La automatización reduce costes y precios, mejora la productividad, mejora la calidad, libera de tareas repetitivas, minimiza la siniestralidad y amplía la independencia y la soberanía individual de las personas.
El temor a la automatización y a una supuesta pérdida masiva de puestos de trabajo está cada vez más presente entre la opinión pública. Observamos cómo paulatinamente las máquinas se multiplican en detrimento de trabajadores. Constatamos cómo, en las líneas de montaje de automoción, el capital humano ha sido sustituido por robots, cómo en algunas gasolineras ya no es necesario personal de servicio, o cómo las expendedoras de vending son autosuficientes para suministrar bebidas y alimentos. Según los más catastrofistas autores, los robots vienen a sustituirnos y en un futuro más o menos próximo no habrá puestos de trabajo suficientes para toda la población. Según los más optimistas, la pérdida de puestos de trabajo se verá sobradamente compensada con la necesidad de profesiones adaptadas a los nuevos tiempos.
Creo, sin embargo, que es necesario contemplar todo este proceso desde una perspectiva diferente. Y para ello hay que recordar que los puestos de trabajo no son un fin en sí mismo sino que son un medio para la producción de bienes y servicios. Por eso, cabe señalar que, en la medida en que son un medio, pueden ser sustituidos por otros recursos más baratos y eficientes. Esta perspectiva nos permite observar que lo realmente relevante de la revolución tecnológica en la que estamos inmersos no es saber si se van a destruir más o menos puestos de trabajo sino ser conscientes de que la irrupción de la robótica, la informática y las demás tecnologías nos sitúa en un nuevo paradigma en el que cada vez será menos necesario trabajar para obtener unas rentas determinadas.
Echemos un vistazo a la prensa actual. Son cada vez más numerosas las noticias que reflejan la alarma social acerca de la posible pérdida masiva de puestos de trabajo: El País: «La automatización pone en riesgo un 12% de empleos en España», El Periódico: «Los sindicatos europeos alertan de pérdidas masivas de empleos por los robots», El Mundo: «Los robots le quitarán el trabajo a la mitad de los británicos». El Economista: «La ‘Cuarta Revolución Industrial’ eliminará 7 millones de empleos hasta 2020».
En esta línea son numerosos los analistas que inciden en que las nuevas tecnologías destruirán una ingente cantidad de puestos de trabajo, condenando al paro a millones de personas. «Por cada cinco empleos perdidos para las mujeres, sólo se creará uno para ellas. Mientras que por cada tres empleos perdidos, los hombres obtendrán uno», ha afirmado recientemente Klaus Schwab, director del Foro de Davos. Otros estudiosos aseguran, sin embargo, que unos trabajadores se sustituirán por otros, ya que surgirán tareas que resolverán nuevas necesidades aún por descubrir.
Partes interesadas como la Asociación Española de Robótica (AER) incorporan en su lema los beneficios que para el mercado laboral tiene la robótica: «Robots, Create Jobs!», mientras que los sindicatos se publicitan en el sentido contrario afirmado que «los trabajadores no somos robots».
Y así unos discuten con otros sin percatarse de que el salto cualitativo de la automatización reside en la mayor facilidad que tendrán los particulares para acceder a nuevos medios de producción y con ello a la posibilidad de tener ingresos disminuyendo las horas trabajadas.
Se ha repetido en múltiples estudios y artículos de opinión que puestos de trabajo como los de naturaleza creativa se salvarán de la quema de la nueva era tecnológica gracias a su componente eminentemente humano, sin embargo, siendo esto probablemente cierto, es absolutamente irrelevante ante el hecho de que puedan multiplicarse las posibilidades lucrativas sin necesidad de trabajar. Lo destacado de este cambio evolutivo es que la automatización permitirá (permite ya) obtener importantes ganancias con un menor esfuerzo.
Erik Brynjolfsson y Andrew McAfeewhile, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), sin embargo, insisten en analizar el fenómeno con el paradigma del trabajo: «We do expect that some jobs will disappear, other jobs will be created and some existing jobs will become more valuable». Y persisten en el que creemos que es un error de enfoque según el cual se valora el trabajo como un fin en sí mismo en lugar de como un medio perfectamente sustituible para la obtención de bienes y servicios.
