Entrevista a Agustí Bosch, licenciado en Economía y profesor de Ciencia Política en la Universitat Autònoma de Barcelona, para conocer en mayor detalle algunas de las claves que nos permiten entender algunos de los aspectos más interesantes de la política española.
Hay una larga literatura que trata de las variables individuales y contextuales que afectan al hecho de ir a votar o no. El peso de cada una de estas variables ha ido cambiando con el tiempo, y en la actualidad parece que las variables contextuales permiten explicar mejor que las individuales algunas dinámicas de participación política y, sobre todo y más concretamente, electoral. ¿Es esto así? ¿Qué nos dice la evidencia más reciente?
Efectivamente, la literatura académica ha visto incrementar los análisis de la influencia de las variables contextuales sobre la participación electoral. Este tipo de variables estaban infraestudiadas en la tradición de estudios de encuesta y, por un mero efecto péndulo, es lógico que empiecen a ocupar la notoriedad que les corresponde. Pero yo no creo que esta “moda” sea debida a que las variables contextuales permitan explicar la participación electoral mejor que las individuales. Creo que es más bien debido a que son variables más maleables. Con esto último quiero decir que puede resultar difícil que se alteren las condiciones personales que pueden estimular la participación de un elector y que se ven reflejadas en esas variables individuales. Por ejemplo, el nivel de estudios de un adulto difícilmente cambiará entre elecciones, su clase social solo lo hará a muy largo plazo, y su género se mantendrá inalterado en la casi totalidad de electores. En cambio, sí que es realista que el contexto en que se libran las campañas electorales sea alterado, cambiante o manipulado. Por ejemplo, la coyuntura económica en que se encuentra el país es distinto en cada convocatoria electoral, el nivel de crispación mediática se puede modular, por no hablar de la gravedad de la pandemia u otras circunstancias que se ven reflejadas por las variables contextuales. La alteración de esas variables permite, a su vez, alterar el nivel de participación electoral y eso es muy relevante para una gran cantidad de personas e instituciones. En definitiva, creo que el estudio de la influencia de las variables contextuales sobre la participación electoral está de moda debido a su mayor relevancia política, no debido a su mayor capacidad explicativa.
Otra vez, pongamos un ejemplo. Las personas con discapacidad visual (variable individual) votan menos que la media. Esta es una regularidad triste pero –ya que la mayor parte de personas con discapacidad visual seguirán siéndolo en las próximas elecciones– también es una regularidad bastante inmutable. Pero lo que sí muta es el repertorio de facilidades que las instituciones ponen a disposición de las personas con discapacidad visual para que puedan votar con cierta comodidad (variable contextual). Que existan papeletas braile, que los colegios electorales sean accesibles, etc., son contextos que pueden suponer un gran incremento en la participación electoral de este colectivo. Y por tanto, son asuntos muy relevantes para ser analizados científicamente. No obstante, su impacto sobre la participación electoral de este colectivo siempre será menor que el impacto que genera su condición de personas con discapacidad visual. La variable individual explica mejor el fenómeno que analizamos como académicos (la participación electoral), pero la variable contextual es más relevante para nosotros como civilización que persigue la integración de las personas con discapacidad visual.
En un artículo académico publicado recientemente en la European Political Science Review, comenta cómo se han intercalado etapas de «izquierdización» y «derechización» del electorado español desde el gobierno de Felipe González. ¿Quiere esto decir que el electorado español está poco ideologizado y tiene poca fidelidad de partido? ¿Cree que la polarización ideológica y la polarización afectiva pueden tener algo que ver en esta fluctuación?
Esta fluctuación no es propia de países poco ideologizados o con escasa fidelidad, sino que se da de manera bastante generalizada en todo el mundo. Tampoco es especialmente propia de etapas muy polarizadas. Por el contrario, esta fluctuación se explica a través de lo que llamamos un mecanismo termostático: cuando un gobierno de izquierdas aumenta continuamente el gasto público implementando políticas de mayor intervención estatal, entonces cada vez más ciudadanos se vuelven partidarios de una disminución del gasto público y el electorado se desplaza hacia derecha. La opinión pública actúa como un termostato político que intenta parar el gasto público cuando este ha aumentado y, contrariamente, intenta generar mayor intervención estatal cuando este ha disminuido. Es decir, las políticas de izquierdas hacen que los españoles se vuelvan de derechas y las políticas de derechas hacen que los españoles se vuelvan de izquierdas.
Este “policy mood” también tiene una clara relación con los resultados electorales. Todos los vaivenes electorales estudiados (menos el del 1982) provienen de largos periodos de desplazamiento continuado del estado de ánimo político. Aznar reemplaza a Felipe González en las elecciones de 1996 después de un larguísimo desplazamiento de las preferencias políticas. Igualmente, Zapatero reemplaza Aznar en las elecciones de 2004 después de una clara izquierdización del electorado español, especialmente durante la última legislatura. Y Rajoy sustituye Zapatero en las elecciones de 2011 después del cambio más repentino en las preferencias de los españoles. En solo siete años, el desplazamiento hacia la derecha del electorado español tiene una magnitud casi comparable en toda la época González. Ciertamente, todos estos vaivenes fueron influidos por factores coyunturales, pero en todos ellos también había un efecto ideológico de fondo a largo plazo.
