Pese a las tímidas reformas liberalizadoras de Rajiv Gandhi de los años ochenta, la economía india llegó exhausta y excesivamente endeudada al inicio de la década siguiente. En 1991 vino la quiebra de facto del Estado indio y su colapso económico, que le llevó a pedir el rescate al FMI. Tuvieron que hacerse reformas estructurales, no cosméticas. Los retóricos del tercermundismo quedaron desacreditados. Por fin la economía india empezó a liberalizarse en serio y a abrirse al mundo.
Así, en julio de 1991, caído el muro de Berlín y estando ya la planificada economía soviética y la propia URSS ambas en coma, se desregularon en la India muchos sectores, se bajaron decididamente los impuestos, se devaluó la rupia junto a su progresiva convertibilidad, se controló la inflación, se redujo el déficit presupuestario, se cortaron subsidios y subvenciones, se privatizaron algunas industrias estatales, se desmanteló la infausta licencia Raj, disminuyó el control del gobierno sobre el comercio exterior y se fomentaron las inversiones del exterior, entre otras. Sólo a partir de aquellas medidas patrocinadas por Narasimha Rao y, más tarde, por Manmohan Singh, la economía india se puso verdaderamente en marcha al desembarazarse de muchas de las trabas sangrantes que impedían su desarrollo desde que obtuvo la independencia.
Los escépticos en ese momento abundaron. Pronosticaron que la India sufriría una "década perdida", tal y como sucedió con los países africanos en los años 80 al disponerse a adoptar supuestamente las mismas recetas impuestas por el Banco Mundial y el FMI. También alertaron de que la apertura de la economía india permitiría a las multinacionales hacerse fácilmente con las empresas indias y dominar el mercado. Nada de esto sucedió: el PIB indio creció desde entonces una media del 7% anual y muchas empresas locales no sólo se mantuvieron y evolucionaron, sino que algunas se convirtieron ellas mismas en multinacionales. Los antiliberales, siempre tan alarmistas y tan errados en sus predicciones.
El muy imperfecto capitalismo activado hace ya veinte años está dando sus frutos. Las exportaciones, las importaciones y las reservas han ido aumentando sostenidamente cada año. La famosa "tasa de crecimiento hindú" quedó más que duplicada desde entonces. Si observamos la propiedad de sus principales empresas por volumen de facturación, el 41% son estatales, otro 41% son propiedad de tradicionales sagas familiares (Birla, Tata, Ambani, Singhania, Mittal, Mahindra, Agarwal…) y el 18% restante son de titularidad institucional o tienen el accionariado más difuso. Sin embargo el grueso del entramado empresarial está formado por millones de pequeñas o medianas empresas dispersas por doquier que han resurgido al calor de las reformas de 1991. Sus anhelos y proyectos modestos contribuyen a su manera a la modernización y prosperidad de su país. Estas pymes son las que contratan la mayor parte de la fuerza laboral india; muchas de ellas operan en la economía sumergida.
Inesperadamente la nueva economía india se especializó en servicios de software y en la tercerización de otros servicios técnicos y de información. En concreto, la industria de la tecnología de la información fue el primer sector que tuvo éxito fuera de sus fronteras sin ser parte de ninguno de los planes del gobierno de la India. La Administración no supo cómo regular ni hacer tributar todo lo relativo a dicha tecnología. La dejó a su suerte –en contraste con las computadoras y demás equipos de hardware-, por lo que se convirtió por sí sola en una de las actividades más pujantes e innovadoras del país. India pudo así exportar libremente códigos y bits hacia el resto del mundo, a diferencia de lo sucedido con sus mercancías, más fáciles de gravar o regular. Infosys, TCS, Cognizant, Wipro o HCL Technologies están por sus propios méritos dentro de las cuarenta empresas top desarrolladoras de IT a nivel internacional. Por su parte, las compañías más grandes del mundo han establecido casi todas sus centros de software en Bangalore o en Haydarābād.
Otro sector en que apenas el gobierno interfirió y que experimentó un desarrollo espectacular fue la industria del cine. Hoy, Bollywood es una verdadera potencia industrial de la región, no necesitando protección o subvención cultural de ningún tipo. Por lo demás, otros sectores dinámicos del país son la biotecnología, el turismo, las telecomunicaciones, el sector financiero no bancario o el farmacéutico.
