Se atribuye a los liberales cierta incapacidad a la hora de transmitir sus ideas de manera tan efectiva como los intervencionistas. Ese amplio sector que incluye a socialistas de izquierda y derecha parece tener más éxito, y sus ideas parecen mayoritarias, al menos en España. Ya sea porque el liberalismo es anti intuitivo en algunos aspectos, como la economía, o porque su comprensión puede requerir cierto esfuerzo intelectual, o porque la educación recibida (pública en su mayoría y con criterios colectivistas) ha "impedido" que se aprendieran otras opciones distintas, lo cierto es que las ideas liberales no suelen ser mayoritarias, y cuando lo consiguen, no es extraño que sea circunstancialmente, no por convencimiento.
Saber cuáles son las ideas predominantes en la población es importante si queremos saber a qué nos enfrentamos y qué se puede esperar y qué no en caso de crisis o cambio. Una fuente, tan buena como otras, son las cartas al director de los periódicos. Es cierto que cada periódico tiene su tipo de lector, con cierta ideología y posición política, y que sus ideas suelen ir acordes con la línea editorial, especialmente en el caso de aquéllos que escriben cartas. Sin embargo, resulta interesante ver qué diferencias y qué parecidos hay entre unos y otros.
Para ello, tomaré algunas cartas publicadas en El País, El Mundo, ABC y La Vanguardia el día 4 de septiembre y que tratan desde noticias internacionales, como la guerra en Siria, a cuestiones muy locales, casi domésticas.
La política es la solución
Es una de las ideas más habituales. Alguien dijo que la política es el arte de hacer posible lo imposible. Como majadería no está mal, pero ha calado y seguramente porque favorece cierto comportamiento pasivo, contemplativo, reactivo, no proactivo. En la carta, "El remo y la política", publicada en El Mundo, el lector compara la clase política americana con la española a través de la metáfora de los regatistas. Mientras que los americanos, pese a sus diferencias, reman a la vez y en la misma dirección, los remeros-políticos españoles lo hacen cada uno en una dirección y cuando quieren, haciendo que la embarcación, o sea, el país, esté en una situación lamentable. ¿Y si el remo firme va en dirección al desastre, como Adolf Hitler condujo a Alemania desde enero de 1933? Casi prefiero dar vueltas en medio del lago. En "Síntomas de Esperanza", publicada en ABC, el lector asume que la reforma laboral del Gobierno y la Ley de Emprendedores han agilizado la creación de empresas y esto ha creado empleo. Es interesante porque considera ambas como dos acciones positivas, cuando en todo caso lo que ha hecho el Gobierno es quitar algunas barreras que impiden el crecimiento de la economía, pero dejando otras. Anima el lector a quitar la fiscalidad a los que creen empleo, como si los empleos fueran algo que tienen oculto los empresarios y que se guardaran. En todo caso, es el político en última instancia el que crea "economía".
¡Viva el Estado!
En España los estatistas son mayoritarios. Creen que las instituciones estatales o supraestatales son necesarias. Cuando fallan (a diferencia del mercado, que cuando "falla" se pide su regulación-eliminación), es porque han perdido su objetivo inicial, hay corrupción (aunque la idea que la creó es válida) o tienen poco presupuesto, pero raramente se plantea si son o no adecuadas y qué incentivos crean. La ONU es la Superburocracia por antonomasia y la ONU es la que puede terminar con la guerra civil siria. En "¿Qué función tiene la ONU?", carta aparecida en El Mundo, el lector asegura que hay un juego de intereses entre Estados Unidos, China, Rusia e Israel y sus aliados, sin tener en cuenta la población civil siria. Sin embargo, el "problema de la megaburocracia no son sus ideas, sino que ha quedado desacreditada por sus actuaciones, no existiendo criterio efectivo que marque la intervención". Vamos, no dejemos que la realidad estropee una idea que no debía haber salido de la oficina donde se pergeñó.