También es importante destacar que los sucesivos gobiernos españoles han reaccionado ante el estado de la opinión pública de manera muy diferente a como lo han hecho, por ejemplo, los gobiernos de los EE. UU. Allí, los gobiernos responden a los cambios en las preferencias políticas de los ciudadanos acomodando sus políticas a la nueva realidad de la opinión pública. En cambio, en España, los gobiernos han sido incapaces de amoldarse. O quizás no han querido hacerlo por obstinación ideológica. Esto implica que, durante largas etapas del periodo estudiado, España ha sufrido gobiernos no representativos. Y la única manera que han tenido los españoles para forzar la recuperación de la representatividad de sus gobiernos es a través de un mecanismo fuerza más traumático: forzar el reemplazo de los gobernantes en un vaivén electoral.
Centrándonos en la cuestión de las elecciones, me gustaría hacerle una pregunta más general y otra más específica y dirigida a analizar los posibles resultados del próximo 4 de mayo. En primer lugar y analizando no solo las encuestas de estas próximas elecciones sino también lo que ha sucedido en los últimos años, ¿existe un hueco para un partido de centro, o son sus votantes más proclives a quedarse en casa (son más proclives al voto dual o al abstencionismo diferencial) que el resto?
El sistema español de partidos es bastante impermeable a los partidos verdaderamente centristas. Eso pasa porque la gran mayoría de circunscripciones españolas escogen muy pocos diputados al Congreso. Si dejamos de lado las provincias de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante y Sevilla, las demás escogen tan pocos diputados que solo llegan a obtener representación dos o tres partidos. Los partidos centristas, generalmente pequeños en toda Europa, tienen muy difícil acceder a la representación parlamentaria en circunscripciones tan pequeñas como estas. Y eso deja muy poco espacio para consolidar un partido centrista en las Cortes Generales. Las opciones de disponer de un partido centrista podrían ser mayores en las elecciones autonómicas, municipales y europeas (con circunscripciones mucho más “permisivas”) pero es muy difícil que un partido sobreviva a largo plazo en esas elecciones sin una representación sólida en el Congreso de los Diputados y sin una presencia ostensible en el conjunto de la política española.
Ciertamente, España ha conocido coyunturas excepcionales en las que algunos partidos centristas han obtenido buenos resultados, pero un partido se consolida a largo plazo, no en momentos irrepetibles. Y ante la perspectiva habitual de no disfrutar de una oferta centrista de garantías, los votantes centristas han optado a menudo por quedarse en casa u optar por el mal menor.
Por otro lado, la Comunidad de Madrid tiene una ley electoral propia que establece una barrera legal del 5% para obtener representación. ¿Cómo afecta ésta en la composición de la asamblea? ¿Hace que el parlamento autonómico sea más proporcional que en otros sitios, o menos?
La ley electoral de la Comunidad de Madrid tiene dos elementos que actúan en sentido contrapuesto: la magnitud de la circunscripción y la barrera legal. La magnitud de la circunscripción es enorme (la mayor en cualquier elección que se haga en España) lo cual implica que deja entrar a muchos más partidos que los dos que aspiran a obtener la presidencia de la Comunidad. Y esa gran permisividad de la circunscripción madrileña conlleva que la proporcionalidad pueda llegar a ser máxima. Proporcionalidad máxima significa que los partidos pueden llegar a obtener un porcentaje de escaños casi idéntico a su porcentaje de votos. Curiosamente, eso no pasa nunca en el Congreso de los Diputados donde los dos partidos grandes siempre han obtenido un porcentaje de escaños mucho mayor que de votos y los partidos medianos siempre han obtenido un porcentaje de escaños mucho menor que de votos.
La barrera legal del 5% actúa como contrapeso y rectificación a esa permisividad. La lógica del 5% es que asignar un porcentaje de escaños casi idéntico a su porcentaje de votos está bien para casi todos los partidos… excepto para los muy pequeños, que fragmentan innecesariamente el sistema de partidos. Razón por la cual son excluidos del reparto.
Por tanto, respondiendo a la pregunta, el Parlamento autonómico es muy proporcional, excepto para los partidos muy pequeños. La berrera legal ciertamente restringe la proporcionalidad, pero lo hace partiendo de un nivel extremadamente alto, por lo que el resultado final no es tan perverso como en el Congreso de los Diputados.
Por último, también sobre las elecciones del próximo 4 de mayo. ¿Cree que en la Comunidad de Madrid se produce (o se puede producir) un voto dual, como el que en tiempos se daba en Catalunya o el País Vasco?
Es cierto que se puede estar produciendo un voto dual, ero más bien entre partidos algo marginales. Por ejemplo, parece evidente que los votantes de Más Madrid en las autonómicas y municipales votan a otros partidos en las elecciones generales. También puede estarse produciendo un fenómeno parecido (llamado abstención diferencial), que es lo que sucedía realmente en la Cataluña de los años ochenta y noventa según diversas investigaciones. Entonces, los votantes de CiU llegaban mucho más animados a las elecciones autonómicas (con su candidato preferido, con claras expectativas de victoria, etc) que no a las elecciones generales. Y por eso su nivel de participación electoral era máximo. Contrariamente, los votantes del PSOE llegaban con los ánimos contrarios y votaban mucho más en las generales. La abstención de unos en las autonómicas y la abstención de otros en las generales generaba una apariencia de voto dual en los resultados agregados. Pero los electores no alternaban el voto a unos y otros, simplemente se turnaban en la abstención.
Actualmente Madrid puede ser una nueva Cataluña en varios sentidos. El único que nos ocupa aquí es que los simpatizantes del PSOE han llegado tradicionalmente a las autonómicas madrileñas mucho más deprimidos de lo que llegan a las generales y, por tanto, su probabilidad de abstenerse ha sido mucho mayor. El peor resultado del PSOE en las elecciones autonómicas se explicaría porque sus simpatizantes se quedan en casa, no porque se pasen al enemigo.
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