El intelectual vivo más profundo e importante, Thomas Sowell, ha cumplido 95 años este pasado mes de junio. Que a su edad no sea más conocido es debido a la inevitable realidad de que es un norteamericano negro y la casi aún más inevitable circunstancia de que, siendo alguien a quien le importan sobre todo los hechos, sea liberal. De modo que la Hoover Institution, en la que trabaja después de decidir dejar la docencia y convertirse en investigador a tiempo completo, allá por 1980, ha decidido hacerle un homenaje, de esos que huelen a que no le queda mucho más tiempo entre nosotros.
Su último libro, Falacias de la Justicia Social, es una buena introducción a su pensamiento, pero es naturalmente sólo una pequeña introducción a quien, siendo un economista de talla mundial; también ha ejercido de sociólogo, recorriendo medio mundo para analizar las culturas de innumerables pueblos; de fotógrafo, una vocación que le libró de combatir en Corea; de investigador médico con dos libros sobre el “síndrome de Einstein” que padeció su hijo y que es la condición de aquellos niños que, a pesar de ser brillantes, comienzan tarde a hablar; un pedagogo que considera la pedagogía moderna como una de los principales responsables de la decadencia en la educación; y un filósofo, un epistemólogo que nos ha explicado a muchos por qué pensamos como pensamos y también por qué en la acera de enfrente piensan como piensan.
Nacido en Carolina del Sur en 1930, fue criado en una comunidad tan negra que cuando leyó Superman de crío para él tan increíble era que pudiera volar como que fuera blanco. Más adelante se mudó a Harlem, donde se convirtió en un ávido usuario de las bibliotecas públicas mientras estudiaba en el prestigioso colegio Stuyvesant con una beca hasta que abandonó los estudios. No fue hasta después de la Guerra de Corea, que pudo vivir en la retaguardia gracias a su talento fotográfico, que pudo completar sus estudios hasta licenciarse en economía en Harvard y doctorarse en Chicago, donde siguió siendo marxista pese a estudiar con Milton Friedman y George Stigler de profesores. Fue cuando trabajó un verano en la administración y vio con sus propios ojos cómo funcionaba el Gobierno por dentro que se hizo liberal. Porque nunca, durante toda su extensa carrera, ha permitido que la ideología le hiciera ciego ante la realidad. “Si el mundo fuera como la izquierda cree que es, sería un mundo mucho mejor que el mundo que la derecha cree que es. Pero simplemente el mundo no es así”, resumió en una entrevista.
Sus campos de estudio son muy extensos. En economía es seguidor de Hayek, y nadie ha hecho más por aterrizar sus ideas sobre el conocimiento disperso que su Knowledge and decisions. Por supuesto, su Economía básica ha sustituido a la Economía en una lección como libro para recomendar a quien quiera aprender la “ciencia funesta”. En epistemología su libro seminal es Conflicto de visiones, donde explora las dos visiones contrapuestas del mundo que, partiendo de las asunciones que cada uno tenga sobre la naturaleza humana, llevan inevitablemente a ideas opuestas sobre casi todo, de la justicia a la economía; un ensayo al que Steven Pinker dedicó un capítulo de su Tabla rasa. En sociología, su trilogía sobre las culturas culmina el trabajo de toda una vida investigando por qué unos grupos tienen más éxito que otros. Aunque dejara de escribir columnas hace casi una década, las que dejó escritas nos enseñan más sobre política que la obra de cualquier politólogo, y sus estudios sobre la “visión de los ungidos” son una guía infalible para desmontar casi cualquier argumento que plantea la izquierda.
Su gran amigo, ya fallecido, Walter Williams resumió por qué Thomas Sowell no tiene la fama y reconocimiento que merece: “La televisión y los periódicos han aprendido la lección. Como no pueden argumentar contra Tom, lo que hacen es ocultar lo que dice”. Aún así, siguen siendo innumerables las figuras que reconocen que Sowell es el intelectual que más les ha influido. El último de quien tengo noticia, Konstantin Kisin, autor del famoso monólogo viral sobre cambio climático, ha declarado que la frase de Sowell “No existen soluciones, sólo compromisos [tradeoffs]” es lo que más influencia ha tenido en su propio pensamiento. Ojalá sigamos teniéndolo con nosotros, activo y trabajando, al menos hasta que alcance los cien años de edad, pero aunque decida al fin jubilarse o la biología lo decida por él, seguirá siendo el intelectual más importante de los últimos cincuenta años, alguien a quien especialmente los liberales tenemos la obligación de leer.


