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África (y III). Hipopótamos contra guepardos

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África es el continente menos libre de todos. Según clasificación gráfica y algo simplificada del economista George Ayittey, la sociedad africana se divide en dos clases: aquéllos que ostentan y participan de las prebendas del poder político y aquéllos que lo sufren. Los primeros forman lo que él denomina la generación de los hipopótamos (hippos, en inglés) y los segundos, la generación de los guepardos (cheetahs, en inglés).

La generación de los hipopótamos (hippos)

Los llamados hippos son los que han monopolizado el poder político desde la emancipación de los países africanos. Son predecibles; piden siempre más Estado y más ayuda extranjera. Forman parte también de los hippos los intelectuales y los burócratas. Son los que están a favor de mendigar ayudas a organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI y la ONU cuya capacidad de supervisar el dinero entregado es muy limitada y carecen de incentivos para divulgar después los desastres que financian. Quieren preservar el statu quo y no van hacer, ni apoyar de ninguna manera -aunque lo proclamen- las reformas estructurales locales que son necesarias en los países africanos para salir del atolladero.

Los hippos son los que ven que en cada necesidad social un pretexto para acusar al imperialismo actual y una excusa para pedir más ayuda oficial y más intervención pública. Son minoritarios pero poderosos. Desde la independencia de los países africanos ubican la necesidad de cambio siempre en otras personas en lugar de imponer la carga del cambio en uno mismo. Los hippos son también los empresarios amigos del poder y enemigos de la competencia que han succionado sistemáticamente la vitalidad económica de su propia gente. Son las élites que continúan vampirizado África desde su supuesta descolonización.

Como ha señalado muy certeramente el periodista ugandés Andrew Mwenda, el problema del continente africano es que se ha distorsionado la estructura entera de incentivos de los gobiernos al no depender sus ingresos tributarios de la actividad de las fuerzas productivas de su propia nación sino de las ayudas internacionales. Éstas se han apropiado de los esfuerzos empresariales de los africanos al hacer que lo más rentable sea convertirse en un buscador de rentas con el fin de obtener momios del Estado y sus donantes. Se torna difícil encontrar oportunidades para comerciar o trabajar en el sector privado ya que el entrono político e institucional actual es beligerante con los negocios autóctonos particulares.

Las políticas de gasto de los hippos no hacen sino alimentar sus cuentas bancarias en el exterior y acrecentar la estructura del sobredimensionado Estado. Los hippos son los destructores de sus monedas locales y también las fuerzas extractivas de los países africanos en el sentido dado por Acemoglu y Robinson en su célebre libro Why nations fail.

La generación de los guepardos (cheetahs)

En contraste con lo anterior están los denominados cheetahs. Son los que están a favor del emprendimiento, la competencia y la iniciativa privada. No esperan ya que el gobierno les vaya a resolver sus problemas. Desean una decidida integración con la globalización. Piden, por tanto, que las barreras comerciales internas e internacionales sean suprimidas, así como las perniciosas ayudas externas. Son los que ven en cada necesidad social una oportunidad de negocio. Son ágiles y austeros. Generan gran parte de la riqueza del país que no está en los libros contables oficiales. 

Rechazan por obsoleto que todo problema africano sea analizado bajo el paradigma del "colonialismo-imperialismo". Los cheetahs, libres de estorbos de dicha jerga populista, son capaces de analizarlos con mucha mayor claridad y precisión. Saben que sus problemas y fracasos no vienen del capitalismo ni del imperialismo, sino principalmente de sus propios y cleptócratas gobernantes que bloquean tanto la aparición de la inversión productiva como de la innovación y se enriquecen sin traer apenas desarrollo a su propio país. Los guepardos son los hombres y mujeres de África que huyen del Estado para encontrar en otros ámbitos sociales distintos una vida colectiva con sentido, la cual estiman en gran medida.

La salvación y desarrollo de África no vendrá jamás de los hipopótamos, sino de la generación de los guepardos. Los cheetahs, a falta de los imprescindibles derechos de propiedad legalmente reconocidos, son los que forman el sector informal y tradicional de la economía africana, es decir, la inmensa mayoría de la población del continente. Saben que la agricultura es el sector más importante del continente por lo que perciben las ayudas a la agricultura de los países desarrollados como el mayor obstáculo a su desarrollo interno.

Son también los africanos de la moderna diáspora alrededor de África y del resto del mundo que han tenido que abandonar sus países respectivos por falta de oportunidades. Representan lo mejor de la tradición africana de libertad y perseverancia. Condenan el nepotismo, los abusos de poder, la rapiña y la falta de transparencia de los hippos.

Los cheetahs son los constructores del futuro de África. Están desplegando una revolución silenciosa de esfuerzo, trabajos y pymes que está rellenando el deprimente foso dejado por los malos gobiernos. Aportan experiencia. Sus inversiones son modestas pero productivas, a diferencia de lo que sucede con las de los hippos y sus aliados (FMI y BM).

