Hay que celebrar la empresarialidad, aun cuando genere desigualdades temporales en términos de distribución de riqueza.
El Instituto Juan de Mariana acaba de publicar con gran éxito un informe, bastante aséptico en su elaboración, en el que se da respuesta a si de verdad los habituales indicadores y enfoques metodológicos que se emplean para estudiar la desigualdad en un país colocan a España como uno de los países más desiguales de Europa. El informe sobre los mitos y realidades de la desigualdad en España, la nota de prensa o la conferencia que ha servido de presentación del informe dan un buen número de argumentos de por qué España es menos desigual de lo que suele aducirse.
Cuando de desigualdad se trata, mucha gente se preocupa no obstante por los elementos cualitativos o históricos que en definitiva explican que una comunidad (región, país, lo que sea) tenga unos niveles de vida y bienestar aceptables y crecientes. En unos índices de Gini o ratios aislados, se pierde gran riqueza explicativa. En los titulares alarmistas de los medios, siempre quedan mejor cifras que ofrezcan un impactante y conmovedor contraste y lleven, por tanto, una carga ideológica implícita (o explícita) de profundidad. Los 62 más ricos del mundo que acumulan más riqueza que los 3.500 millones más pobres son sólo un ejemplo.
Por introducir de forma rápida lo que se dice en el informe del IJM, las tres mediciones de desigualdad que se explican (no siempre analizadas en otros informes y entremezcladas en muchos casos) presentan a una España comparativamente con poca desigualdad de riqueza, alta desigualdad de renta -cuya causa principal es el alto desempleo- y baja desigualdad en el consumo.
Me voy a centrar en el primero de ellos, la desigualdad de la riqueza.
Que no haya mucha concentración de riqueza en España tiene su origen en que la propiedad inmobiliaria está muy extendida. España es un país de pequeños propietarios hidalgos. Esto es una particularidad de España (o de algunas regiones) que no nos convierte en mejores ni peores, sino en españoles. La forma de defendernos ante la inflación, la forma de hacernos con unos pocos activos sobre los que obtener unas rentas adicionales a las del trabajo, lo atados que tradicionalmente hemos estado a la tierra, que la fiscalidad aún no penalice tanto la tenencia en propiedad de la vivienda (aunque vamos camino de ello, sobre todo, si nuestros futuros gobernantes eligen modelos como el de Suecia) nos hace poseer más bienes inmuebles que en otros lugares.
Los españoles no son, pues, tan amigos de tener otros activos en propiedad, ya sean activos financieros (no se comprenden y se presentan muy inciertos y volátiles en ese contexto) o patrimonio empresarial. Aquí, salvo muy contadas excepciones, no hay grandes emporios empresariales. De nuevo, la legislación, tan penalizadora del emprendimiento y amiga de sus amigos, desalienta la llegada de buenas ideas. Con la crisis en España, no sólo ha habido “creciente desigualdad de la renta”, sino huida masiva de cerebros a países que han proporcionado un entorno en el que la capacidad de crear ha podido transformarse en valor y en crecimiento en esos lugares.
Tener más repartida la riqueza a causa de la vivienda convierte a la población española en pequeños propietarios que tienen algo por lo que luchar. Esto puede conferir más estabilidad política a un país, aunque España se esté moviendo por unos derroteros algo inexplicables en ese sentido. Pero también nos hace más dependientes de la “tierra”. No en vano, es un bien inmueble. Si quiero emigrar o moverme de región, más fácil es hacerlo si tiro de otro tipo de activo más negociable, como títulos valores, o ya otros bienes más móviles como joyas, oro o cualquier metal precioso.
En suma, ser propietario de un bien inmueble nos puede convertir en personas más pasivas, con menos capacidad de movilidad, más “apretables” por el Estado (fiscalmente), y menos aventurados. Eso sí, podemos aferrarnos con uñas y dientes a esa propiedad y defenderla con tesón. Eso siempre representa algún tipo de freno contra un poder omnímodo.
