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A vueltas con el paro

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Sin casi ninguna duda, la principal tragedia causada por la crisis económica cuya fase depresiva llevamos viviendo un par de años, es el desempleo. Es la frustración de muchas personas, casi 5 millones sólo en nuestro país, que se ven imposibilitadas de conseguir un puesto de trabajo y la fuente de ingresos que tal puesto supone, en muchos casos imprescindible para la supervivencia.

Lo más triste de la situación es que la mayor parte de la gente no comprende por qué está en paro. Imagino que, en muchos casos, los habrá incluso que se culpen a ellos mismos (“no valgo para nada”), aunque siempre es más fácil culpar al empresario explotador que les ha despedido o no les contrata. Como saben muy bien los economistas, la culpa no es de empresas ni de trabajadores.

Y es que el fenómeno del paro es algo ajeno al libre mercado. Veamos un país como España. El que haya cinco millones de parados es como decir que en España ya está hecho casi todo, y no quedan trabajos que hacer. Nada más lejano de la realidad, si comprobamos el estado de muchas calles o la existencia de terrenos sin explotar, o, sin ir más lejos, los cuadros que hay sin colgar en mi casa. Evidentemente, queda mucho trabajo que hacer en España; y siempre quedará, siempre podremos mejorar la satisfacción de nuestras necesidades de una u otra forma.

Entonces, ¿cómo es que hay tanta gente mano sobre mano? Podría ser que no desearan trabajar. Es cierto que la gente confronta el trabajo y el ocio, y sólo trabaja si la utilidad que obtiene de trabajar es superior a la que obtiene de holgar. Pero no parece ser el caso: en España, muchos de los parados están buscando empleo, quieren trabajar, pero no encuentran en qué.

En resumen: hay trabajo por hacer y hay gente deseosa de trabajar. ¿Qué impide que el proceso se consume satisfactoriamente? ¿Por qué no se encajan las piezas del puzzle?

La teoría económica explica que el proceso de encaje entre recursos y necesidades, entre trabajo por hacer y potenciales trabajadores, lo llevan a cabo los emprendedores, o, si se quiere, los empresarios. Estos individuos son capaces de localizar oportunidades en el mercado: recursos que están infravalorados y que se pueden poner a mejor uso. Esto no lo hacen por amor al arte, sino más bien por la posibilidad de quedarse con la diferencia entre ambos valores, si sus previsiones son acertadas (que no siempre lo son).

Esto proceso implica que el emprendedor debe adelantar el pago a los recursos, y correr el riesgo de que sus apreciaciones sean correctas. Pero es fundamental, en todo caso, que perciba un recurso que puede comprar a menos precio del que puede obtener por su venta, una vez tratado.

Uno de estos recursos es el trabajo. Así pues, si no se está produciendo el encaje antes citado, debe de ser porque los emprendedores no ven oportunidades de poner en valor el trabajo potencial; esto es, porque perciben que el trabajo es demasiado caro para lo que se puede obtener de él. Lo situación es tanto más grave si consideramos que el trabajo es un componente imprescindible en cualquier empresa: se puede prescindir de otros recursos, pero no existe empresa sin trabajo.

En esta situación, lo normal es que el precio del trabajo bajara, como el de cualquier otro recurso en situación de exceso de oferta, y así los emprendedores empezaran a encontrar oportunidades para invertir en ese recurso. Habida cuenta de que el número de desempleados sigue creciendo, es evidente que en España tal ajuste no está ocurriendo, y cabe preguntarse por qué. La respuesta es también evidente, y se llama salario mínimo interprofesional (SMI). La obligación de pagar este mínimo por el recurso trabajo impide que el ajuste natural antes explicado se produzca.

Tampoco los dígitos marcados por el SMI bastan para comprender el precio del recurso trabajo: han de acompañarse de toda la legislación de supuesta protección de los trabajadores, entre las que destaca la famosa “Seguridad Social a cargo de la empresa” (que también es a cargo del trabajador), las posibles indemnizaciones por despido o los distintos permisos retribuidos. Todos estos factores incrementan considerablemente la cifra oficial del SMI y dificultan la corrección a la baja del precio del recurso trabajo, y la eventual localización de oportunidades por los emprendedores, que llevaría a la creación de puestos de trabajo.

Siguiendo este razonamiento, debe estar claro que el principal problema del desempleo es el salario mínimo, y, más en general, cualquier regulación que dificulte la función del emprendedor. En este sentido, puede resultar curiosa la continua reivindicación de los empresarios de que baje la indemnización por despido.

Asumiendo, como parece razonable, que dicha bajada no afectaría a los contratos ya existentes, ¿qué más les da el importe de la indemnización? Lo que hace el empresario es tener en cuenta dicho posible pago, y reducir el salario ofrecido al trabajador. Por ejemplo, si originalmente se le pagaría 12.000 Euros/año, y se fija una indemnización de 45 días por año trabajado, la oferta al trabajador se quedaría en 10.500 Euros anuales (aproximadamente) teniendo en cuenta que si se le despide hay que pagarle otros 1.500 por año.

Como se ve, dicha obligación, una vez conocida, se descuenta del salario del trabajador, para mantener el valor que se puede pagar por el recurso. En otro caso, no se le puede contratar. Por eso, desde la perspectiva del empresario, da lo mismo que sea 33, 15 o 45 días por año trabajado.

O daría lo mismo si no fuera por la existencia del salario mínimo, que impide una vez más la corrección a la baja. Así que cuando los empresarios piden la reducción en la indemnización por despido en el fondo lo que están pidiendo es la reducción del salario mínimo. Pero, claro, eso no les debe de parecer políticamente correcto. Y, mientras estamentos políticos, sindicales y empresariales “oficiales” se empeñan en darse de bruces contra las leyes económicas, la tragedia del desempleo crece imparable.

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