Probablemente la razón de este error de perspectiva tan común nazca de la asunción de una equivocada teoría económica. La preponderancia académica del keynesianismo junto a una intensa propaganda política y sindicalista de corte socialista ha distorsionado nuestra percepción acerca del fin verdadero de la economía, y dificulta que la gente vea con claridad que el objetivo último de la economía no es la creación de puestos de trabajo sino la producción de bienes y servicios. La creación de puestos de trabajo por lo tanto no es buena per se sino que lo es en la medida en que contribuye a la producción con una mayor relación calidad/precio.
Desconocemos si en un futuro más o menos próximo podrá eliminarse la necesidad de trabajar, pero sí podemos asegurar que, si el Estado no lo impide, cada vez menos personas tendrán que hacerlo y que la pérdida de puestos de trabajo no sólo se verá compensada por nuevas oportunidades laborales, sino que cada vez más personas tendrán acceso a medios de producción automatizados.
Confundir el medio con el fin nos conduce a idolatrar males hasta ahora necesarios, como la necesidad de trabajar para sobrevivir. La izquierda ha encumbrado al ídolo equivocado y con ello nos ha conducido al estancamiento, cuando no a la pobreza más absoluta. La productividad es el verdadero objetivo que nos provee de los bienes que necesitamos y/o deseamos. Eximirnos de la necesidad de trabajar es un regalo que el libre mercado y su evolución están en camino de entregarnos.
La automatización reduce costes, mejora la productividad, incrementa los márgenes de beneficio, reduce precios, mejora la calidad de los productos, libera a los trabajadores de tareas repetitivas, minimiza la siniestralidad laboral, facilita el acceso a medios de producción y amplía la independencia y la soberanía individual de las personas. De la misma forma que el agricultor actual, gracias a su tractor, se ve liberado de hacer el 80% del trabajo que realizaba antes y obtiene producciones mucho mayores, los dueños de los tractores autotripulados del futuro se verán liberados del trabajo obteniendo producciones aún mayores con un ínfimo esfuerzo. En este escenario de plena robotización, el agricultor recolectará, limpiará, seleccionará, envasará y distribuirá mecánicamente el producto, con rentas multiplicadas.
La automatización supone la progresiva sustitución de la fuerza del hombre por la de la máquina. De este modo viene a liberarnos del trabajo, no sólo sin menoscabo de las ganancias, sino con un aumento de las mismas.
Por lo tanto la solución al dilema de la posible carencia de trabajo por culpa de las nuevas tecnologías creemos que reside, no sólo en la existencia permanente de necesidades humanas por satisfacer, sino en la facilidad con la que accederemos a la propiedad de nuevos medios de producción. No sabemos si llegará un tiempo de plena automatización pero sí podemos saber que, en caso de presentarse, ese escenario será positivo en la medida en que los trabajadores de hoy serán los propietarios de los medios de producción del mañana. Creemos que ese contexto que tanto preocupa a muchos, no sólo no es menos deseable que el actual, sino que permitiría alcanzar unas cotas de bienestar y prosperidad inimaginables hasta ahora. La automatización total incrementará las rentas de todos gracias al aumento de la productividad y facilitará el acceso de las clases más bajas a la inversión gracias a la enorme diversidad de bienes de equipo futuros. Se acabará así con los duros trabajos repetitivos, se reducirá drásticamente la pobreza, se eliminarán los riesgos laborales, se elevará generalizadamente el nivel de vida de las personas y se ganará en autonomía. Sólo la implacable intervención del Estado poniendo trabas en forma de impuestos y reglamentaciones dificultará la existencia de mercados más abiertos y por lo tanto de mayores y mejores oportunidades empresariales.
6 Comentarios
Excelente artículo. Sencillo,
Excelente artículo. Conciso, esclarecedor y directo al grano: el trabajo es una maldita condena, un auténtico mal absoluto que el diabólico socialismo, pásmense, ha convertido en bien escaso. Este aberrante sinsentido debería abrir los ojos a cualquiera.
