El pasado 11 de noviembre de 2007, un grupo de nuevos nazis se reunieron en Madrid para corear sus lemas. Otro grupo de personas, demasiado contrarios a éstos como para no parecerse, decide acudir a la misma concentración, pero para reventarla. Los dos grupos respiran la misma violencia y alimentan su odio por las mismas razones. Ideológicas, es decir.
Se produce el encuentro y las rituales muestras de violencia. En ambos casos se ejercita la ideología, pues su argumentario incluye manuales para el combate. Sólo se juega con la idea de llegar hasta el final. Pero este rito es peligroso. Carlos Palomino, con la efervescente adolescencia potenciada por su ideología anti, se enfrenta a Josué Estébanez, que se dice a sí mismo que no piensa tolerar a ese rojo y le asesta una puñalada certera y mortal.
Recientemente hemos conocido la sentencia, de 26 años de cárcel (ya serán menos) para Estébanez. El juez ha valorado un agravante, con resonante éxito de crítica y público: se trata de un asesinato con «motivaciones ideológicas». No cabe duda. ¿Qué sabía Estébanez de Palomino aparte de que éste era un anti? Es más, ¿por qué se acercó Palomino a Estébanez a increparle sino porque éste era un neonazi?
Todo ello es claro. Hay una motivación ideológica. Y hay una congruencia entre el uso de la violencia, ritual o no, y la ideología. Hay un camino ideológico al crimen. Lo que no está tan claro es que la ideología tenga que ser un agravante. La justicia debe tratar de hechos objetivos, no de motivaciones. Además, dado que la ideología es un conjunto, no necesariamente coherente, de ideas, sus lindes están demasiado borrosos como para que puedan adaptarse a las necesidades de una justicia que merezca ese nombre.
Un hombre mata a su mujer porque le ha dejado por otro. O la mata porque su ideología le dice que ella le pertenece y tiene derecho sobre su vida. La ideología es a veces un vehículo inaprensible. Y lo que cuenta es el crimen, que es el acto criminal y no sus motivaciones. Pues, una vez entramos en las motivaciones, se puede hacer un recorrido en ambos sentidos. Las «buenas intenciones» de las ancianas de Arsénico por compasión les absolverían de sus crímenes en serie.
Además, de considerar a una ideología un agravante a considerarla un crimen hay sólo un paso. Y no es muy largo. De hecho lo ha dado Esteban Ibarra, al declarar: «Ahora toca hacer frente a las webs neonazis». Y eso que preside una asociación que se llama Movimiento contra la Intolerancia.
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