Por lo demás, con independencia de lo que nos diga el índice de Gini de riqueza, para muchos es preferible una Silicon Valley a una España asfixiada empresarialmente por la casta política. Que con pocos recursos iniciales, unos chicos con buenas ideas y grandes complementariedades (Silicon Valley con sus redes y clusters, capital humano especializado abundante, acceso a millones de clientes gracias al proceso globalizador, proveedores relacionados numerosos, disponibilidad de capital semilla…) puedan convertirse en pocos años en los más ricos de la lista Forbes nos dice varias cosas: la primera, que un entorno del que puedan surgir oportunidades es relevante (dejar hacer y posibilidad de complementariedades), que no hay que ser rico o contar con economías de escala ex ante (se puede crecer con poco capital inicial y de forma más orgánica), que los mercados libres y extensos son una clave fundamental para los clusters empresariales, que la riqueza es muy volátil y cambia de manos con facilidad.
Entendiendo la economía como lo que es, un proceso de destrucción creativa, el hecho de que en la actualidad pocas personas acumulen una vasta riqueza no garantiza que la tengan mañana debido a la elevada movilidad económica ascendente y descendente.
En realidad, los “dueños” de las empresas son sus clientes (soberanía del consumidor), a quienes en economías libres tienen que atender con veneración (no hablamos de crony capitalism). Una compañía tiene una determinada revalorización en un momento dado (que hace que el líder emprendedor aglutine una elevada riqueza empresarial) porque se está valorando en el mercado su alta capacidad de crear valor en el futuro: no sólo se le valora por lo mucho que vende o lo reputado que es entre sus clientes en el presente, sino porque se descuenta hoy toda la capacidad de crecimiento futuro consecuencia del dominio de unas habilidades y capacidades que le permiten innovar más y mejor frente a sus competidores. Y esa alta valoración es tal porque el tipo de bien o servicio que ofrecen es muy demandado por sus clientes, quienes consideran a esa compañía la mejor proveedora posible hoy y mañana. Los beneficios extraordinarios en muchos casos los reinvertirá la empresa con objeto de precisamente cumplir las expectativas de futuro de alta innovación. Pero si no consiguen dar nuevo valor a los clientes o si un nuevo producto de la competencia es potencialmente mejor para resolver las necesidades de estos clientes, verán cómo éstos consumidores se mueven hacia alternativas más satisfactorias, desplomándose su valoración bursátil.
Por verlo de otra forma, cuando se pagan 100 millones por un jugador de fútbol, Neymar o Bale, no se hace por su capacidad para meter goles durante un año, ni tampoco por la calidad que atesora en ese momento. Su alto valor descansa en su capacidad de meter goles, jugando además cada vez mejor, durante su vida útil restante. Si hay una lesión crónica, un jugador se descarría o no tiene el potencial aventurado a priori, su valor se desplomará… También caerá de valor si al mercado del fútbol llegan repentinamente 50 jugadores de equiparable calidad. Ya no marcará la diferencia. Ya no es único. Su valoración se resentirá. Así sucede con cualquier activo, y con las empresas (acciones) en particular.
Pero hay otra enseñanza importante de todo esto. No se trata sólo de «consolarnos» con que la riqueza de la empresa sea muy volátil al estar sometida a los designios de los clientes, los competidores, la legislación o los cambios sociales. Conviene entender bien qué es esto de “crear riqueza”. Crear riqueza o valor u obtener altos beneficios extraordinarios, poniéndolo a través del caso de un gran emprendedor de Silicon Valley, significa que una mente esencialmente innovadora y con capacidad de construir futuros inimaginables para sus congéneres está pudiendo tejer sinergias a partir de la combinación de una serie de recursos (humanos, tecnológicos, materiales, organizacionales) con los que crear un producto o servicio final que tiene mucho más valor que cada una de sus partes aisladamente. De hecho, esa es la función principal del emprendedor: vislumbrar el futuro y sacar de los recursos que hay en el mercado lo que otros empresarios han sido incapaces de imaginar que podía lograrse. De ahí deriva luego el beneficio, que no es otra cosa que el valor extraordinario que está recibiendo el asombrado cliente -producto nuevo, mejor, más económico o versátil-, y que retribuye en consecuencia. Es decir, si Google, la primera compañía mundial por capitalización, está creando riqueza para sus fundadores y accionistas, es justamente porque está creando riqueza creciente para la sociedad en un juego de suma positiva. No son ricos «a costa» de los demás, son ricos porque hacen más ricos a los demás. ¿De qué forma los indicadores al uso de desigualdad miden la riqueza que se crea a la economía por el lado del consumo? Dicho de otro modo, los indicadores de riqueza pueden apuntar a que un fundador o gestor atesoren mucha riqueza. ¿Es equiparable lo que aportan a la sociedad Sergey Brin y Larry Page a lo que aporta (más bien, destruye) algún magnate ruso amparado por Putin, pese a que puedan tener una riqueza parecida? Estos indicadores no nos dirían nada de todo ello…