Que lo solucione otro
El Estado de Bienestar ha dejado en manos del Estado, de gobernantes y funcionarios algunas cosas que hasta hace unas décadas nos teníamos que buscar y solucionar por nuestra cuenta. Una de ellas es hacer frente a las consecuencias de nuestros actos, a las famosas externalidades negativas. En "Dejadez en Llavaneres", el lector de La Vanguardia se queja de la escasez de papeleras en la localidad de Sant Andreu de Llavaneres, servicio que debe dar el Ayuntamiento de la localidad. De hecho, asegura que "en la avenida que llega hasta el colegio de primaria hay ausencia total de papeleras. Los niños tiran los papeles de la merienda en los parterres de las casas, ya que no tienen dónde tirarlos". Es curioso que el lector no se plantee que los niños podrían guardarse el papel en su bolsillo y esperar a llegar a su casa para tirarlos, que esa enseñanza es una labor de sus padres y que ellos son los culpables de esa suciedad. Es cierto que podemos quejarnos del uso alternativo de los presupuestos del Ayuntamiento, pero quién ensucia no es él.
¡Es que nadie piensa en los niños!
Y quien dice en los niños, dice en el medioambiente, en las minorías, en los pobres o en lo que se tercie. El caso es que no hay límite económico cuando lo que se plantea es, desde el punto de vista del estatista, crítico, esencial o que destruirá la estructura espaciotemporal del universo. En "Acabemos con los incendios forestales", el lector de El País está muy preocupado por los incendios forestales que afectan a España, provocados por "incendiarios o inconscientes criminales" y que no tienen los castigos adecuados. Como solución (que basa, quiero creer que entre otros criterios, en lo observado en series y películas americanas), propone "colgar un satélite en posición fija sobre Galicia, pero con cobertura de toda España". Asegura que es una "medida cara, sin duda, pero las enormes pérdidas materiales, en vidas humanas, animales y ecosistemas de alto valor, justificarían tal dispendio". No entro en la posibilidad técnica del sistema, que se me antoja menos eficiente de lo que el lector cree, pero sí en la cuestión del coste. En primer lugar, no me parecería mal que, por ejemplo, una empresa privada probara este tipo de vigilancia, pues es su dinero y su riesgo, pero no parece que lo hayan hecho ni en España ni en otros países. Pero en lo público, que es lo que vigila los bosques españoles, mantener un presupuesto disparatado supone detraerlo de otra partida, con lo que dicha partida quedaría malparada y otros afectados se quejarían de los recortes, o incrementar los impuestos, con lo que empobreceríamos a los españoles que no podrían gastarlo en otras necesidades. Claro, que si damos un valor infinito a los ecosistemas o a cualquier otro activo, es normal que pensemos en estos sistemas tan caros como solución. Y por qué no cien satélites y de los más costosos. Todo sea por el desmán de los Pirineos, que se lo merece.
Aún hay esperanza
Pero como todo no tiene por qué ser en esta línea, dos cartas pueden sorprender. En "Indignante anuncio" de La Vanguardia, una lectora muestra su desacuerdo con una campaña institucional de TV3 que, para incentivar los buenos hábitos, manda a acostar a los hijos para que el madrugón del cole no les pille de sorpresa. Se queja del gasto que esta campaña ha supuesto, pero sobre todo de que no es la televisión pública la que tiene que decir cuándo tienen que irse los hijos a dormir, lo cual es labor de los padres. Le parece intolerable que se considere a los ciudadanos (¿súbditos?) tan irresponsables e inmaduros. Por último, en "Pobrecitos políticos", publicada en El País, el lector nos recuerda que, además de los sueldos, los políticos reciben una serie de productos, servicios, algunos de ellos en los límites de lo moral/legal, y ventajas legales (no tienen multas, por ejemplo) que no computan como sueldo, pero que les permiten tener una situación muy distinta a la del ciudadano normal.
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