Sin embargo, como es lógico, la gente se afana en trabajar menos y cobrar más. ¿Qué es lo que no cuadra aquí? Bien sencillo: no escasea el trabajo auténtico, la necesidad de esforzarse, sino el privilegio (que los malignos socialistas llaman irónicamente “trabajo”) de cobrar mucho sin merecerlo. Este escandaloso privilegio es por completo independiente de las máquinas y el desarrollo tecnológico (un troglodita que se empeñara en cazar un bisonte sin realizar tremendo esfuerzo se encontraría tan frustrado y parado como el cazador actual que se negara a mover el dedo índice). En cada etapa del desarrollo técnico-capitalista los bienes y servicios cuestan mayor o menor tiempo y esfuerzo, pero que es preciso dedicar; quien se niega a ello o pretende estafar siendo menos productivo de lo debido estará igualmente desempleado, porque nadie querrá hacer tratos perjudiciales con él.
El socialismo provoca desempleo y culpa de ello al capital (convertido en ciencia y automatización), al evidente mayor benefactor del trabajador, pues, siendo tres los factores productivos (tierra, capital y trabajo) la abundancia capitalista genera escasez relativa de mano de obra mejorando por fuerza salarios y condiciones laborales. Gracias a la abundancia capitalista, en el futuro nuestro trabajo (disminuido en tiempo y esfuerzo) valdrá infinitamente más; nos liberalizaremos progresivamente de ese mal indiscutible, pero siempre persistirá alguna tarea incómoda que realizar, salvo que lleguemos a ser dioses y no tengamos la mínima necesidad de actuar. Mientras una necesidad infinitesimal perdure, habrá trabajo de sobra para todos, un trabajo que nos empeñaremos, por cierto, en endilgar al vecino, como invariablemente hemos hecho.
Ahora bien, el “trabajo-privilegio” del socialismo es una bagatela que siempre ha escaseado y siempre lo hará. Aunque destruyésemos todas las máquinas y retrocediéramos a la Prehistoria escasearía muchísimo más (porque nadie podría permitirse el lujo de perder en los tratos) que en una Jauja donde casi nada hubiera que hacer.
Donde pones “bagatela” será
Donde pones “bagatela” será “bicoca”, pero básicamente es correcto.
En efecto, como bien apunta el artículo, existe una fatal confusión entre trabajo (medio) y fuente de ingresos (fin). El trabajo es indeseable por definición; la eficiencia capitalista en general y la automatización en particular nos libera de él a la par que aumenta lo que realmente nos interesa: el acceso a bienes y servicios.
No es el capital quien destruye fuentes de ingreso potencialmente infinitas, qué disparate, sino la intervención política que, mediante impuestos y legislación abusiva, obstaculiza los intercambios mutuamente satisfactorios, o sea, la actividad económica, impidiendo a la gente valerse por sí misma y competir libremente. Sucede que nadie puede trabajar si las restrictivas condiciones que aplica el Estado para proteger los monopolios de sus amiguetes parásitos no se lo autoriza; una vez eliminadas éstas, las fuentes de ingreso se multiplicarían de manera espontánea, por mera inercia..
El esquema es simple. El Mercado disminuye el trabajo-penosidad, estimulando la creación de capital, mientras aumenta las fuentes de ingreso personal abaratando equipos y conocimiento, al tiempo que revaloriza la mano de obra. A la inversa, el Estado disminuye las fuentes de ingresos, prohibiendo la competencia que afecte a los monopolios coactivos de sus allegados, y aumenta la penosidad, dificultando el progreso y desarrollo técnico.
Si no distinguimos claramente ambos conceptos, el trabajo-penosidad del trabajo-fuente de ingresos, nos haremos un lío tremendo y concluiremos muy estúpidamente que la automatización nos quita ingresos y no penosidad, mientras que el auténtico culpable de ello, el socialismo estatal, se va de rositas. Es más, la automatización ni siquiera crea necesariamente desempleo técnico o transitorio, pues convierte en rentables a trabajadores que antes no lo eran. Lo contrario, la involución técnica, nos llevaría a todos al paro, ya que muy pocos serían capaces de crear el valor de un salario mínimo, una fiscalidad asfixiante, unos contratos leoninos o unos riesgos atenazadores.
