Ron Paul es un caso para estudiarlo. Es el único congresista de los Estados Unidos que votó contra la guerra de Irak. Es el único que hace suyos, de verdad, los valores de los padres fundadores de aquel país. El país que querían los Madison, Jefferson, Washington y demás era una nación de hombres libres en Estados libres, unidos por los tenues lazos de las instituciones federales: la presidencia, el Congreso y el Tribunal Supremo.
El presidente, en concreto, tenía como principal misión hacer cumplir la Constitución y dirigir al Ejército cuando el Congreso, único que podía hacerlo, declarase al país en guerra. Ni un asomo del enjambre de agencias que rodean al presidente. Y, desde luego, no concebían la posibilidad de haber ganado una revolución republicana para erigir, andados los siglos, un nuevo Rey.
Paul ama a su país tal como se concibió. No con la tecnología del XVIII, pero sí con sus ideas. Y ha intentado acercar ese ideal a la política con el poderoso aliado de la Constitución, o lo que queda de ella. Recientemente ha pedido que se lleve a cabo la primera auditoría de la Reserva Federal, cuya política es la causa mediata de la crisis financiera que vienen aquel país y el mundo. Y ha pedido en un libro que se cierre la Fed. Su propuesta se ha colocado en el segundo libro más vendido en Amazon de no ficción.
La propuesta parece a muchos descabellada. ¿Es acaso posible? Cuando Gran Bretaña se vio atrapada entre la revalorización de su moneda y el desempleo, ciertos economistas se plantearon la posibilidad de salirse del patrón oro. Los sindicatos, estupefactos, preguntaron entonces: «Pero… ¿eso es posible?». Estamos tan habituados a ver cómo imprimen billetes los bancos centrales, tan habituados a llamar dinero a trozos de papel, que cuesta aceptar la posibilidad de que se disuelvan los bancos centrales y no implosione el sistema y nos devuelva al trueque. Cuesta imaginarse un sistema monetario anterior a la Reserva Federal; pero esa institución no tiene ni un siglo de existencia.
El simple hecho de plantear el debate, de mostrar la posibilidad de que esta agencia, como muchas otras, puede suprimirse sin mayor riesgo y acaso con enormes beneficios, es una gran victoria.
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