Con la llegada del nuevo año son muchos los análisis que tratan de aportar algo de claridad en el plano económico, aunque esto resulte una tarea titánica e incierta, debido a la gran incertidumbre de cara al desarrollo del nuevo ejercicio económico. Son muchas las variables que han registrado una altísima volatilidad en sus series durante los últimos meses, debido principalmente al efecto dominó existente entre la evolución de la pandemia y la actividad económica.
Aunque muchos puedan pensar de manera intuitiva que el cierre de 2021 no fue positivo en términos económicos, la realidad es realmente la contraria. El año cerró con el PMI en términos expansivos, con datos de creación de empleo y afiliación récord y datos de sentimiento empresarial en terreno positivo, situándose 8,5 puntos porcentuales sobre la media de la serie, con inicio en el año 2000.
Aún así, esto no significa que la tendencia vaya a mantenerse necesariamente durante los primeros meses del nuevo año, ya que con la aparición de ómicron -aún siendo una variante mucho más leve en términos de casos graves y muertes- y su alta tasa de contagios, la actividad económica se podría ver de nuevo afectada por el elevadísimo volumen de bajas laborales y nuevos cuellos de botella que está causando. Algunos de los sectores más afectados serían aquellos más relacionados o dependientes del comercio presencial, debido tanto a una ralentización de la demanda por este tipo de bienes y servicios como a problemas de oferta. Por ejemplo, el elevado número de bajas laborales está causando nuevos retrasos en suministros de bienes intermedios y, por lo tanto, paralizando muchas cadenas de valor globales, como es el caso del sector del automóvil y sus redes logísticas. Esto, lógicamente afectará de manera asimétrica a los diferentes países en relación a la exposición y dependencia con estos sectores, no llegando a observar un rendimiento pleno de la economía hasta que se reduzca la presión sobre las cadenas de suministro ocasionada por los obstáculos que estas están encontrando.
Una de las variables sobre las que dichos cuellos de botella tienen un efecto directo es la inflación, cuya transitoriedad -al menos a medio plazo- queda ya descartada por los principales bancos centrales del mundo. El IPC alcanzó el 6,7% en diciembre, debido principalmente a las dificultades asociadas a la producción y la traslación de precios de la energía hacia aquellos bienes y servicios con mayor dependencia de esta. De hecho, la inflación subyacente ya supera el 2%, situándose en el 2,1% el pasado mes. Aunque muchas veces las dinámicas políticas causen que se piense en estos fenómenos en términos nacionales y se busquen soluciones exclusivamente dentro de nuestras fronteras, la realidad es que la inflación presente es un fenómeno prácticamente global, con gran presencia en la Eurozona y EE. UU., aunque con sus diferencias, ya que en EE. UU. se comienza a observar una espiral precios-salarios que, de momento, no se atisba en Europa.
En algunos países europeos, debido principalmente a su estructura productiva, estamos observando una mayor correlación entre el IPC general y el subyacente, como es el caso de Alemania, donde mientras el IPC general se sitúa en el 5,7%, la inflación subyacente ya se eleva hasta el 3,9%, cerrando la brecha entre las dos, dando lugar a pensar en la posible aparición de una espiral inflacionaria en dicho país si la tendencia se mantiene en los próximos meses. Que esta espiral no sea un fenómeno extendido en los diferentes países es esencial para que, cuando el crecimiento económico se modere, el crecimiento de los precios se reduzca. El escenario en el cual el crecimiento de la inflación continuara a pesar de una reducción de la tasa de crecimiento económico, se daría en el caso de que las expectativas de inflación se desanclasen, ocasionando un fuerte crecimiento de los salarios.
En ese caso, los bancos centrales -BCE en el caso de la Eurozona- se verían casi obligados no solo a un freno de sus programas de estímulos o incluso retirada parcial de estos (tapering), sino también a una subida de los tipos de interés, como ya ha hecho, por ejemplo, el Banco de Inglaterra. El problema se halla en que, tras la enorme acumulación de deuda por parte de los países miembros de la Eurozona durante la crisis de la Covid-19, dicha elevación de tipos incrementaría notablemente el coste de pago de la deuda y elevaría el peso del pago de intereses de esta sobre el gasto público total, detrayendo recursos de otras partidas o disminuyendo el peso de la política fiscal y los programas expansivos. Por lo tanto, una subida fuerte de tipos es un escenario nada deseable en la Eurozona, ya que, en el peor de los casos, podría elevar el riesgo de una crisis de deuda soberana en determinados países miembros. Debemos tener en cuenta que, en la presente crisis, el volumen de deuda en circulación es mucho mayor que en la anterior, y lo que está evitando que esto genere problemas es el hecho de que su coste es mucho menor y la duración de la misma sensiblemente mayor.
Por otro lado, no debe cundir el pánico respecto a esto, ya que el propio BCE dispone de multitud de mecanismos para evitar la subida de las primas de riesgo, establecidos muchos de ellos tras la crisis del euro posterior a 2010. Esto no significa que no sea necesario que los miembros de la Eurozona presenten planes individuales de consolidación fiscal a medio plazo, sobre todo en un momento en el que se está debatiendo la importantísima reforma de las reglas fiscales asociadas al Pacto de Estabilidad y Crecimiento, cuya clausula de escape dejará de estar activada tras el presente ejercicio.
Otro de los puntos esenciales para la evolución del crecimiento europeo en el 2022 será la ejecución de los fondos europeos y las reformas estructurales que estos impulsen. La principal virtud de dichos fondos se halla en la tendencia reformista que generan, ayudando a elevar no solo el crecimiento presente sino también el potencial, siendo esto clave si queremos garantizar, por ejemplo, la estabilidad de las pensiones, siendo un mayor crecimiento económico una condición necesaria pero no suficiente.
En el plano europeo, los fondos Next Generation podrían ser el primer ladrillo para futuros programas expansivos comunes, a través de, por ejemplo, emisiones de deuda conjunta. La continuación y desarrollo futuros de este tipo de programas depende en gran medida de la evolución y los efectos de los presentes fondos europeos de recuperación. Esta es una incógnita que corresponde resolver no solo a los países miembros, sino asimismo a las instituciones europeas que deben ejercer una estricta fiscalización de los fondos, haciendo que la condicionalidad de estos se cumpla, asegurando así no solo sus efectos positivos, sino también la propia credibilidad de las instituciones europeas.
En conclusión, el escenario económico que se presenta para el año 2022 es relativamente incierto debido a multitud de variables interrelacionadas. Los cuellos de botella posiblemente no desaparecerán durante, al menos, la primera mitad del año y el efecto que esto tenga sobre la inflación -¡y sus expectativas!- será clave para el desarrollo de la política fiscal y monetaria, con los consecuentes efectos sobre el crecimiento económico de las mismas.
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