Skip to content

Algunas cuestiones disputadas del anarcocapitalismo (XCI): la corrupción y el Estado

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Se discute mucho en España acerca del último escándalo de corrupción. Está referido a la compra de mascarillas sanitarias en el contexto de la epidemia del COVID. Como son materia sub judice, no me voy a pronunciar si las acusaciones de la UCO de la Guardia civil  tienen o no fundamento. Sólo dispongo de la información publicada en los medios. Tampoco quiero especular si responden a algún tipo de luchas por el poder dentro del partido socialista o entre los distintos poderes del estado, enfrentados entre sí por la cuestión de la amnistía a los delitos derivados del proceso independentista catalán.

Sólo quisiera hacer un análisis del caso que, como siempre se reduce a un caso concreto, se señala a los culpables como una especie de ovejas negras dentro del partido afectado y se ataca al partido rival diciendo que ellos son aún peores. Nada nuevo. Este análisis algo más detallado y no circunscrito al estado español nos haría ver que es precisamente en tiempos de crisis cuando este tipo de conductas se hace más frecuente por la mayor laxitud en los controles en estas circunstancias.

Corrupción en la guerra

Analícese con cierto detenimiento el comportamiento de los políticos en tiempos de guerra. Ya  desde los romanos (Lauro Martines en su Tiempo de guerra  es un excelente ejemplo histórico, centrado en los  tiempos del renacimiento y el barroco) se observa cómo se aprovechan por todo tipo de desaprensivos, obviamente vinculados al poder político, para hacer negocio con los suministros necesarios para la guerra. E incluso en el comercio de tales insumos con los enemigos.

Hay abundantes historias al respecto relativas a prominentes y muy conocidas dinastías norteamericanas que relatan este tipo de comercios y corruptelas en tiempos de las dos grandes guerras mundiales. No sería de extrañar, por tanto, que pudiese abundar la corrupción en los tiempos del COVID, y no creo que tal fenómeno se hubiese circunscrito a España, en el caso claro está  de que  pudiese probardse que este fenómeno se hubiese dado en el seno de nuestro estado.

La corrupción, instrumento del Estado

Pero me interesa más en este artículo destacar la funcionalidad que para un estado, cualquiera de ellos puede tener la corrupción como instrumento para facilitar la coordinación de los individuos que componen el mismo. No discutiremos aquí, lo dejaremos para algún artículo posterior, si la corrupción tiene o no su origen en la intervención estatal en la vida económica o social, aunque es obvio que algún tipo de relación existe. Me interesa más la funcionalidad de las prácticas denominadas habitualmente como corruptas. En puridad no todas lo son. Podríamos hablar también de una corrupción activa y otra de carácter defensivo, algo que también dejaremos para algún análisis ulterior.

En artículos antiguos enfatizamos en el carácter anárquico que opera en el  interior de los estados y afirmamos que esta coordinación se basa bien en compartir ideas comunes, en ideologías, bien en intereses económicos compartidos por sus miembros, o por ambos a la vez. Cuando analizamos estos factores de coordinación podemos encontrar también aspectos más siniestros, como el chantaje. Éste también merecería un capítulo aparte. Pero en puridad no lo considero como uso de la fuerza, o el uso de prácticas corruptas, que si bien emparentado también con el chantaje creo que merecería también un análisis aparte. De lo que se trata es pues de determinar si la corrupción puede ser en determinados casos o en determinados páises ser funcional para la coordinación de los distintos grupos que conforman un estado.

La corrupción «necesaria»

Un estado podría funcionar sin corrupción. De hecho, en algunos de ellos, si bien no se ha erradicado del todo, sí que se ha minimizado mucho. Y se circunscribe sólo a espacios muy limitados del aparato estatal, como la venta de armas o de infraestructuras a otros países. Países que aún funcionan con elevados grados de corrupción, y pudieran por tanto exigirla a la hora de contratar, o están excluidos por alguna razón del comercio normal. Es el caso de estados en guerra o estados sancionados internacionalmente.

En estos casos, el comercio honrado es imposible. Y por “razones de estado” o de interés económico se produce este tipo de intercambio. Puede generar grandes cantidades de “dinero negro”. También se establecen relaciones personales con gente dedicada a la intermediación en este opaco mundo. Esa gente puede después comprometer a los políticos encargados de estos menesteres.

Son frecuentes los escándalos de este tipo que vinculan en ocasiones a jefes de estado o miembros de la realeza, en estados en los que aparentemente la corrupción es muy baja. Los viejos escándalos de la Lockeed, o de los diamantes de Bokassa que afectaron al estado francés son buenos ejemplos. Me temo que siguen ocurriendo. Y que cuando, con el tiempo, se estudien las guerras actuales, como las de Ucrania, se descubrirá algún escándalo de este tipo. Pasará rápidamente al olvido, salvo que se use como munición en alguna batalla interna dentro de la clase política.

