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Algunas cuestiones disputadas del anarcocapitalismo (LXVI): Sobre la defensa del Estado (III)

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Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Si quieres cambiar algo, construye un modelo nuevo que haga obsoleto el actual”

Buckminster Fuller

Los defensores del anarcocapitalismo son muchas veces acusados, con cierto grado de razón, de no tener los pies en la tierra. Esta acusación la reitera en su escrito el autor Ramón Audet. Veamos pues si dicha acusación se sostiene y por lo tanto dedicaré este artículo a exponer mis impresiones sobre esas consideraciones que, repito, no van desencaminadas, pero no por ello son a mi modesto entender correctas. Depende de en qué plano estemos hablando.

En primer lugar, tal y como yo entiendo el anarcocapitalismo no es tanto un programa de acción política como una herramienta intelectual para descubrir los fallos en las organizaciones estatales e imaginar o buscar en el pasado posibles respuestas a los problemas que plantea el estatismo. Esta aproximación busca, en efecto, la consistencia intelectual más que la factibilidad de las propuestas, pero no por ello deja de elaborar ideas y proyectos que sirvieron o pueden servir en el futuro para organizar la vida en común. Entendemos pues que el ser humano es un ser social, que no es lo mismo que un ser político, pues también defendemos la especie de que vivir en sociedad no implica necesariamente estar sometido forzosamente a los designios de otras personas. Lo que se trata es pues de intentar diseñar formas de convivencia eliminando la coerción en la medida que sea posible.

Una de las aportaciones principales del anarcocapitalismo es la de recuperar el interés en el estudio del Estado dentro de las ciencias sociales, que había sido abandonado casi por completo, salvo alguna rara excepción. En este ámbito de estudio la necesidad de la intervención se daba por supuesta y no existía ningún debate al respecto. Oculto bajo eufemismos como el legislador o el regulador este aparecía como una suerte de ente benevolente que tomaba decisiones sobre cada vez más aspectos de la vida social y lo único que se discutía era si el tipo de intervención era o no la adecuada. Otros, algo más realistas, acostumbraban a ser más pesimistas, como los teóricos de la elección pública, quienes veían a los actores gubernamentales como actores que buscaban su propio provecho en la misma línea que los actores empresariales y se dedicaban al diseño de mecanismos constitucionales para limitar los males que el Estado podía provocar con su actuación. Autores como James Buchanan, Robert Nozick o Yoram Barzel escribieron libros muy sofisticados con todo tipo de propuestas para “atar las manos al Estado”. Pesos y contrapesos, contratos sociales, constituciones fiscales o incluso la contratación de “podestas” fueron algunas de sus imaginativas ideas para controlar al Leviatán, pensando que estas podrían limitar su poder.

No tuvieron en cuenta que los que debían hacer cumplir las limitaciones son los mismos que están “atados” por las mismas y que a medio plazo aprendieron a burlarlas. Poco realista es suponer, por ejemplo, que jueces nombrados por los políticos van a limitar a quienes los pusieron en el cargo. Los norteamericanos tienen buena experiencia de como funcionaron estos pesos y contrapesos, pues su leviatán particular no ha dejado de crecer desde sus inicios. Reconozcámsoles, eso sí, que lo ha hecho a un ritmo algo menor que el de otros Estados. Pero la propuesta de limitar a los Estados con leyes y normas no parece ser muy realista.

Como poco realista es suponer que dichos Estados tienen sus orígenes en una suerte de pacto idílico entre la ciudadanía para construirlos. La idea beatífica de un pacto o contrato social no sólo no se sostiene de acuerdo con la ciencia o la arqueología (esta como bien apuntan Stanislav Andreski o Henri Frankfort lo que muestra son cabezas aplastadas por mazas en las localizaciones donde se estima que surgieron los primeros poderes políticos) sino que no se sostiene jurídicamente siguiendo la teoría del contrato que se quiera, como bien argumentó Lysnader Spooner en su Sin traición. Estoy seguro de que ninguno de los lectores de esta página ha firmado tal contrato y de hacerlo no me pueden indicar a quien reclamar en caso de incumplimiento, salvo al propio Estado. Extraño contrato es ese.

Cierto es que muchas de nuestras propuestas son más que utópicas irrealistas. No son utópicas porque se puede rastrear su existencia en el pasado o en presente. El viejo Schumpeter afirmó en un célebre artículo, “La crisis del Estado fiscal”, que si bien cualquier actividad hoy prestada por el mercado fue estatal en algún sitio o en alguna época a la inversa también es cierto. Es decir, cualquier actividad hoy estatal fue prestada por el sector privado o la sociedad civil en algún lugar, sea en otro o en nuestro tiempo. Pero si son irrealistas porque no es legado aún el tiempo de reformas tan radicales. Primero hay que pensarlas y luego ensayarlas a pequeña escala, y de ser buenas no cabe duda de que con el tiempo serán imitadas, como aconteció con el propio desarrollo de la economía capitalista. Y de no serlo se abandonarán o se buscará ver que se fracasó.

