El 27 de marzo de 1991 fue sancionada en Argentina la Ley de Convertibilidad Austral por la que se establecía un tipo de cambio fijo entre el austral y el dólar en una cuantía de 10000 a 1. Posteriormente el austral sería sustituido por el peso convertible, cuyo tipo de cambio con el dólar pasó a ser de 1 a 1.
En otras palabras, la convertibilidad del peso con el dólar establecía que toda emisión de nueva moneda por parte del Banco Central estaría respaldada por un incremento de dólares en sus activos: la ley configuraba la responsabilidad de que todo pasivo (peso) tuviera su correspondiente activo (dólar).
En sus primeros años de funcionamiento, la Ley de Convertibilidad logró detener la hiperinflación que estaba sufriendo Argentina al respaldar su divisa con un activo con suficiente credibilidad como es el dólar. Las deudas del banco central (sus pasivos o pesos) parecían tener ahora una mayor calidad.
Los problemas vinieron durante la década del 1991-2001. Mientras la economía creció un 40%, el gasto público se multiplicó por dos. Buena parte de ese incremento fue financiado a través de la emisión de deuda pública denominada en dólares y adquirida por extranjeros.
En enero de 1998 el gobernador del Estado brasileño de Minas anunció el impago de la deuda pública y posteriormente el gobierno brasileño devaluó el real. Esto encareció y hundió las exportaciones argentinas, dando lugar a un empeoramiento de la situación económica del país, a una mengua de la recaudación fiscal y a un incremento del riesgo país con el derivado aumento del coste de financiación. Todo ello agravó aún más la situación de las arcas públicas.
En 2001 el pago de la deuda ascendía a 12.000 millones de dólares y para el período 2003-2005 alcanzaba los 40.000. El previsible impago (en diciembre de 2001 el Parlamento decretó el impago de toda la deuda externa entre gritos de "Argentina, Argentina") hundió el valor de la deuda pública, lo cual redujo el valor de los activos de los fondos de pensiones y, especialmente, de los bancos comerciales.
Dado que la deuda formaba parte de los activos de los bancos, la caída de valor imposibilitó que éstos pudieran atender al pago de sus deudas con los acreedores (depósitos a la vista).
En este contexto de crisis bancaria se aprobó el célebre corralito, por el cual los argentinos sólo podían retirar una pequeña cantidad diaria de dinero en efectivo por semana o bien "transferir saldos mediante cheque, giro o transferencia", en otras palabras, se permitía que otro se subrogara en la posición de acreedor frente al banco pero no que ejecutara su crédito para cobrar en efectivo. Este corralito interno fue acompañado por su corolario externo, esto es, la prohibición de extraer más allá de una cierta cantidad de dinero del país.
El objetivo de esta retención de fondos en los depósitos bancarios tenía bastante poco que ver con tratar de conceder más tiempo a los bancos para que lograran atender a sus deudas y pasara el pánico bancario ya que, de hecho, el corralito sólo logró estimularlo y magnificarlo con las famosas caceroladas.
En realidad, la finalidad del gobierno era la de confiscar los depósitos de los argentinos derogando la ley de convertibilidad peso-dólar y luego devaluando el peso en un 40%, de manera que los bancos sólo tuvieran que responder por un importe del 60% de sus deudas originales, aun cuando restituyeran el 100% del nominal en el peso devaluado.
Para que entendamos la jugada plutocrática: imagine que deposita 1000 litros de aceite en un banco agrario. El banco consume 500 litros de ese aceite y al cabo de un mes entra en bancarrota. Usted acude a la ventanilla y pide que le devuelvan los 1000 litros, pero obviamente éstos ya no están en reserva. Para evitar el incumplimiento contractual el gobierno emite una ley que redefine la unidad de litro como 500 mililitros. El "nuevo litro" tiene la mitad de líquido real que el "antiguo litro", pero ello permite al banco agrario devolverle los 1000 "nuevos litros" de aceite.
La convertibilidad fracasó precisamente porque el excesivo endeudamiento público deterioró la calidad de la deuda y de este modo los activos del banco central y de los bancos comerciales. La imposibilidad de atender la deuda envileció el peso, hizo caer en un 25% el PIB del país y confiscó a los ahorradores argentinos y extranjeros más del 40% de su dinero.
Lo más gracioso de toda la historia, sin embargo, es que los socialistas siguen atribuyendo la crisis argentina al mal funcionamiento del sistema capitalista. Será que el déficit desbocado, la monetización de la deuda o el monopolio del dinero son recetas típicamente liberales hacia la prosperidad.
En cualquier caso, si la experiencia argentina algo ilustró fue la teoría austriaca del ciclo económico y las nefastas del intervencionismo monetario que permite prever. No es posible crear riqueza convirtiendo las piedras en pan ni el papel en crédito solvente; una lección importante que se suele aprender demasiado tarde.
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