Mantener a los políticos y a sus organizaciones

Puede que este tipo de corrupción se acepte en mayor o menor medida por la población y no despierte excesivo escándalo. Pero ello no obsta para que se reconozca que los estados, incluso los más aparentemente ejemplares, hacen uso de ella. Lo hacen porque facilita sus objetivos de obtener fondos para sus empresas, sean públicas o “estratégicas” o para obtener ventajas en el tablero geopolítico mundial. Sin contar, claro está, que el dinero obtenido por esos medios alimenta intermediarios bien conectados o incluso políticos. Es dinero que no puede declararse legalmente y es de entender que reclamen algún tipo de compensación por los riesgos asumidos.

Peor vista, en cambio, la corrupción más frecuente en nuestro entorno cultural. Esto es, la que afecta a la financiación de los partidos políticos o a la remuneración de sus dirigentes. Una consideración que les afecta mientras están en ejercicio de sus cargos, pero también cuando los abandonan. Los partidos son organizaciones anárquicas en las que son frecuentes los abandonos y las traiciones. Al tiempo son estructuras caras de mantener, no sólo para pagar a sus funcionarios sino por los cada vez más elevados costes de las campañas electorales.

Incentivos para la colaboración en la corrupción

Además, para llevar a cabo ciertas actividades corruptas, es necesaria cierta coordinación entre los actores que la lleven a cabo; desde el que se encarga del cobro al cargo político con responsabilidades en el gobierno que efectivamente hace la compra o la concesión. Esto no quiere decir que todos los partidos políticos sean necesariamente corruptos. Ni que todos sus cargos lo sean. Sólo que en un momento dado esta división del trabajo favorecida por la existencia de una organización podría serles funcional a líderes carentes de escrúpulos.

Es un fenómeno también extendido por todo el mundo. Se puede contrastar en series políticas como Baron Noir, con usos semejantes en muchos países. Quizás sea porque este tipo de prácticas, como muchas otras, las aprenden unos de otros. Y las adaptan a las circunstancias y características de cada lugar. El problema añadido es que, por lo que se conoce, en las distintas causas judiciales de financiación de partidos no todos los fondos obtenidos se dedican a la organización. Los intermediarios y cargos se reparten parte de él.

A efectos de los que estamos analizando aquí, estos recursos extra obtenidos por cargos y líderes corruptos sirven como una suerte de “incentivo selectivo” por usar la terminología de Mancur Olson. El incentivo garantiza la lealtad de estos miembros del partido a sus líderes. Primero, porque están contentos con los rendimientos que obtienen. Y segundo, porque temen que en caso de cambiar de bando, sus corruptelas se denunciarán por quien mejor las conoce y que normalmente las tiene documentadas. De esta forma, temerá perder no sólo su carrera dentro de la clase política sino también el verse inmerso en procedimientos penales.

El grave problema de contar con miembros honrados

La corrupción, de esta forma, garantiza la fidelidad de algunos miembros clave del partido. Y evita tentaciones de cambio de alianza o de partido. Ello garantiza la estabilidad de liderazgos o incluso de gobiernos. Las denuncias de corrupción, de hecho, se usan muchas veces para desembarazarse de rivales políticos o como forma de venganza por algún agravio o incumplimiento. El miembro honrado de la clase política es en una situación anárquica como la política un individuo incontrolable. De ahí que la corrupción pueda verse como una forma efectiva de control.

La corrupción refuerza los tradicionales cementos de la clase política: la ideología y los medios económicos. Y los combina, para reforzar la cohesión de la clase política. Pero bajo ningún concepto puede ser considerada en sentido estricto como el uso de la fuerza, pues se entra en ella de forma voluntaria. Se parte de la expectativa de una ganancia por parte del corrupto. En ocasiones no se piensa quedar atado a ella, muchas veces de por vida.

Fidelidad y efectividad del mando político

Y cuando se hace uso de ella, no sólo se usa en el interior de los partidos, sino  también en las relaciones entre los distintos grupos que conforman el estado. Por ejemplo, las puertas giratorias no son conideradas legalmente como corrupción, pero podrían perfectamente ajustarse a la definición. Son, en ocasiones, pagos en diferido entre los distintos grupos que constituyen el estado. Y sirven para cohesionarlo.

