Un amable lector, el señor César Alonso, me consulta sobre la posible gestión de catástrofes, como las inundaciones recientes en la Comunidad Valencia, en una hipotética sociedad sin estado. Es cierto que existen algunos estudios como los de Rebeca Solnit, Paraíso en el infierno o los de Emily Chamlee-Wright y Virgil Storr. The Political Economy of Hurricane Katrina and Community Rebound se han centrado en la situación de las comunidades tras las catástrofes. Demuestran que, en una situación de crisis grave, la tendencia de la población es a cooperar entre sí y no a disolverse en el caos, como presumiblemente debería ser.
Es algo que, a falta de estudios, puede comprobarse que aconteció durante los días más duros de la catástrofe. Al contrario de lo que los imaginarios tipo Mad Max parecen sugerir, la población no tiende a una violencia caótica por la supervivencia, sino a ayudarse mutuamente y a poner en común lo que quedó tras el desastre.
Falta hacer un buen análisis
Pero lo que no se encuentra fácilmente, y menos en nuestros medios, es un análisis de cómo gestionar un acontecimiento de estas características. Tanto desde la prevención de la misma como a su tratamiento en los primeros momentos. Son, quizás, los más importantes a la hora de salvar vidas o prevenir daños mayores. Sobre todo se echa de menos la discusión, aunque sea sólo teóricamente, sobre cómo se podría afrontar catástrofes de este estilo en un entorno de carencia de organización estatal.
Conviene de antemano hacer algunas advertencias. La primera es que una catástrofe fuera de lo común no es fácil de anticipar, precisamente porque no puede ser predecida ni su intensidad ni la forma que esta adoptará, ni cuáles son las zonas del territorio en que su incidencia puede ser mayor. De ahí que ni el más eficaz de los estados convencionales ni la sociedad anarcocapitalista más perfecta que pudiésemos imaginar estarían libres de catástrofes graves. Puede ocurrir perfectamente en el socialismo, en el capitalismo, en un estado centralista o en uno federal, y ninguno de ellos podrá evitarlo. El mejor modelo sólo puede reducir los daños o reducir su prevalencia. Pero no puede evitarlo por completo si la catástrofe viene con una intensidad o una forma inusuales.
Alerta y atención temprana
El debate en España se centra en buena parte en el fracaso del mecanismo de alerta, que puede ser simple negligencia, y de esto nadie puede estar del todo libre, ni en un sistema anárquico ni en cualquier otro. Lo único que cabría recomendar aquí es no delegar en exclusiva en los canales públicos de información, sino que existan varias formas de informarse. Desde los medios de comunicación, con sus propias alertas e informaciones a varias fuentes de alerta, sean de origen público o privado. Así se podría contrastar, de tal forma, que el rigor en sus predicciones sirva como referente a la hora de predecir conductas.
Lo que se pretende en este artículo es discutir cómo se podría actuar después de producido el daño. Y es ahí donde cabría discutir cuáles podrían ser los modelos concretos de actuación y cómo se establecerían los medios necesarios para poder una vez esta ha sucedido.
Entiendo que lo primero debe ser la inmediatez en la ayuda. Es entonces cuando se pueden salvar más vidas. Entiendo que los modelos descentralizados de toma de decisiones son los más aptos, pues no sólo conocen mejor el terreno, sino que la cercanía al espacio en el que aconteció la desgracia es mucho mayor y, por tanto, más rápida.
Formarse para lo peor
Lo ideal es que los vecinos contasen con alguna formación, que puede ser perfectamente difundida por internet o medios de comunicación social, sobre cómo afrontar este tipo de catástrofes. Esto es lo ideal es que cada vecino supiese qué lugares de refugio cercanos existen, para cada tipo de contingencia, que contasen con algunos utensilios como palas o rastrillos o que supiesen dónde puede haberlos, para comenzar las tareas de ayuda en cuanto se den las condiciones para hacerlo, hasta que lleguen los medios pesados, o el personal especializado, que por lógica y muy eficaz que sea su distribución, tardarán siempre algún tiempo, que puede ser vital.
La labor del vecino o del voluntario es crucial en estos momentos, pues no precisa de órdenes o directrices y cada cual podrá ayudar en su zona más próxima. La lógica de la distribución de medios implica también por lógica cierta priorización, esto es se atenderá por fuerza a unos sitios antes que a otros lo que necesariamente implicará que existan personas que por el lógico retraso puedan perder su vida o verse seriamente dañadas, de ahí que sea imprescindible una ayuda lo más rápida posible. Y esa solo la pueden prestar los voluntarios y vecinos que se desplazan inmediatamente.
