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Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo (XLVII): lecturas para el verano

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Como decía el viejo Schumpeter, el capitalismo sigue sin disponer de trovadores que canten sus gestas.

Como es habitual en el mes de agosto hago una pequeña lista de lecturas, normalmente no actuales, por si a alguien le interesa leer cosas raras o curiosas sobre los temas que habitualmente abordamos durante el año. Como siempre, incluye lecturas que me han gustado o influido, y de las temáticas que me interesan, como política, economía, historia, sociología o literatura. No todos son libros fáciles o refrescantes, pues entiendo que precisamente es en el verano cuando más tiempo hay para poder leer libros bien gruesos bien de cierta dificultad. Espero que sean de su agrado y si alguna de las lecturas les resulta interesante o aprenden algo con ella creo que mi misión al escribir esto estará cumplida.

El primero que vamos a mencionar es un clásico del antieuropeismo, del viejo tory John Laughland. Se llama La fuente impura y está editado por la editorial Andrés Bello de Chile en 2001. No mentiría si dijese que es el libro que más me ha influido en mi visión de la unidad europea, que al principio no veía mal, pero que ahora me parece un intento más de centralización política. El libro nos ofrece primero una visión histórica, no muy amable de los intentos de unificación europea, y después otra visión, tampoco muy favorable, del proceso de creación de la moderna UE. El autor tiene querencias por la escuela austriaca más ortodoxa, en especial cuando critica al euro y cuando defiende un sistema monetario basado en el viejo patrón oro, que para él es el sistema monetario que en verdad unificaría el comercio y las relaciones financieras, no sólo a nivel europeo sino mundial. Es un libro que no tuvo mucha divulgación en su momento pero que visto en el tiempo acertó en muchos de sus análisis.

De la misma editorial que el anterior tenemos otro clásico, el de John Ralston Saul, Los bastardos de Voltaire. Es este un muy interesante libro que no es especialmente ni proliberal ni procapitalista, pero sí muy contrario a la centralización en la toma de decisiones y a la planificación estatal en general. Es una crítica muy interesante del racionalismo cartesiano o ilustrado aplicado a muchos ámbitos de la vida social. Recuerdo de su lectura con agrado la descripción de una batalla en la primera guerra mundial perfectamente diseñada por sesudos generales y en la que todo estaba previsto, salvo que lloviese y los campos se embarraran, pero que a pesar de ello decidieron seguir adelante para no alterar el plan, con los resultados previstos. El cartesianismo y la visión geométrica de la política con sus unidades administrativas siguiendo esquemas racionales (Estados cuadrados o rectangulares en los USA, Estados africanos delimitados por meridianos y paralelos, departamentos franceses con nombres de ríos o montañas para hacer olvidar la historia o las tradiciones) son buenos ejemplos del mal uso de la razón entendida de forma estrecha. Un libro a mí modo de ver imprescindible pero casi olvidado.

Otro libro casi olvidado a pesar de que el profesor Philipp Bagus lo recomienda siempre, y que es para mí una de las críticas más duras que conozco a la moderna economía formalizada, es Sobre la exactitud de las observaciones económicas, y su autor es Oskar Morgenstern, editado en Madrid en la editorial Tecnos. Oskar Morgerstern es famoso en el mundo académico por sus obras sobre la teoría de juegos (en colaboración con John von Neumann), pero pocos saben que comenzó su educación académica en el seminario de Ludwig von Mises en Viena y, al igual que su maestro, emigró a los Estados Unidos, donde desarrolló su carrera profesional. El libro es una pequeña joya y a pesar de haber cumplido ya 50 años sigue tan vigente como entonces. No desvelaré su contenido si explico que el libro se refiere no tanto a la validez del método estadístico como a los datos que este usa y que rara vez son cuestionados, a pesar de que según el autor son en general muy deficientes. Varias pueden ser las causas. Una es que las empresas no siempre refieren datos verídicos ni de sus estados contables ni de sus datos de producción, pues, como es obvio, no tienen por qué tener especial interés en difundirlos. Lo mismo acontece con las estadísticas del Gobierno, como bien se sabe en España, pues hay interés en camuflar cifras bien para no ser castigados en los mercados bien para ofrecer datos ilusionantes a sus electores. La forma de recogida de las estadísticas o el propio uso de números índices son también criticados pues podrían distorsionar la  información. Pero si se quiere saber más recomiendo vivamente conseguirlo y leerlo.

Un tema que siempre es fascinante es el de la inflación y sus consecuencias sociales. Usualmente abordamos la inflación desde el ámbito de la economía y desde esta perspectiva analizamos sus consecuencias sobre los precios, los tipos de interés, etc. Más raro es abordarla desde sus relaciones con el poder político y sobre sus consecuencias sociales. Uno de los pocos libros que realiza este tipo de análisis es un viejo libro de Graham Hutton, Inflación y sociedad, publicado en la editorial Rialp en 1962. Si bien los mecanismos de gestión de la deuda o de la manipulación monetaria han variado algo desde entonces (no tanto como pueda aparentar), las consecuencias sociales tienden a ser las mismas. Afecta al trabajo y al ahorro y por tanto a la formación de capital en una sociedad. Pero también afecta a la preferencia temporal de las sociedades, y las acostumbra a depender del dinero barato eliminando de forma ficticia el sacrificio previo que acompaña a la compra de cualquier bien, especialmente si este es duradero. Creo que este pequeño libro nos puede ilustrar mucho para entender muchos fenómenos sociales y políticos actuales. Por ejemplo, la idea de que algún remoto banco central deba financiar nuestras necesidades con independencia de que hagamos o no algún sacrificio para poder satisfacerlas. Muchas de las claves del declive relativo de muchos países europeos se encuentra aquí y es importante conocer sus causas.