También sería funcional la tolerancia con la corrupción con determinados colectivos; burocratas o fuerzas de seguridad especialmente. Los mantendría satisfechos, y permite que no interpongan resistencia a las directrices de los poderes. Así lo afirma Andreski en su reeditado libro Parasitismo y subversión en América Latina. Como vemos, la corrupción tiene muchas aristas y es un tema muy espinoso de analizar. Pero ntiendo que este tipo de análisis que, cómo no, puede ser dsicutido, es necesario a la hora de entender no sólo el funcionamiento sino también su enorme capacidad de acción y su coherencia interna. Si la corrupción no deja de estar de actualidad, me temo que tendré que volver a analizar más aspectos del tema.

Ver también

¿Libertad o corrupción? (Jorge Valín).

Socialismo y corrupción, dos caras de la misma moneda. (Pablo Martínez Bernal).

Pero, ¿qué es la corrupción? (José Carlos Rodríguez).

1 Comentario

  1. (a) Santiago Navajas «Pericles y Sánchez, vidas paralelas»
    https://www.libertaddigital.com/opinion/2024-03-11/santiago-navajas-pericles-y-sanchez-vidas-paralelas-7106667/
    (b) Alberto Javier Tapia Hermida: «La ‘maldición de Venecia’: una España dividida y enfrentada saluda la amnistía»
    https://www.libertaddigital.com/opinion/2024-03-26/alberto-javier-tapia-hermida-la-maldicion-de-venecia-una-espana-dividida-y-enfrentada-saluda-la-amnistia-7111473/

    (a) «En el año 430 a. C. Atenas se ve asolada por la peste. No corren buenos tiempos para Pericles, al que dan la espalda los que antes le habían elevado al poder. Sin su conocimiento envían embajadores a los lacedemonios para firmar la paz aunque sea deshonrosa. Pero Pericles ni se amilana ni halaga a sus conciudadanos, al revés, les reprocha en nombre de la verdad. Esta es la diferencia entre un estadista y un demagogo, entre un político de verdad y un chiquilicuatre del poder. En un famoso discurso, que recoge Tucídides en el capítulo 60 del libro II de la Historia de la guerra del Peloponeso, Pericles reivindica su liderazgo en distinguir el interés público, respetar la verdad, estar consagrado a la ciudad y ser inmune a la corrupción. A partir de su muerte, en el 429 a. C., Atenas nunca volvería a encontrar el equilibrio entre democracia y decir veraz. Para Pericles tres eran las condiciones necesarias de la democracia: discernir el interés público, hacerlo ver con claridad a los ciudadanos y ser inmune a la corrupción.»

    Lib. II, cap. VII: Discurso de Pericles en loor de los muertos (del primer año de la guerra del Peloponeso [2]):
    «… no se debe dejar al albedrío de un hombre solo que pondere las virtudes… hablando de cosas de que apenas se puede tener firme y entera opinión de la verdad. […]… porque doquier que hay gremios grandes para la virtud y el esfuerzo, allí se hallan los hombres buenos y esforzados.»
    «Porque es justo y conveniente dar honra a la memoria de aquellos que primeramente habitaron esta región y sucesivamente de mano en mano por su virtud y esfuerzo nos la dejaron y entregaron libre hasta el día de hoy.»

    (b) Llamo la atención sobre el hecho de que promulgar una «ley» formal [1] que deje sin efecto ex-post las consecuencias jurídicas que tuvo la «ley» anterior vigente y válida aplicable y aplicada durante un periodo de tiempo anterior, muestra bien a las claras que el concepto de ley (formal), que domina en nuestros tiempos de positivismo jurídico está muy lejos de la concepción clásica de Ley o Derecho, y se aproxima bastante a convertir la arbitrariedad en norma. Además, toda esa construcción positivista pone en cuestión la concepción misma de los Estados (incluyendo esos Estados pequeñitos configurados como Comunidades Autónomas en la España posterior a la Constitución de 1978) como entidades soberanas y fuentes únicas de toda ley dentro de unos límites territoriales determinados (límites siempre arbitrarios, producto de la historia, y que pudieran ser o haberse configurado de otro manera).

    __________________________________________________
    [1] Más allá de utilizar cauces urgentes y abreviados (difícilmente justificables) con el objeto de evitarse la publicidad, la discusión pública, los informes preceptivos y otras garantías en la tramitación de las leyes formales.
    [2] Guerra que había iniciado él mismo (Pericles)… y según decían las malas lenguas, para evitarse acudir a rendir cuentas ante los ciudadanos en la Asamblea de la Polis de Atenas sobre los gastos excesivos e injustificados en que había incurrido (lo que hoy se llama déficit público).


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos