En un artículo del pasado marzo, John Tierney se preguntaba en el New York Times si realmente los críticos, es decir, los negadores de los negadores, pensaban que había más prebendas en la negación del cambio climático que en ir con la mayoría de quienes lo dan por cierto.
Aclaraba que no dudaba de la integridad o la competencia de los investigadores y de los grupos ecologistas que están embolsándose billones de dólares provenientes de diversas agencias gubernamentales, corporaciones o fundaciones privadas. No.
Pues bien, quieren más, muchos más dólares. Como señala el editorial de la revista Nature del 15 de mayo, ahora que el consenso es universal, los modeladores climáticos miran al futuro cercano, quieren desarrollar nuevos modelos que ayuden a diseñar políticas para la prevención o mitigación de los efectos del cambio climático. Efectos que, por cierto, se han previsto con la ayuda inestimable de modelos muy sensibles a los prejuicios de sus creadores.
Al término de la cumbre de cuatro días que mantuvieron en Reading, los científicos plantearon la necesidad de un proyecto para la predicción del clima de escala semejante al Proyecto Genoma Humano. Costaría algo más de un billón de dólares y podría traducirse en la creación de un nuevo centro de investigación mundial o, tal vez, global (sic), competencia para los centros ya existentes y, es de esperar, un motivo para el "desconsenso".
En fin. Richard Lindzen nos recordaba en 2007 que el principal argumento para la atribución del calentamiento reciente al incremento antropogénico del CO2 se debe al Centro Hadley (Gran Bretaña). Los investigadores asumían, lógicamente, que el modelo que habían desarrollado era correcto. Comprobaron que, considerando los efectos (forzamientos) de volcanes y de la variabilidad solar, podían replicar la temperatura global media observada desde 1880 hasta 1976. Sin embargo, dijeron, el incremento de dicha temperatura desde entonces, apenas unas décimas de grado, no se podría explicar sin añadir nuevos forzamientos que habría que atribuir al hombre y su CO2. Lindzen se preguntaba si era suficiente evidencia del forzamiento antropogénico el hecho de que un modelo no pudiera replicar un calentamiento de apenas unas décimas de grado. Un problema, nos decía, es que los modeladores, en general, no consideran que pueda existir una retroalimentación negativa, es algo que no aceptan entre las hipótesis sobre las que construyen sus modelos predictivos. Así limitan los resultados, los orientan y nos orientan.
Los modelos, los algoritmos, podrán mejorar gracias al mejor conocimiento de la ciencia y a la mayor potencia de cálculo, pero no creo que palabras como las de Jeffrey Sachs, al comienzo de la cumbre de Reading, ayuden a confiar en la naturaleza humana:
[Habría] mucho interés entre los políticos en invertir los millones de dólares necesarios si los científicos pudieran dar respuestas a preguntas fundamentales, tales como el suministro futuro de alimentos.
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