Un valioso testimonio
El señor Artur Rodríguez, voluntario en la catástrofe de Valencia, lo describe mucho mejor de lo que podría hacer yo en una comunicación personal, que cito casi íntegramente con su permiso:
Descoordinación coordinada: Quizá lo más comentado tanto en los medios de comunicación como a pie de calle era la obvia falta de coordinación. Esto exige matices. Empezaré narrando ciertas anécdotas personales que son lo que me llevan a ciertas conclusiones. La primera ocurrió nada más llegar a la población de Algemesí. Al preguntar a un policía cómo llegar al centro polivalente donde se descargaba la ayuda, su respuesta fue concisa: ‘si no lo sabes tú’.
La segunda fue al llegar al centro polivalente, el cual era un caos de barro, gente, camiones, furgonetas, voluntarios, todos descargando sin orden aparente tanto dentro como fuera del recinto, porque ya ese día estaban saturados. Encontré un sitio en la puerta donde había dos policías nacionales y al preguntar si se podía aparcar para descargar, no pudieron más que encogerse de hombros, mostrando que ellos poco sabían de lo que se podía o no se podía hacer.
Una vez dentro, no encontré entre tal muchedumbre (organizados en cadenas humanas, catalogando los productos y trasladándolos a la cola de afectados que venían en busca de ellos) una sola persona a la que dirigirme. Con las mismas cogí sin permiso alguno un cepillo donde estaban almacenados y eché a andar. Al preguntar a una pareja de voluntarios dónde podía dirigirme a prestar ayuda, me contestaron que donde quiera, donde viera, donde yo considerara. Mi criterio era la única autoridad.
A partir de aquí y en días posteriores las anécdotas se iban acumulando, militares perdidos buscando a sus compañeros, bomberos cuya única herramienta eran las mismas que las mías, policías locales de otras comunidades preguntando a los voluntarios como llegar a tal o cual calle, centros de almacenaje a modo de grandes superficies donde paseando con carritos cogía a placer lo que me viniera en gana y distribuía donde me pareciera más oportuno, una concejal de Picanya que me pidió que corriera la voz de que por favor no trajesen más ayuda a su centro porque estaban desbordados entre otras cosas porque allí derivaban todos los camiones y furgonetas que no dejaban entrar en otras poblaciones, y un sinfín de anécdotas más que daban fé de una auténtica desorganización.
O quizás no tanta. En apariencia era un caos, un sálvese quien pueda, pero en la práctica todo funcionaba. Los alimentos llegaban a su destino donde eran depositados, catalogados, separados y repartidos a la gente que guardaba pacientemente la cola. Al mismo tiempo, centenares de voluntarios cargaban bolsas y carros y calle tras calle repartían en persona los productos a vecinos que, en su mayoría, no podían bajar a la calle por edad o falta de movilidad. Muchos guiados por una página web creada por los propios voluntarios, donde a través de chinchetas en un mapa y un código de colores, alcanzaban a saber el nombre, la calle y qué necesidades tenía tal o cual vecino. Los productos llegaban, los locales y las calles se limpiaban, el cometido se realizaba.
Incluso asistí maravillado a cómo, ante la necesidad urgente de un médico y lo complicado de encontrar uno, se iban sucediendo gritos en cadena. ¡Un médico! Que fue trasladándose calle a calle hasta que de vuelta recibimos con gran alivio otro no menos enérgico: ¡En camino! Para segundos después ver correr a toda velocidad la ayuda reclamada delante de nosotros hasta el punto donde se les necesitaba y minutos después llegar una ambulancia haciendo gala de sus deslumbrantes luces y ensordecedoras sirenas.
Las calles albergaban infinidad de puestos ambulantes de productos de higiene, de limpieza, herramientas, ropa, café, comida tanto fría como caliente, guantes, mascarillas, etc. Todo era gratis, todo a disposición de vecinos, voluntarios, bomberos, protección civil, todo a disposición de cualquiera que lo necesitara. A estas alturas es obvio que desorganización no había, todo lo comentado requiere de una organización concienzuda, espontánea, quizás precaria, pero organización al fin y al cabo.
