Hace ahora algo más de un año advertíamos de que la crisis financiera y económica podría acabar transformándose en una guerra comercial de imprevisibles consecuencias para la economía mundial. Desde entonces, dicho riesgo no sólo no se ha atenuado sino que está más presente que nunca. La guerra de divisas en la que están inmersas las principales potencias del planeta amenaza con levantar nuevas barreras arancelarias no vistas desde la Gran Depresión de los años 30.
En 2009, al menos 17 de los 20 países más ricos del planeta pusieron en marcha nuevas barreras proteccionistas para proteger a sus industrias nacionales de la competencia exterior, según el Banco Mundial. Esta tendencia ha seguido creciendo en 2010. Así, el último informe al respecto, el denominado Global Trade Alert, pone de manifiesto que, pese a la recuperación del comercio internacional, la mayoría de los gobiernos han seguido implantando medidas proteccionistas tales como la concesión de subsidios públicos y acceso a créditos baratos. Dichas medidas, sumadas a los rescates y las multimillonarias ayudas públicas inyectadas a determinados sectores “estratégicos”, han conformado las conocidas “políticas de promoción exterior” que, en esencia, generan graves perturbaciones en el comercio internacional.
Excluyendo las rebajas y exenciones tributarias, este tipo de políticas suponen un atentado directo contra el libre mercado, pero, al menos, hasta ahora muy pocos gobiernos se habían atrevido a imponer subidas arancelarias y nuevas tarifas con el fin de frenar la llegada de importaciones a sus respectivas economías domésticas. Sin embargo, este escenario de preguerra comercial se ha visto agravado en los últimos meses mediante la intervención directa en los mercados de divisas con el fin de aplicar devaluaciones monetarias. La caída deliberada del dólar ha disparado todas las alarmas, y ahora países emergentes y grandes potencias pugnan entre sí para envilecer sus monedas o, como mínimo, frenar su apreciación respecto al dólar. Por el momento, Japón y los emergentes asiáticos y latinoamericanos están tomando ya medidas en este sentido.
De hecho, algunos gobiernos ya han decidido imponer controles a la entrada de capitales foráneos mediante subidas fiscales para debilitar sus divisas. Por desgracia, esto es tan sólo la punta del iceberg. Esta guerra de guerrillas, centrada en la adopción de un amplio abanico de medidas indirectas para impulsar las exportaciones y reducir las importaciones, está ya a las puertas de convertirse en una guerra comercial pura y dura a nivel mundial.
El arma ya está encima de la mesa y el objetivo, marcado. El Gobierno de Estados Unidos ha aprobado la denominada H.R. 2378 Currency Reform for Fair Trade Act, una norma destinada a imponer altos aranceles a todas los productos provenientes de aquellos países que hayan manipulado a la baja sus divisas, en una clara e inequívoca referencia al yuan chino. Y ello, basándose ni más ni menos que en la histórica Tariff Act of 1930, más conocida como la Smoot-Hawley Tariff, surgida poco después del crack del 29.
Esta medida elevó los aranceles de Estados Unidos a los niveles más altos de la historia contemporánea con la excusa de proteger a los agricultores nacionales, uno de los grandes sectores “estratégicos” por entonces, pero que se fue extendiendo progresivamente a casi todos los sectores productivos del país. Su objetivo perseguía mejorar la producción interna a expensas de empobrecer al vecino. Y así fue. Tras Washington, todas las grandes potencias imitaron la misma estrategia.
Como resultado, esta política contribuyó a reducir drásticamente el comercio mundial: las importaciones procedentes de Europa cayeron desde los 1.344 millones de dólares en 1929 a tan sólo 390 millones en 1932; mientras que las exportaciones de EEUU a Europa pasaron de 2.341 millones a 784, respectivamente. ¿Resultado? El comercio mundial se hundió cerca de un 66% entre 1929 y 1934, provocando además graves tensiones políticas y diplomáticas.
La nueva estrategia de EEUU contra China supone un auténtico suicidio. La norma, pese a haber obtenido el visto bueno de Congreso, está a la espera de ser aprobada definitivamente. Por el momento, tan sólo ha sido expuesta a modo de amenaza directa para presionar a China a revaluar su moneda. La cuestión es… ¿y si Pekín no da su brazo a torcer? Algo similar sucedió con Japón en los años 80, tras los denominados acuerdos del Plaza. Desde entonces, el dólar se ha hundido un 70% respecto al yen y, curiosamente, el déficit comercial entre EEUU y Japón ha permanecido casi intacto. El problema es que China is different, sus relaciones diplomáticas son muy distintas a las niponas. Sin duda, de aplicarse esta norma, supondrá la mayor amenaza para el comercio mundial y la seguridad internacional desde la caída del mundo bipolar propio de la Guerra Fría.
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