Que no se nos quite de la cabeza: el paro estructural sólo y exclusivamente puede originarlo la intervención política de precios; los avances técnicos en todo caso palian y en buena medida compensan tales efectos nocivos, de ahí que el Estado vaya tristemente en aumento.
…» una intensa propaganda
…» una intensa propaganda política y sindicalista de corte socialista ha distorsionado nuestra percepción acerca del fin verdadero de la economía, y dificulta que la gente vea con claridad que el objetivo último de la economía no es la creación de puestos de trabajo sino la producción de bienes y servicios. «…
Genial reflexion.
Gracias por vuestros
Gracias por vuestros comentarios. En definitiva creo que el debate va por el lado equivocado porque, ¿que más da que se pierdan los puestos de trabajo si puedes obtener los ingresos de la propiedad de nuevos medios de producción? Creo que es un falso debate el de la perdida o no de puestos de trabajo. Es probable que en el futuro haya que realizar otros trabajos pero eso será una desgracia más que una bendición dado que lo ideal es que el trabajo, el esfuerzo, lo realicen robots y no personas que podrían disfrutar de otros quehaceres. El debate, si acaso, está en como cada ciudadano obtendrá esas rentas. Pero creo que queda resuelto con la mayor facilidad que las nuevas tecnologías ofrecen para emprender y para que seamos dueños de nuevos medios de producción
De acuerdo en gran medida con
De acuerdo en gran medida con el artículo y todos los comentarios.
No obstante, me gustaría hacer un apunte que no se ha tratado y creo que es importante.
Tengo la impresión de que en este tema, estamos ante una trampa más del socialismo.
Políticas encaminadas al aumento de salarios o cualquier otro tipo de prestación social para los trabajadores, contribuyen a que la inversión en automatización sea cada vez más competitiva frente al trabajo.
Como se indica en el artículo, esto desplaza a los trabajadores cuya tarea puede ser más fácilmente automatizada. El problema aquí es que se está alterando de forma coactiva el orden espontáneo.
Parece una contradicción automatizar ciertas tareas, no solo en el ámbito industrial, también en los servicios, teniendo una población con un 20% de paro.
En este caso, parece que las leyes de salarios mínimos, prestaciones sociales, etc. resultan en una transferencia de renta de los consumidores, a aquellos que se dedican a hacer automatización (entre los que me incluyo). Como damnificados a corto plazo, los trabajadores cuya actividad sea más fácilmente automatizable, que curiosamente suelen ser aquellos a los que se quería proteger.
A modo resumen, celebrar la sobre-automatización es otra forma de celebrar las políticas de control de precios del trabajo.
Explica, por amor de Dios,
Explica, por amor de Dios, cómo la reducción de costes puede ser excesiva y qué tiene que ver con el control coactivo de precios. No te entiendo nada. Soy bastante limitado y si no me lo mastican bien…
Vamos a ver, dices que el encarecimiento coactivo del trabajo fomenta una automatización que no se daría espontáneamente. No estoy de acuerdo; la reducción de costes y consiguiente aumento de ganancias, al igual que el placer, no precisan de estímulo: son ellos el estímulo.
El paro no aumenta por la automatización (en realidad disminuye), sino porque las leyes prohíben directamente trabajar a quienes no dan la talla. Las leyes suben un listón que la automatización baja. Te pongo un ejemplo: la ley le dice al leñador: “si usted no es capaz cortar cincuenta troncos al día para ganarse el sueldo mínimo, no trabaja” Le ha puesto el listón muy alto. Ahora llega el capital y le da una sierra mecánica al simpático leñador. Con ella corta doscientos troncos con la gorra y se puede ganar la vida… ¿Me se entiende? O sea, que la automatización baja el paro (si no vuelve papi Estado a subir el listón, cosa que hará, no lo duden)
Pero explícate tú. A ver si aprendo cosas y tengo algo que celebrar.