Presten atención a lo siguiente: Imaginen una población de 20 mil, 30 mil, 40 mil o 50 mil habitantes, sin un solo comercio funcionando, sin farmacias ni panaderías, sin ferreterías ni supermercados, sin tiendas de ropa ni bares donde parar a tomar un café. Nada, literalmente nada, literalmente el comercio, el mercado no existía. Sustituir todo el mercado de una población tal en cuestión de tres días requiere de mucha organización, muchísima. Adivinen quiénes eran los responsables de tal proeza, exactamente, los voluntarios, ese ‘cuerpo de emergencias espontáneo de acción rápida’. De desorganización, nada de nada.
Entonces, ¿dónde residía la desorganización? En los cuerpos de seguridad estatales dependientes de la administración. Aquí cabe distinguir a los cuerpos civiles y militares. El ejército es un cuerpo completamente autosuficiente, es en esencia un ‘estado ambulante’ con capacidad para limpiar, crear hospitales, albergues y comedores de campaña (nada de esto se desplegó, al menos que yo viera) con capacidad para crear infraestructuras provisionales tales como trincheras o puentes por ejemplo. Dicho ejército opera a través de una jerarquía vertical claramente definida y no dependiente de mandos civiles.
Ahí radica la diferencia: el ejército es organizado por militares, los bomberos y demás ayuda estatal dependen de una estructura jerárquica cuya organización depende de políticos. La ineficacia a la hora de organizar se palpaba en cada esquina, no por los propios bomberos o la propia policía, estos ante tal ineficacia de las administraciones salían adelante perfectamente, con sus más y sus menos supongo, aún a pesar de que los primeros al mando ni estaban sobre el terreno ni se les esperaba. En este punto, poco más puedo aportar y seguro que los distintos equipos de emergencia puedan mejor que nadie afirmar o contradecir mis percepciones.
Con la poca información al respecto que pueda tener un individuo aislado en medio de un escenario de guerra (camiones, ambulancias, helicópteros, escombros, llantos, abrazos todo al mismo tiempo) y la percepción sesgada de dicho individuo llego a la siguiente conclusión: no, no existía desorganización en el voluntariado, todo lo contrario, lo que existe es un sector que cree que hay desorganización porque su concepto de organización es otro muy distinto, un mando único, un teléfono donde informarse, una coordinación perfecta entre arriba y abajo. Esta organización es distinta, es horizontal, sin mandos y funciona. Es caos aparente, pero solo eso, aparente. ¿Podía ser más efectiva?
Yo creo que no se puede ser más efectivo. Es cierto que los estados cuentan con medios materiales y personal especializado y de gran profesionalidad y cualificación, pero están sometidos a criterios burocráticos de funcionamiento. Esto es, actúan siguiendo órdenes y directrices políticas, que en el mejor de los casos son más lentas que la acción de la sociedad civil y en el peor se ven sometidos a dilaciones, muchas veces por el temor político a cometer errores de los que después tengan que responder.
Elército y sociedad civil
Nuestra historia reciente de catástrofes nos muestra que quien toma decisiones rápidas, pero que por cualquier razón se equivoca, es sometido al durísimo juicio de la opinión pública. Y en demasiadas ocasiones se les somete a juicios de verdad, esta vez por la vía penal. Esto, desde luego, no favorece la operatividad de los medios del estado, que aun con la mejor de las intenciones no pueden librarse de sus formas de operar. Esto incluye a la UME, a la cual no puedo dejar de alabar por su esfuerzo. Pero introducir una lógica de comando en un entorno en el que la mayoría de los que operan son civiles, puede dificultar su tarea.
El soldado hará, como no puede ser menos, lo que le ordene su mando natural, que normalmente no conoce bien el lugar afectado. Y no obedecerá a ningún civil, por conocedor que sea de la situación, o por experto que sea. En situaciones como esta, sobre todo al principio, es más rápido y eficaz confiar en la sociedad civil espontánea, que es capaz de batir el terreno con más efectividad. Otra cuestión es la reconstrucción de infraestructuras o la vuelta a la normalidad de los servicios en que sí harán falta expertos y medios distintos de los voluntarios. La cuestión de cómo podría funcionar esto en una sociedad sin estado queda para algún trabajo posterior.
Ver también
‘Todo depende de los incentivos’. (Jaime Juárez).
Katrina, un año después. (Gabriel Calzada).
Desastres naturales y teorías desastrosas. (Gabriel Calzada).
Catástrofe natural e intelectual. (Francisco Capella).
Catástrofes y anticapitalismo. (Alberto Illán Oviedo).
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