En el décimo aniversario de los asesinatos de lesa humanidad cometidos el 11 de marzo de 2014, los gerifaltes del régimen político actual quisieron explicitar que su existencia se basa en el mantenimiento de una gigantesca mentira, un secreto acerca del cual nadie tiene su autorización para escarbar.
Y, sin embargo, como nos ha recordado Luis del Pino en un excelente análisis, cada vez resultan más evidentes las inconsistencias de las sentencias que condenaron a Emilio Suárez Trashorras como supuesto suministrador de los explosivos, Jamal Zougam como colocador de una de las diez bombas y Othman El Gnaoui como participante en actos preparativos de los atentados. Porque los demás acusados, especialmente tras la faena de aliño asumida por la sentencia dictada en casación por el Tribunal Supremo, solo pueden calificarse como meros figurantes a los que se condenó por unos delitos sin relación con los atentados, aprovechando que todos se encontraban ya en la pecera instalada al modo de banquillo en la sala de vistas de la Audiencia Nacional.
Las condenas a esos individuos se sustentan en pruebas falsas que fueron introducidas de matute. Así, la aparición del explosivo y el teléfono móvil Trium T110 de la mochila hallada en la comisaría de Puente de Vallecas permitió relacionar, en primer lugar, las bombas utilizadas en los atentados y la dinamita GOMA 2ECO supuestamente sustraída por el ex minero (y confidente policial) Suárez Trashorras de Mina Conchita en Asturias. En segundo lugar, condujo el día 13 de marzo de 2004 a la extraña detención de Jamal Zougam, junto a otras personas, incluidos dos hindúes, titular del locutorio del barrio madrileño de Lavapiés donde se vendió la tarjeta SIM del teléfono. La ignominia para apuntar, juzgar y condenar a este hombre como el único asesino directo del 11M causa estupefacción, vergüenza, ira y espanto. Dado que establecer una conexión terrorista entre un vendedor de tarjetas y sus compradores solo podía colar por el estado de aturdimiento colectivo en que se encontraban los españoles después de los atentados, a este hombre se le buscaron testigos para encontrarle en algún vagón de los trenes, como así se encontró con la declaración de dos testigos protegidas sobre las que pesa una seria imputación por falso testimonio. Su condecoración con la medalla al mérito civil por el Ministro del Interior revela hasta que punto el gobierno actual asume no tiene ningún interés en que se descubra la verdad.
Por su parte, el descubrimiento en las inmediaciones de la estación de Alcalá de Henares de una furgoneta Renault Kangoo el mismo día de los atentados, que no contuvo restos de cartuchos de dinamita hasta que no fue trasladada al Cuartel de la Policía, cumplía con la función de dejar asentada la idea de que unos terroristas transportaron las 12 bombas en vehículo y cogieron el tren para colocarlas antes de llegar a su destino. Alguién debió darse cuenta de que parecía poco creíble que ese número de personas cargadas con explosivos pudiera trasladarse en una furgoneta, por lo que tres meses después apareció el célebre Skoda Fabia repleto de ropas y enseres de presuntos islamistas, a poca distancia de la anterior. Desechado del particular acervo probatorio del juicio, sin la pertinente deducción de testimonio para investigar esa prueba tan groseramente falsificada, la versión judicial se mostraba incapaz de presentar la dinámica de unos atentados en los que se daba por supuesto ese desplazamiento. ¿En un solo vehículo se metieron 12 terroristas cargados de explosivos y detonadores, entonces?
Al mismo tiempo que surgían las anteriores pruebas falsas, se ocultaron la mayoría de los vestigios recogidos en los escenarios del crimen por policías de la Unidad Central TEDAX bajo el mando del Comisario Juan Jesús Sánchez Manzano y se destruyeron los propios vagones explotados sin que esté claro por orden de quién, lo cual impidió realizar un análisis químico de los explosivos indubitado.
Con respecto a este escándalo la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M formuló una querella contra Sánchez Manzano, la cual, tras sufrir las clásicas trapacerías de los leguleyos al servicio del estado, se instruye en el Juzgado de Instrucción nº 6 de Madrid, que ya había archivado una denuncia contra el mismo sujeto.
Ahora bien, como digo, frente a la búsqueda de la verdad sobre el caso, un observador atento se habrá percatado de la redacción de "un relato" – como los idólatras posmodernos de la razón de estado gustan en llamar a la vulgar intoxicación o propaganda – que cuenta con varias capas precocinadas para los distintos sectores de la población. Destacó en este trágico aniversario la virulencia con la que prebostes de los medios de comunicación privilegiados por el régimen político llamaron a rebato para defender la ortodoxia en peligro. Su arma favorita fue la falacia del hombre de paja para descalificar a todos los que no se creen las mentiras tejidas durante estos años.
Otros conspicuos artífices de la llamada verdad judicial, como el magistrado Gómez Bermúdez, ponente de la primera sentencia del caso, o el fiscal jefe de la Audiencia Nacional Javier Zaragoza avergonzaron a propios y extraños con sus "diferencias" acerca de un punto que saben que llama la atención incluso de los más crédulos. Así, mientras que para el primero el "cerebro" de los atentados fue"probablemente" algún yihadista que no llegó a ser enjuiciado, el todo poderoso representante del Ministerio Público apuntó a que "a lo mejor" (vaya usted a saber) tal papel correspondió a Serham El Tunecino, uno de los supuestos suicidados en un piso de Leganés.
A despecho de todos estos censores, una investigación seria de lo ocurrido tendría que desechar las pruebas falsas introducidas en el juicio y extraer conclusiones de la actividad destructora de los vestigios y restos dejados en los escenarios de los crímenes.
En pocos casos reales viene más al caso la teoría de los memes de Dawkins para explicar el rechazo o, en el mejor de los casos, la inhibición de la inmensa mayoría de los españoles frente al asunto del 11-M. Son rehenes de una delirante serie de fantasías difundidas por el estamento político y sus pregoneros para apuntalar una increíble conspiración islamista. Han creado unos vínculos emocionales con esas ideas, interiorizando el terror que inspira todo lo relacionado con aquella historia. Atemorizados por lo que pueda contrariar a este tabú oficial en sus vidas, se muestran impermeables a las pruebas y a las razones que les harían conveniente rebelarse contra ese estado de cosas.
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