sido cuando han surgido empresas como ARS Alendi, creada en 2003 a partir de la unión de varias cooperativas, o la expansión de Arcoiris o Grupo Costa (empresa clave en la sostenibilidad económica tanto del Baloncesto Zaragoza como de la Sociedad Deportiva Huesca). Empresas heróicas que, pese a competir (o gracias a competir) con el entramado Forestalia-Grupo Jorge, uno de los mayores beneficiarios de los PIGAs, (los Planes de Interés General de Aragón -sic-) y las restrictivas leyes españolas, no paran de mejorar sus instalaciones y de crecer, ampliando sus líneas de negocio, hasta haber conseguido que en Aragón se produzca el 23,6% de la carne de cerdo en España.
Pensar es pensar contra alguien
Pensar es pensar contra alguien, y tener que lidiar contra los Samper (Forestalia-Grupo Jorge) y el gobierno de España y la Unión Europea, ha hecho que el sector del cerdo en Aragón tenga que inventar nuevas fórmulas de generación de ingresos. Una de esas fórmulas, como en la mayoría de las industrias, es convertir los residuos de unas empresas en activos para otras.
Y así es como surgen empresas como Fuentes Claras Bioenergy, con una planta de producción de biogás de 18 millones de euros o la planta de Valderrobres, impulsada por Arcoiris.
Pero no sólo los grandes grupos empresariales o las alianzas entre muchos productores pueden rentabilizar la producción de energía a través de purines de cerdos. Gracias a los navarros EtxeHolz, cualquier granja, incluso una con sólo dos mil animales, ya puede instalar una planta de biogás rentable.
Energía y bitcoin
Uno de los principales problemas que tenemos en la zona euro es la gran inflación que estamos sufriendo con una moneda que cada vez vale menos, especialmente tras el aumento de la emisión monetaria con la excusa del COVID. Una forma de generar incertidumbre y desincentivar la inversión.
Pero como cada vez que los políticos crean un problema, el mercado ofrece una solución. La Ley de Estabilización Económica de Urgencia de 2008, la amenaza de que Obama ganara las elecciones en 2009 y las consecuencias económicas que iba a suponer ese gobierno fueron algunos de los detonantes que hicieron que el mercado aceptase con tan buenos ojos el whitepaper de Satoshi Nakamoto en 2008 y el comienzo de Bitcoin a principios de 2009.
Actualmente, con el valor del euro por los suelos y la amenaza del euro digital, bitcoin es la reserva de valor favorita de muchos ahorradores. Sumado al aumento del número de transacciones que se realizan en la red Bitcoin, es necesaria la colaboración de una gran cantidad de mineros distribuidos por todo el planeta.
Mantener el funcionamiento de estos mineros requiere mucha energía, pero, como hemos visto, hay una fórmula sencilla y económica de conseguir esa energía durante 24 horas al día, sin la intermitencia de la fotovoltáica, que es usar los purines de cerdos. Esto es lo que ha llevado a la creación de Green Data Chain, una empresa de Fraga (Huesca), que han conseguido minar el primer bitcoin con certificado verde. El refranero español es muy sabio y ya advierte que “del cerdo se aprovecha todo”, pero el ingenio español es capaz de ir siempre un paso más allá: de los andares al hashrate, del jamón al ledger, y de los purines… a bitcoin.
Serie ‘Economía de la energía’
(II) Cooperativismo, empresarialidad y comunidad: ‘luz a cero’
(I) Centralización y monopolio, o cómo la intervención estatal ha provocado el apagón en toda España