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Auschwitz fue el Estado

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Hace pocos días se conmemoró el 70 aniversario de la liberación —por llamarlo de alguna manera, pues el Ejército Rojo acabó enviando al gulag a la mayor parte de los 7.500 supervivientes que encontró— del campo de exterminio de Auschwitz.

Pocas veces habrá estado el hombre tan cerca de haber trasladado el infierno a la tierra como en aquel complejo nacionalsocialista de alambre de espino, barracones y cámaras de gas próximo a la localidad polaca de Oswiecim, en la Alta Silesia, en la confluencia del Vístula con el Sola. Del millón largo de prisioneros, el 92% judíos, que entre mayo de 1940 y enero de 1945 fueron trasladados a ese horror —en cuyo frontispicio figuraba el escalofriante Arbeit macht frei— apenas salieron con vida unos pocos millares.

Y todo se hizo, tal y como ha sucedido con los peores crímenes de la historia, en nombre del Estado. Los responsables no fueron las perversas multinacionales, el despiadado capitalismo o la desregulación de los mercados. Fue el Estado, en este caso el alemán. Y es que cuando le retiramos al Estado el falso ropaje de la provisión de servicios sociales contemplamos a las claras su verdadero rostro: coacción, violencia y, en los casos más extremos, Auschwitz.

Seamos conscientes de que el Holocausto no fue la obra de unas docenas de descerebrados de las SS, sino la de toda una administración del Estado puesta al servicio de la destrucción de personas. Incluso el propio Reich se beneficiaba económicamente de los bienes incautados a los judíos, que pasaban sistemáticamente a manos del pueblo alemán, sin apenas casos de corrupción.

¿Cómo se pudo llegar tan lejos? A fin de cuentas el Estado no es más que una entelequia: solo existen las personas de carne y hueso, los líderes políticos, los burócratas, los funcionarios. ¿Cómo entender semejante barbarie en la nación más culta y avanzada de Europa? La única explicación pasa por interiorizar la naturaleza del dios de la democracia, ese mecanismo legitimador de cualquier atrocidad, que no se detiene ante nada ni ante nadie. El Estado solo es posible por el apoyo o la complicidad de la población, sin ese respaldo explícito o implícito se desvanecería.

En la actualidad, una frase del poeta y ensayista George Santayana figura en la entrada del bloque número 4 de Auschwitz: «Quien olvida su historia está condenado a repetirla». Pues bien, no olvidemos que la democracia es Hitler, es Montoro, es Podemos. Nada bueno puede salir de ella.


Artículo publicado orignalmente en neupic.com.

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