Pero dicho esto cabría discutir cuales son los logros del liberalismo actual, por lo menos en nuestro entorno cultural. Supuestamente tienen los pies en la tierra y sus propuestas son políticamente más razonables. Es más, con muchas de ellas estamos de acuerdo y no se puede alegar que no simpaticemos con ellas. Desde luego los últimos cien años no son para echar cohetes. El señor Audet cita entre otras la despenalización de las drogas. Hace más o menos cien años aún eran legales todas ellas en nuestro país, incluidas drogas duras como los opiáceos o la cocaína (con anuncios de marcas y calidades en la prensa de la época).

Hoy en día se lucha con grandes esfuerzos por despenalizar parcialmente el cannabis. Los impuestos y las regulaciones son mucho más altos que hace cien años y sin visos de que se reduzcan. Si bien hubo ocasiones  en la que se produjeron pequeñas reducciones, la tendencia histórica es a su incremento. Se usan incluso justificaciones a la intervención de nuevo cuño, adaptadas a los tiempos modernos,  como las que se refieren al medio ambiente, que afectan cada vez más a nuestra vida particular, desde el transporte a la alimentación.

Veo que en España el salario mínimo no sólo no se elimina sino que no deja de crecer y las reformas laborales no  sólo no son liberalizadoras sino que estos días pudimos ver como se retocan a la contra. La libertad de expresión tampoco vive  su mejor momento ni la política exterior sigue los principios liberales que marcaba un Von Mises. Sólo en el ámbito de la identidad sexual y de costumbres se puede notar algún vestigio de liberalismo, y aún así me temo que este tipo de libertades es usado a veces de forma torticera, con el fin de reforzar el poder del Estado que se convierte en  ocasiones en el promotor de las mismas por razones ajenas al del mero incremento de la libertad. Esto por supuesto no quiere decir que algún territorio, la Comunidad autónoma de Madrid por ejemplo, no se hayan ensayado ciertas medidas liberales, que por comparación la hacen parecer como una suerte de paraíso fiscal. Pero la tendencia general por lo menos en nuestro entorno es a una congelación o a un leve retroceso en las libertades. Los índices de libertad económica así parecen reflejarlo.

Muchas de las propuestas liberales a pesar de ser moderadas y aparentemente razonables tienen la misma posibilidad a corto y medio plazo de ser ejecutadas que las nuestras, esto es ninguna. Pero con el agravante de que siguen reconociendo que el actual modelo estatista puede ser reformado desde dentro. Bastarían, según ellos, unos cuantos políticos imbuidos de buenos principios y decididos a llevar a cabo programas liberales razonables para que estas se llevasen a cabo y lentamente avanzar hacia una sociedad liberal.

A lo que conduce esto, casi sin excepción, es a decepciones sin fin. Observan complacidos gobernantes usan de retóricas liberales de tomar el poder y que al poco de llegar al poder olvidan, en el mejor de los casos, lo prometido y dejan todo más o menos como estaba. En el peor de los casos, y casi siempre por desgracia los más frecuentes, incrementan aún más el intervencionismo o los impuestos. No es necesario poner ejemplos, pues todos los que me puedan leer seguro que saben poner ejemplos.

Por supuesto lo hacen por necesidades objetivas o por mejorar la maltrecha salud del Estado, causada por los gobiernos anteriores. Porque esta es otra, los liberales no sólo no erosionan la legitimidad del Estado, que es una de las mejores maneras de limitar su intervención, sino que la refuerzan con su retórica del Estado limitado o del constitucionalismo y la división de poderes. La consecuencia es que los liberales no sólo no avanzan, sino que en el mejor de los casos luchan por mantener las cosas como están, lo que es muy mala manera de llevar a cabo un programa.

Nosotros está claro que no tenemos lo pies en la tierra, pero ¿los tienen los liberales con su estrategia? ¿Cuáles fueron sus éxitos en nuestro entorno? Me gustaría también saber cuál ha sido su éxito en la difusión de su ideario ya que a nivel de políticas públicas no parecen tener mucho de lo que presumir. Dado que son tan razonables y moderados no cabe duda de que tanto la intelectualidad como las masas deben a estas alturas sino ser dominantes si contar con una nutrida representación, que yo no veo por ninguna parte, a pesar de que ellos si están legitimados según el señor Audet para poder expresar sus opiniones en universidades y centros de estudio. Sólo hay que ver programas y libros de texto en institutos y facultades para percatarse de que muy poco se ha logrado en este ámbito.

Dicho esto, no quisiese que este texto pasase por un ataque al liberalismo o quienes lo defienden en nuestro país. No tengo más que respeto y consideración por ellos y con muchos me une buena amistad. Intentan hacer lo que pueden dentro de este marco y abren debates que antes no se producían. Por ejemplo, no recuerdo nunca que se haya abierto un debate del salario mínimo como el que ahora se está dando. Antes era aceptado de forma acrítica incluso por sectores conservadores y ahora no. incluso en prensa y medios de comunicación mainstream se cuestiona de forma cada vez más abierta. Otra cosa es que hayan conseguido frenarlo, pues como antes se ha apuntado esto es algo muy difícil de conseguir, no solo porque otros actores poderosos como jueces o sindicatos y patronales parecen preferir el actual marco. Muchos liberales tampoco tienen los pies en la tierra y piensan que por explicarle a determinados líderes políticos el contenido de La economía en una lección de Hazlitt estos se darán cuenta de su error y revertirán sus políticas. También es bueno hacer notar a veces el poco realismo de sus propuestas.

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