Más de la mitad de la población activa trabaja aún en la agricultura, pero es el sector servicios el que representa significativamente el 60% de su PIB. Porcentaje algo inferior a lo que sucede en países como Alemania, Corea del Sur o Japón, que está en torno al 70% (lejos aún del 81% de EE UU o Países Bajos).
La India –antes una economía aislada del mundo- se incorporó formalmente en enero de 1995 junto a Brasil como miembro de la Organización Mundial del Comercio (China lo haría en 2001 y Rusia en 2011). Desde 2010 se ha incorporado también la India a la zona regional de libre comercio de la Asociación de países del Sureste Asiático (ASEAN). Después del prolongado enfriamiento de las relaciones bilaterales con China desde los años 60 a los 80, Pekín es ahora el mayor socio comercial de la India. Por su parte, se están normalizando también las relaciones bilaterales con Pakistán; fruto de ello ha sido el reciente acuerdo firmado en septiembre de 2012 para liberalizar cuatro décadas de restrictivo régimen de visado mutuo.
Se prevé que para finales de 2012 se concluya un acuerdo preferencial con la Unión Europea. Por su parte, los políticos profesionales norteamericanos están también presionando para que se firme uno con su país. El comercio internacional en régimen preferencial es lo que se está imponiendo.
Gracias a las reformas llevadas a cabo a mediados del año 1991 se han ido desmontando en la India buena parte de los anteriores encorsetamientos de décadas enteras de políticas autárquicas y socialistas impuestas coactivamente por los gobernantes indios desde que obtuvieron su ansiada independencia. Después de dos décadas de liberalización parcial de su economía, más del 40% del PIB de la India está ahora ligado al comercio internacional. Su producción empieza ya a abandonar niveles muy inferiores a su verdadero potencial.
Afortunadamente pasaron también a la historia los nocivos programas de ayuda masiva de los años 50 y 60 por parte de los países desarrollados hacia la India. Quedó demostrado, una vez más, que lo que necesitan los países en vías de desarrollados es comercio, no ayuda (trade, not aid).
El índice de pobreza en la India, según estándares actualizados del Banco Mundial, estaba en torno al 55% de la población en 1980, pasó al 45,3% en 1994 para descender acusadamente en 2011 al 29,8%, al mismo tiempo que mantiene una población de altísimas tasas de crecimiento. Esto es un triunfo pocas veces resaltado. Igualmente capeó razonablemente bien la crisis asiática del 97, así como la actual crisis financiera global. Es innegable la mejora con respecto al pasado reciente. Con todo, es el país más pobre de los cuatro grandes emergentes de los BRIC, con una renta per cápita en cuanto a paridad de poder adquisitivo unas 2 veces menor que la de China y cuatro veces menor que la de Brasil o Rusia. La edad media de su población es, por el contrario, la menor de todos ellos (28 años) y es probable que para 2025 sea la nación más poblada de la Tierra.
Lo logrado hasta ahora en la India es encomiable pero queda mucho por hacer. Abundan actualmente las críticas –escasas antes de 1991– debido a la desigualdad y a las muchas carencias entre la población india, que no dudan en atribuirlas a ese capitalismo local o capindialismo. Aunque estos reproches son certeros en algunos casos (Amartya Sen, Jean Drèze, Angus Deaton, Abhijit Banerjee), no hemos de perder de vista que la mayoría de las penurias existentes aún hoy son fruto de décadas pasadas de socialismo fabiano, planificador y venalmente burocratizado que se resiste a desaparecer del subcontinente indio.
Una segunda transición hacia la prosperidad es, pues, necesaria en la mayor democracia del planeta.
Este comentario es parte integrante de una serie publicada acerca de los daños y secuelas producidos en la India al abrazar el socialismo tras su independencia y la transformación que supuso la tardía introducción de un capitalismo sui generis en dicho país a partir de julio de 1991, pese a contar aún con numerosos lastres endémicos. Para una lectura completa de la serie, ver también I y III.
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