Cuentan que Mao, alumno aventajado del lysenkismo aplicado a la agricultura, creía realmente que las semillas crecían mejor en pandilla. Despojadas de su naturaleza vegetal, como el hombre era despojado de su biología en la burda ciencia del camarada Lysenko, las semillas ganarían en felicidad al crecer agrupadas. Crecerían, pues, más rápido. Densos puñados de felicidad vegetal para sacar adelante los objetivos criminales del Gran Salto Adelante, que, en pocos años, significaron la muerte de millones de plantas y, consiguientemente, el hambre para millones de seres humanos. Los "tres años de trabajo duro y mil años de prosperidad" de la propaganda oficial devinieron en el horror y la muerte para casi treinta millones de personas. El mayor genocidio que conoce la humanidad hasta la fecha.
En enero de 2004, David King, consejero científico del dimitido y amortizado Tony Blair, afirmó que el cambio climático era una amenaza mayor que el terrorismo, uh, internacional. Otros han seguido su ejemplo. Hambrunas, inundaciones y otras calamidades serían los nuevos jinetes del apocalipsis global. En realidad, de centrarnos en los hechos, las grandes hambrunas de la historia reciente no las han causado el clima, ni siquiera el tiempo, sino la actuación de gobiernos: los responsables han sido los, seamos benévolos, fallos de gobiernos comunistas tales como el soviético en los años 30 del siglo pasado (siete millones de muertes); el chino, al que ya me he referido (30 millones) o el etíope, más recientemente (un millón de personas).
A decir verdad, todo esto añade poco al debate, científico primero y político después, que debería mantenerse en torno al dichoso cambio climático. Lamentablemente, el asunto ha tomado un marcado cariz moral, es decir, se ha hecho un hueco en nuestros encogidos corazones, de manera que los políticos, esos alquimistas que transmutan almas en votos, han tomado la delantera, secuestrando a una ciencia, afortunadamente, no siempre dócil.
Los enemigos de la Ciencia no existen. Al menos no donde algunos los buscan, porque no hay una Ciencia. La ciencia con mayúsculas es El Consenso que la Royal Society quería proteger celosamente, en este enredo global, dando la espalda a Newton. Lysenko ni siquiera era un científico mediocre. Era un superviviente, un jeta sin eco; un personajillo que supo medrar a la sombra de ese monumental fiasco político que fue el comunismo, este sí, auténtico enemigo de la ciencia, que al interpretarla en clave materialista y dialéctica, esto es, ideológica, la despojó de todo valor… con los resultados ya conocidos.
Así pues, regresemos, devolvamos el debate al punto desde el cual sea posible progresar sin enredarnos en ideologías falaces "para que de la libre confrontación de opiniones puedan extraer los ciudadanos españoles sus propias conclusiones".
En realidad, lo que hoy quería comentar es la reciente publicación en castellano de un artículo que apareció en el número de verano de la revista American Scientist, un trabajo que debiera despojar definitivamente al multigalardonado Gore de unos de sus iconos cinematográficos favoritos: el Kilimanjaro.
La noticia, el mensaje del artículo firmado por Philip Mote y Georg Kaser, dos científicos que han participado en la confección del Cuarto Informe Evaluador del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (FAR-IPCC, en sus siglas inglesas), se resume en que no es posible vincular la desaparición del glaciar del Kibo con el calentamiento global. Aunque, justo es decirlo, los propios autores señalan:
El hecho de que la pérdida de hielo del monte Kilimanjaro no valga como prueba del calentamiento global no significa que la Tierra no se esté calentando.
Más aún:
El retroceso de los glaciares de latitudes altas y medias constituye una parte importante de la prueba.
Sin embargo, el caso del Kilimanjaro sería especial porque su retroceso no lo provocaría un aumento de la temperatura del aire, algo que ya aventurara Kaser en 2004, sino la falta de nieve nueva y la sublimación provocada por la radiación solar. Es más, como señalan en el artículo que comentamos:
Cuesta establecer la tendencia de las temperaturas a causa de la escasez de mediciones. En cualquier caso, tomados en su conjunto, los datos presentados en FAR-IPCC apenas si descubren alguna [tendencia] a lo largo de las últimas décadas.
Es decir, no se registra una fluctuación reseñable de temperaturas. Sin embargo, cabe precisar que, entre 1953 y 1976, en pleno "enfriamiento global", desapareció un 21% del área máxima del glaciar. Posteriormente, en 1979, ya instalados en una fase de relativo "calentamiento", el glaciar frenó su reducción. Singer y Avery precisan que los satélites indicaron un enfriamiento de la región alrededor de la montaña en ese periodo (p.139).
Finalmente Kaser y Mote señalan una paradoja, que por cierto no es la única que nos podemos encontrar a poco que rasquemos en otros capítulos controvertidos del debate sobre el cambio climático o las propuestas para su mitigación:
Un calentamiento global acompañado de un incremento en la precipitación podría salvar el hielo del Kilimanjaro […] no se trataría, nos dice la glaciología con bastante seguridad, ni de la primera, ni de la última [vez].
Por cierto, que los autoproclamados amigos de la ciencia de este artículo nada dicen, al menos de momento. No es la primera ni será la última vez. Costará.
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