Cuántas veces rechazan tu creatividad, tus propósitos, dándote con la puerta en las narices, sin más justificación que el recelo, la rutina o la envidia. Los pretextos de esta amplia clase de obstaculizadores son casi siempre los mismos: "quieres aislarte del mundo", "sólo se pueden imitar los modelos históricos", "no puedes aprender a sobrevivir sino aprendes a transigir". Incluso pueden descalificarte por completo: "eres un egoísta, un impertinente, demasiado seguro de ti mismo".
Más adelante, alguien confía en el proyecto y te ofrece un empleo para desarrollar tus propuestas. Pero no es suficiente: los encargos no llegan, el negocio languidece. No lideráis aún la tendencia, os habéis anticipado a vuestro tiempo, faltan recursos y contactos. Los pronósticos sombríos se confirman. Aún así, no te doblegas, sigues convencido. Te preparas para recorrer el desierto. Comienza la supervivencia, los trabajos alimenticios sin vocación. En una de esas ocupaciones conoces a la persona que amarás durante toda tu vida. Ella o él te desean; no obstante matrimonian con quien le da mayor bienestar. Un día regresará a ti, será otra historia pendiente. En este momento lo que más te preocupa es la inexistencia de un socio que crea en ti. Por fin, sorpresivamente, lo conoces. Comienza el éxito, la confianza profesional. La flamante prosperidad pronto será acechada por la maledicencia; tendrás que defenderte en público, justificando ante el soviet de rencorosos tu afán de superación.
El Manantial, la película dirigida por King Vidor en 1949, refleja esta circunstancia vital de conquista de la libertad. Gary Cooper interpreta de forma espléndida a Howard Roark, el héroe de Aynd Rand en su novela del mismo título. Las palabras de Roark en su alegato final tienen el mejor sonido posible para muchos:
El hombre no puede sobrevivir si no es a través de su mente. Llega al mundo desarmado, su cerebro es su única arma. La mente es un atributo del individuo. Es inconcebible que exista un cerebro colectivo. El hombre que piensa, debe pensar y actuar por sí solo. La mente razonadora no puede actuar bajo ninguna forma de coacción. No puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás, no puede ser objeto de sacrificio.
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