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¡Adiós, que me voy, que no me conocéis…!

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Una vez elegidos en las urnas -y hasta las siguientes elecciones-, los electores no podemos despedir a los políticos que nos defrauden o de los que nos cansemos. Ellos, sin embargo, pueden incumplir permanente su palabra y sus promesas -pre y poselectorales-, e incluso dejarnos tirados, sin causa que lo justifique, a las primeras de cambio; dejando en su lugar a otros -formalmente electos en muchos casos, cierto-, pero a quienes casi nadie conoce. Los ejemplos son innumerables: desde los sueños húmedos, de sudor y angustia, de Sánchez, a la estrafalaria forma que tiene la actual cúpula de Ciudadanos de traicionar los acuerdos de gobierno suscritos con el PP, pasando por los insultos parlamentarios de Casado a su otrora “hermano” Abascal y los chuscos sucesos de los últimos días.

Y es que esto de los cambios radicales de opinión de los políticos, en España, es un no parar: Pablo Iglesias nos desconcertaba este lunes, 15, abandonando Moncloa para saltar a la arena electoral madrileña, justificándolo, además, con un solemne “hoy es imprescindible hacer frente a esa derecha criminal” (… de la misma Ayuso con la que compartía cañas cuando la llevaban a La Tuerka) para dejar en su lugar, como Vicepresidenta de la cuota podemita, a Yolanda Díaz, conocida por todos no sólo por sus méritos políticos pre y poselectorales (de por sí inmarcesibles: “la mejor ministra de trabajo de la historia de España”, según Iglesias y los datos de paro que vamos conociendo), sino también por sus dotes didácticas, insuperables al explicar el abstruso arcano de los ERTE.

Sorprendentemente, y como si no se creyesen al exvicepresidente, los opinadores de toda laya se lanzaron, enseguida, a elucubrar sobre las razones reales de ese movimiento: ¿Acabar con Más Madrid? ¿Aprovechar la valía del candidato socialista presentado para darle un revolcón? ¿Desaparecer del foco nacional dado que su presencia en el Ejecutivo está desgastando, según las encuestas, a Podemos? ¿Respuesta a la amenaza que suponen los pactos Psoe-Ciudadanos? ¿Obediencia a un posible chantaje de Sánchez, utilizando información comprometida suministrada por el CNI, o por algún otro país  -sudamericano, quizás-, para quitarse a Iglesias de en medio?

Y es que, en cualquier caso, y aun siendo cierto que los vicepresidentes no son elegidos por el pueblo, ¿acaso se cansó Iglesias de repetir, en su día, que las políticas y derechos sociales y los objetivos de la Agenda 2030 eran lo más importante? De ser verdad, y creérselo ¿cómo es que el supuesto líder, tan seguro de sí mismo, y teóricamente el mayor activo político de “la gente de izquierdas de este país” abandone su cargo de vicepresidente social y ministro del ramo para irse a una Asamblea que rige el destino de mucha menos gente, dejando, además, a una persona de tan acreditada trayectoria? Parece evidente que la preocupación por el votante brilla por su ausencia, por mucho que nos digan.

Pero los censores políticos se planteaban otra cuestión también importante: ¿qué hará Iglesias si no es investido presidente de la Comunidad?  Pregunta oportuna dado que no está claro que pretenda renunciar también a su acta de diputado nacional, y, sobre todo, dada su trayectoria: ya abandonó, en 2015, el parlamento europeo para venir al congreso…  como Errejón o Carmena abandonaron la asamblea madrileña, o Arrimadas el parlamento catalán, sin estar enfermos ni aducir ningún motivo de fuerza mayor que lo justificase.

“Un militante debe estar allí donde es más útil en cada momento”, afirmaba Iglesias -sin explicar si se refiere a utilidad para la organización en la que milita, o para la de los ciudadanos que le pagan el sueldo-, en una postura muy distinta a la de Toni Cantó -también en su día parlamentario nacional reconvertido en autonómico-, quien anunció ayer que dejaba el parlamento al que concurrió como cabeza de lista de su partido, aunque estemos a mitad de legislatura, y aunque esta vez sea para irse a su casa; y todo por desavenencias con la cúpula ciudadana tras la situación abierta en Murcia y en Madrid. Intereses personales, o de partido, o de ambos, pero a los electores a los que convencieron en su día, de nuevo, morcilla.

Es verdad que la política es un arte de lo posible; que las circunstancias cambian, a veces radicalmente; que los ciudadanos, incluidos los políticos, son y deben ser libres de elegir o cambiar de opinión; que ninguna de las actuaciones mencionadas está prohibida por la ley y que, con las elecciones, el pueblo soberano parece convalidar -una y otra vez- los errores, la falta de palabra y las traiciones de unos y de otros.

Pero también es evidente que los electores nos hacemos respetar más bien poquito.

1 Comentario

  1. «Pero también es evidente que los electores nos hacemos respetar más bien poquito.»

    Recuerdo a veces el artículo 29 de la Constitución, sobre el derecho de petición. Luego el Gobierno de Aznar, gran enemigo de la libertad, en 2001 hizo una ley orgánica que dejaba marginado este derecho fundamental olvidado y ocultado. No solo es que no nos hagamos respetar, es que ya hay puestos varios resortes en el mecanismo para que sea muy difícil hacerse respetar.

    Padecemos límites irracionales porque hemos heredado legislación mala, a la cual la generación anterior tampoco pudo oponerse. En vez de esta división entre las generaciones deberíamos concentrarnos en la raíz del problema: la selva legal.


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