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Barreras de entrada

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En teoría económica es muy normal hablar de las denominadas «barreras de entrada». Bajo esta denominación se estarían incluyendo todos aquellos obstáculos que dificultan la entrada de una empresa en un mercado determinado. Éstas pueden ser de muy distinto tipo, e incluyen fenómenos tan diversos como son las economías de escala (la disminución en el coste unitario de producción conforme aumenta el volumen), las inversiones mínimas necesarias, las curvas de aprendizaje, etc.

Todas las barreras anteriores tienen un origen natural, y no perjudican al consumidor, como en un principio podría suponerse. Si bien es cierto que estos obstáculos dificultan la entrada de nuevos competidores al mercado, también lo es que su existencia ha surgido precisamente de las inversiones realizadas por las empresas que participan en dicho mercado en su búsqueda de formas de aumentar la satisfacción del cliente. Dicho de otra manera, el cliente no se verá satisfecho con esa nueva empresa en el caso de que no realice las inversiones necesarias que le permita sortear las barreras de entrada.

Pensemos por ejemplo en el mercado automovilístico. Si una persona, por sí misma, tratase de producir un vehículo tendría que adquirir unos conocimientos elevados en áreas tan diversas como electricidad, mecánica, electrónica, ingeniería, etc. Tras dedicar varios años de su vida a ilustrarse en dichas materias, debería producir piezas de muy diversos orígenes y con procesos de fabricación totalmente distintos para posteriormente ensamblarlas. Finalmente, si hubiese logrado producir un coche, debería destinar más tiempo y dinero para probarlo a fin de determinar su fiabilidad. Lo más probable es que, a estas alturas, dicha persona hubiese fallecido tras una larga vida. No obstante, y si hubiese tenido la suerte de tener una esperanza de vida harto elevada, habría producido un coche que contadas personas hubiesen tenido dinero suficiente para comprarlo, dado el tiempo dedicado y los costes de producción.

Sin embargo, en la vida real millones de personas pueden permitirse la satisfacción de poseer un coche a un precio adaptado a sus ingresos. Esto sucede así ya que las empresas automovilísticas han realizado inversiones elevadas que les ha permitido producir vehículos cada vez más fiables y con mayores prestaciones y a precios más asequibles. Además, la experiencia que han ido obteniendo tras muchos años en el mercado, les ha permitido aumentar la eficacia de sus procesos. Por tanto, las economías de escala del sector, sus curvas de experiencia y las inversiones realizadas son el resultado de haber logrado la satisfacción del consumidor, surgiendo de ahí las barreras.

Si una empresa quisiese competir en dicho sector habría de cumplir con dichas barreras. Pero éstas no han sido levantadas por la competencia con el objetivo de impedir la entrada de nuevos productores, sino que son el resultado de las exigencias del consumidor.

No obstante, existen barreras de entrada cuyo origen no tiene en absoluto que ver con el consumidor. Estas barreras no tienen como origen el libre mercado, ya que no van a surgir de la necesidad de satisfacer al consumidor. Es más, puede darse el caso incluso de que atender dichas barreras provoque una peor atención al cliente. El origen de estas barreras se encuentra en las distintas regulaciones de las administraciones públicas.

Pensemos por ejemplo en una persona que quiera establecer una empresa. Independientemente de su actividad, la primera barrera que deberá vencer son las burocráticas establecidas por el mismo Estado. Antes de que pueda siquiera saludar al primer cliente habrá tenido que tratar con distintas administraciones públicas a fin de obtener los permisos establecidos por la legislación local. Estos requerimientos, si son muy exigentes en cuanto a tiempo y dinero, pueden llegar a desincentivar la constitución de nuevas empresas, limitando de este modo la competencia que pueda surgir en un mercado. No obstante, y a diferencia del caso anterior, esta limitación de competencia no viene dada por las exigencias del consumidor, por lo que se vuelve perjudicial, ya que se elimina a un competidor que podría haber satisfecho al consumidor.

No es casualidad que los gobiernos que interponen menores barreras artificiales de entrada a sus empresas, sean los de los países más prósperos, y que mientras mayor sea la confianza de los gobiernos en sus ciudadanos, superior es la riqueza de éstos.

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