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A lo que nos enfrentamos

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¿Creyó usted que el derribo del muro de Berlín reduciría la batalla intelectual a dirimir las diferencias entre las distintas tendencias del liberalismo? Si en su día así lo pensó, parece claro que lo sucedido desde entonces le habrá hecho cambiar de opinión.

Pudiera haber sucedido de otra manera, pero mientras el socialismo fracasaba estrepitosamente durante el siglo pasado, se fueron larvando varias teorías que, tomadas por separado, parecían refutadas y apostilladas como vulgar charlatanería esotérica. Amalgamarlas y adoptar nuevas formas con las que superar la refutación del socialismo ha sido la misión de los postmodernos. Eso se desprende, al menos, del fascinante estudio filosófico de Stephen R.C Hicks, titulado Explaining Postmodernism.

La obra repasa las ideas que han confluido en ese movimiento autodenominado postmodernismo –más político que filosófico, según veremos– a través, principalmente, del análisis de los textos de pensadores de distintas épocas, desde Rousseau a Foucault, pasando por Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger y tantos otros. Hicks enuncia su tesis al comienzo de la obra: las quiebras en la epistemología hicieron posible el postmodernismo y el fracaso del socialismo hizo al postmodernismo necesario.

A grandes rasgos, modernismo y postmodernismo se diferencian desde una doble perspectiva, metafísica y epistemológica. El primero parte de una concepción realista y naturalista y supone que puede conseguirse el conocimiento objetivo con la ayuda de la experiencia y la razón, mientras que el segundo parte de lo inaprensible de la realidad y mantiene que todo conocimiento es subjetivo.

Podría parecer que una escuela de pensamiento con unos fundamentos tan romos no alcanzaría crédito alguno y, por lo tanto, aventurar que su presencia en el mercado de las ideas de las ciencias sociales y las letras sería marginal, como sin duda ocurre en las ciencias naturales. Antes al contrario, esta enésima rebelión contra la razón se ha convertido en una fuerza emergente desde finales del siglo pasado, tal como demuestra el increíble éxito de su derivada, la "corrección política". Superado el tiempo de incubación en las universidades, su influencia se deja notar en el resto de la enseñanza, los medios de comunicación dominantes, los juristas y… la política. No por casualidad, los Foucault, Derrida, Lyotard, Rorty, Fish, Lentricchia y las MacKinnon y Dworkin querían llegar a este último campo.

Durante los años cincuenta del siglo pasado, el malestar que iba produciendo en ámbitos intelectuales la acumulación de pruebas contra el socialismo, y el paralelo triunfo del capitalismo, provocó continuas escisiones dentro del marxismo dominante. De esta manera, se pasó de considerar el bienestar material como un bien a vituperarlo como nocivo, cuando no destructor de la naturaleza. De la demanda de "liberación" de la necesidad se viró hacia la lucha por la igualdad material de los individuos, segmentados por sexo, raza o identidad étnica. De las abstractas invocaciones a la universalidad de los intereses del proletariado, se giró hacia un enfoque multiculturalista, que adaptara la difusión del socialismo a la mentalidad de unas masas que se consideraba incapaces de captar ese mensaje. Frente a la prosperidad y la relativa libertad traídas al Occidente de la posguerra, Marcuse lanzó conceptos tan chocantes –fruto de conjugar marxismo y psicoanálisis – como la "tolerancia represiva" del capitalismo hacia la naturaleza humana. El advenimiento del socialismo no derivaría del historicismo marxista. Antes bien, la acción de una vanguardia revolucionaria de intelectuales que no aceptara convertirse en el "hombre unidimensional" y estimulara los elementos irracionales, prohibidos y fuera del sistema, sería la encargada de destruir el capitalismo. El terrorismo encontró por esta vía una nueva legitimación intelectual.

A continuación, Hicks se plantea por qué la extrema izquierda asumió una estrategia epistemológica escéptica y relativista. En este sentido, Frank Lentricchia nos ofrece una respuesta: "El postmodernismo no busca los fundamentos y las condiciones de la verdad sino el ejercicio del poder con el propósito del cambio social."

Los maestros del movimiento consideran el lenguaje como la cuestión central de su epistemología. Es una herramienta que no guarda relación con la realidad. Más aun, la retórica es persuasión en defecto de conocimiento. Algunos postmodernos, como Rorty, han destacado el papel del lenguaje de la empatía, la sensibilidad y la tolerancia; lo que en España se ha traducido como "buenismo" y pensamiento "Alicia". Otros, como contrapunto, lo consideran un arma. De ahí que la retórica postmoderna acuda constantemente al ataque ad hominem, al intento de silenciar a las voces discrepantes y al argumento del "hombre de paja" para desviar la atención en los debates públicos.

Otro rasgo de este neosocialismo es que, en cuanto que reacción contra la razón y la lógica que desbarataron la ensoñación socialista, guarda semejanzas con el ofuscamiento de Kierkegaard para defender la fe religiosa. Para comprender la estrategia postmoderna, empero, debe subrayarse que justifica su doble vara de medir para inclinar la balanza a favor de los históricamente oprimidos.

Llegados a ese punto, nos encontramos con la deliberada utilización de discursos contradictorios como estrategia política. Si bien claman por el subjetivismo y el relativismo, cuando los postmodernos llegan al poder, el absolutismo dogmático se instaura. Nos hallamos, pues, ante un maquiavelismo pegado a la lucha por el poder, que utiliza el relativismo para desconcertar a sus adversarios y forzar mientras tanto su agenda política. Asegura Foucault: "Los discursos son elementos tácticos u obstáculos que operan en el campo de las relaciones de poder: puede haber discursos diferentes e incluso contradictorios dentro de la misma estrategia." De esta manera resulta que el postmodernismo no tiene nada de relativista, aunque lo finja. Es una estrategia a largo plazo que se puede observar claramente en la "deconstrucción" –palabra clave– de los logros de la civilización occidental, que se pone en práctica en la educación formalizada. Éstos se habrían conseguido como resultado de la explotación sexista, racista o de otro tipo. De este modo, se comenzará socavando la creencia en la superioridad de las ideas que hicieron posible esas obras. Una vez que se ha vaciado de creencias al alumno mediante argumentos relativistas, resultará más fácil llenar el vacío con los principios correctos de la izquierda.

El nihilismo y el resentimiento hacia la civilización occidental son las notas finales que Hicks percibe en la estrategia postmodernista. Una cita de Focault nos ayuda a situarnos: "El hombre es una invención reciente que será borrada pronto, como una cara dibujada al borde de la playa." Esta sugerente frase no desmerece aquella otra exhortación de Marcuse de usar la filosofía para la aniquilación absoluta del mundo del sentido común.

En definitiva, un libro muy interesante para conocer en profundidad los fundamentos del neosocialismo actual, al que todo liberal se enfrenta. Ayuda a entender la procedencia de la inspiración de una gran parte de la casta política e intelligentsia españolas actuales, aunque muchos de ellos ni siquiera la conozcan. Es una lástima que, aunque fuera reseñado parcialmente por Gorka Echevarría hace tiempo, no se haya traducido al español.

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