Los gobiernos de la mayoría de los 54 países africanos, con independencia de su régimen político, son meros negocios corruptos, más afines a la mafia que a los servicios públicos. En una ocasión, un jefe tribal de Lesotho confesó que los problemas que tenían en su país eran fundamentalmente dos: las ratas y el gobierno. Los cheetahs creen que el libre comercio, la libertad de desplazamiento, de reunión y de opinión forman parte de su propia herencia africana y de sus instituciones indígenas. Juzgan a los influyentes expertos en desarrollo como personas cándidas cuando proponen a los hippos la mera implantación de medidas e instituciones extrañas al cuerpo social africano. Nunca funcionarán.

Es necesaria una mayor consideración de las asambleas tribales locales, demás instituciones tradicionales y de las necesidades reales de las poblaciones para que no siga creciendo la distancia entre los gobiernos y la gente. Sin deseo de volver ciega y románticamente hacia el pasado, ni de legitimar muchas costumbres arcaicas que son ya inasumibles para la racionalidad crítica moderna, las estructuras políticas tradicionales tienen sin embargo aún mucho que decir para la futura cohesión del continente.

La formación de un Guepardo africano: el caso diamantino de Botswana

Botswana ofrece un caso único de alternativa de gobierno efectivo en África. Ha sido de los pocos en no despreciar la tradición de valores democráticos autóctonos tras la independencia, pudiendo, así, allanar la transición hacia su democracia moderna.

A esto se unieron sus acertadas políticas mantenidas en el tiempo, las más amigables de África con el mercado, la propiedad privada y la rule of law. También embridó su gobierno el gasto público y, en consecuencia, la presión fiscal. Fue empeño de sus dos gobernantes principales, Seretse Khama y Festus Mogae, el alejarse de todo radicalismo, así como sostener valores de la democracia liberal y el hacer de Botswana un país acogedor para los negocios, las inversiones y los turistas. Su antigua institución de la Kgotla (asamblea para deliberar asuntos locales, impartir justicia, celebrar casamientos, etc.) sigue aún jugando un rol esencial en la convivencia de la sociedad botswanesa. Desde su independencia en 1966, y a diferencia de otras naciones africanas, ha conseguido compaginar con éxito su tradición con un constante crecimiento en una senda de pacífica coexistencia, sin diseños megalómanos y con no pocas dosis de pragmatismo y buen sentido.

A pesar de contar con yacimientos diamantíferos, su verdadero tesoro es otro: el que su gobierno, desde que dejó de ser protectorado de Reino Unido, haya dado participación a su sociedad civil preservando, al mismo tiempo, un entorno de seguridad jurídica y económica.

La experiencia de Botswana nos enseña que hay que invertir sobre todo en las instituciones locales, no en sus líderes. El economista congoleño John Mukum Mbaku nos recuerda que la solución a los problemas de África vendrá, no de las instituciones importadas de Occidente, ni tampoco sólo de sus meras instituciones indígenas, sino de sus propias soluciones endógenas de abajo a arriba surgidas de reformas graduales serias y sensatas que liberen y den seguridad jurídica a la sociedad civil para desatar la acción humana y la función empresarial autóctona que atraiga inversiones y permita adaptarse a su manera a la modernidad, al capitalismo y a las posibilidades que ofrece la presente globalización.

Nada se conseguirá limitándose a culpar las potencias extranjeras por aprovecharse de las consecuencias de la calamidad interna africana como denunció en su momento Walter Rodney, proponiendo ideologías fallidas como el afrocomunismo y otros fundamentalismos supuestamente buenistas o sugiriendo la desconexión de la economía internacional por intercambio desigual tal y como recomienda insensatamente Samir Amin. Sus efectos serían bastante peores que los males que pretenden evitar. La cruda realidad es que el abrumador volumen de comercio e inversión de los países ricos se dirige a otros países ricos, no a los países pobres. Se trata de que estos últimos puedan integrarse cada vez más en aquellos flujos y, de paso, vaya creciendo poco a poco allí la deseable clase media para alcanzar la prosperidad hasta ahora vedada en buena parte del África subsahariana.

Tal y como argumenta Thomas Sowell, muchos de los problemas actuales de África son internos, por más desagradable políticamente que esto sea para los habitantes de esos países o para las personas del mundo occidental que prefieran otras explicaciones.


Este comentario es parte integrante de una serie publicada acerca de los factores internos causantes de los problemas actuales de África (cleptocracias despóticas, ideologías equivocadas, fragilidad institucional, libertad secuestrada, abuso de poder, guerras civiles) así como sus posibles soluciones endógenas (reconocimiento y adaptación de las instituciones autóctonas, paz y seguridad jurídica, limitación de los poderes ejecutivos, liberar y permitir a la sociedad civil actuar en todos los ámbitos). Contradice el diagnóstico que carga, sobre todo, las tintas en los factores exógenos como explicación del origen de los primeros (neocolonialismo exterior, imperialismo, comercio internacional) y como opción más recomendable de las segundas (ayudas externas, reformas patrocinadas por el FMI o el BM). Para una lectura completa de la serie, ver también I y II.

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