En cuanto a la historia económica me gustaría destacar dos libros, los dos sobre la Revolución Industrial. El primero es de un medievalista, Jean Gimpel, quien en su La Revolución Industrial en la Edad Media, editado por Taurus en 1981, nos desmiente muchos tópicos sobre aquellos años. La Edad Media fue descrita por los ilustrados como una edad de tinieblas y atraso hasta que las luces de la razón se impusieron y trajeron nuestro orden racional contemporáneo. Pero en esta tenebrosa edad se establecieron los cimientos de la moderna propiedad privada y se pusieron las bases sin las cuales ulteriores desarrollos productivos no podrían haberse conseguido. Revoluciones energéticas, agrícolas o intelectuales (las universidades son de esta época, algo que muchos parecen desconocer) son explicadas en este libro que, como otros muchos, y por desgracia, no han conseguido eliminar la leyenda negra que encubre a esta época. Pero por lo menos este y algún otro libro dan argumentos contra ella. Como complemento a este libro tenemos otro hermoso y no muy conocido libro sobre la Revolución Industrial, el de T.H. Ashton, La revolución industrial (1760-1830), editado por el Fondo de Cultura Económica. Acostumbrados a las descripciones tradicionales de la Revolución Industrial de Marx desde la economía, de Dickens en la literatura o más recientemente de Hobsbawn desde la historia, este libro choca mucho al lector. Ashton defiende los logros de la industria y relativiza los males  de la misma tal y como son descritos habitualmente. Lo primero es cuestionarse cómo era la vida en la era previa a la Revolución Industrial. La idea común es que era una especie de paraíso en la tierra de la que los pobres campesinos británicos fueron forzados a abandonar para desplazarse a un horrible infierno fabril. Sin mitificar nunca las condiciones de vida en las ciudades industriales (horribles, sin duda, para nuestros estándares), nuestro autor encuentra que muchos indicadores, incluidos el de esperanza de vida, mejoraron con el cambio y no sólo a largo plazo, como es evidente, sino incluso en el propio momento más álgido del despertar industrial. Lo que ocurre es que el viejo régimen, al ser considerado como una condición habitual de vida, no contó nunca con detractores de la misma calidad literaria que los críticos del industrialismo. De ahí que el relato continúe inalterado de generación en generación y nuestra visión sigue siendo la de Tiempos difíciles de Dickens. Como decía el viejo Schumpeter, el capitalismo sigue sin disponer de trovadores que canten sus gestas.

Como siempre en estas listas acostumbro a reservar un espacio para algún libro crítico con el capitalismo, del que sin embargo una persona de nuestras ideas pueda servirse para mejorar su teoría. Esta vez voy a destacar un libro de un relevante trotkista, Alec Nove, quien en su fascinante libro La economía del socialismo factible, Siglo XXI-Editorial Pablo Iglesias, 1987, nos ilustra sobre los intentos de construir un socialismo que funcione razonablemente bien en el ámbito económico. El libro obviamente busca construir un socialismo de corte humano, pero en el proceso de establecer los rasgos que este tendría hace tantas concesiones que casi podría ser considerado un libro procapitalista (algo semejante a otro libro suyo, Historia económica de la Unión Soviética, que casi podría ser considerado una antología de los fracasos en la construcción del socialismo). Véase por ejemplo esta frase en la página 167:

Se puede citar en este contexto una observación que me hizo un economista checo: [Cuando llegue la revolución mundial, tendremos que conservar un país capitalista por lo menos. De otro modo no sabremos con qué precios comerciar].

El libro abunda en ejemplos de este este estilo y aborda honradamente el problema del cálculo económico en el socialismo, al que ve como un problema muy difícil de resolver. Nunca está de más consultar la literatura socialista, es un buen aprendizaje y nos plantea problemas a resolver. Pero este es un ejemplo magnífico de cómo un socialista convencido reconoce los problemas del socialismo y su difícil resolución, por mucho empeño que se ponga en la tarea.

Por último, voy a citar algo de literatura: Howard Fast, Mis gloriosos hermanos, editorial Salvat, 1998. Se dirá que qué pinta aquí un autor declaradamente comunista, investigado y condenado por el mccarthismo de los años 40. Primero, porque es una excelente novela que nos ilustra mucho sobre el antiimperialismo y sobre cómo puede construirse una eficaz resistencia a la tiranía basada en este caso en raíces familiares. Esto es, cómo se puede organizar una resistencia eficaz desde la anarquía. Después, porque es una novela que me gustó literariamente y me influyó mucho en mi visión política. Por  último, porque el autor merece algún reconocimiento después de haber escrito otro magnífico libro, El dios desnudo (ediciones Cid,  Madrid, 1958), en el que desmonta la inmensa mentira que fue el Partido Comunista narrada por uno de los mejores escritores comunistas norteamericanos (véase también su genial Espartaco). Su desilusión es tremenda y es narrada con un brío excepcional. Un autor que merece la pena ser leído, aunque sea sólo por el mero placer de la lectura.

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