Y es que esa capacidad de sorprender y de hacernos llegar a los clientes aparatos o servicios que satisfagan necesidades de toda índole (transporte, energía barata, comunicación, salud, conocimiento, etc.) a precios decrecientes son aportaciones gigantescas a la población, por tanto, altamente valoradas. Vemos mejorar nuestras condiciones en tanto consumidores. Si surgen mercados completamente nuevos gracias a disrupciones empresariales o si, a precios equivalentes o menguantes, tenemos cada vez mejores ordenadores, teléfonos móviles, material quirúrgico, automóviles, información y conocimiento u ocio, y además son cada vez más abundantes y variados los productos, alcanzamos mejores niveles de vida cualquiera que sea nuestra condición. Y cuando muchos de estos bienes y servicios son gratuitos, un fenómeno esencialmente capitalista, incluso más exagerado es el efecto. No aparecerán en las estadísticas de consumo (son gratis o casi), tampoco aparece como una renta (por ejemplo, si se da enseñanza en casa) ni como parte de nuestro creciente capital humano (riqueza inmaterial que puede ayudarme a constituir en un futuro riqueza material). Curiosamente, los enemigos del materialismo son más materialistas que nadie y les encanta medir todo lo monetario y tangible, pero no lo cualitativo o espiritual.
Pero también hay una suerte de riqueza intangible que se ve impulsada en entornos más libres donde no se asfixia la capacidad creadora de los individuos y organizaciones. Se trata de vivir bien como consumidores, en un marco donde estos son los «dueños», pero también de que como productores no se limite por ley nuestra capacidad creativa y disruptiva (como sucede con legislaciones muy intervencionistas). También es trascendental que como productores nos aprovechemos de la gran cantidad de externalidades positivas que nos ofrecen los mercados libres y pujantes en términos de ideas y oportunidades. El flujo de información, ideas y redes es tan grande en esos ámbitos que la cantidad potencial de inputs con los que tener a su vez ideas creadoras de valor se multiplica. Y más aún si muchos de esos inputs son versátiles y gratuitos (o casi). Las complementariedades son explosivas. Pensemos en la utilización de drones para efectuar repartos de medicinas en lugares remotos. En este caso, no sólo creamos valor a los destinatarios de estos servicios, quienes viven en lugares mal comunicados y a quienes hacemos llegar estas medicinas a bajo coste (sin necesidad de una red de transporte física muy costosa), sino que gracias a la variedad de tecnologías que proliferan en el mercado, como los drones, surgen proyectos novedosos que incorporan masivamente estas innovaciones, explotando nuestra creatividad, pudiéndonos dedicar a nuestras pasiones (riqueza inmaterial también) y aumentando los niveles de empleo general y la riqueza total.
Cortar este círculo por cualquier medida política populista es cortar el progreso y la libertad. Hay que celebrar la empresarialidad, aun cuando genere desigualdades temporales en términos de distribución de riqueza. La riqueza y el bienestar total e individual, tangibles e intangibles, crecen en un entorno de elevada variedad de intereses (materiales e inmateriales). El resto es sólo envidia.
2 Comentarios
Los populistas usan la
Los populistas usan la palabra desigualdad como sinónimo de injusticia y de pobreza, sin distinción entre absoluta y relativa. Lo hacen para justificar la intervención y la expropiación.
Cada populista es hoy desigual en riqueza ( renta, patrimonio, consumo, intangibles… ) al resto de personas, y en el futuro será desigual en riqueza al resto de personas y a sí mismo respecto a hoy.
Que la desigualdad en riqueza del populista entre hoy y el futuro sea por incremento, es decir, su prosperidad, depende de la empresarialidad propia y de su entorno, pero esto le resulta abominable. Su interés radica en igualar por redistribución forzada su riqueza y la del resto de personas durante el resto de sus vidas.
Podemos celebrar lo que nos parezca celebrable, pero en toda celebración lo esencial es el ánimo de fiesta y hoy día no puede superar al ánimo de preocupación y alarma ante los derroteros de la política actual y venidera.
Muy acertado tu artículo,
Muy acertado tu artículo, Raquel.
Saludos.