Para los que vivimos el final de la Guerra Fría, la alianza entre Estados comunistas nos resultaba algo casi natural. Sin embargo, bajo ese sistema aparentemente monolítico, controlado en buena medida por el PCUS y las instituciones soviéticas, se dejaban entrever desacuerdos que en algunos casos llegaron a enfrentamientos bélicos y que quizá no tuvieron toda la repercusión que debieron.
De pocos es sabido el enfrentamiento entre chinos y vietnamitas, pese a las coincidencias ideológicas de sus gobiernos. En 1979 hubo una guerra abierta entre ambos países, cuando Vietnam invadió la Camboya de los Jemeres Rojos para poner fin al régimen de Pol Pot. Mientras éste contaba con el apoyo chino, aquéllos lo tuvieron de la URSS.
Los desencuentros entre los gobiernos de Tito y Stalin afectaron a la Guerra Fría desde el principio hasta el punto de que, por ejemplo, Stalin no apoyó demasiado activamente al bando comunista durante la guerra civil griega, quizá porque había prometido no hacerlo, quizá porque tenía otros problemas más urgentes y no tenía recursos para estar en todas partes. Proyectos como la Gran Yugoslavia de Tito, que incluía a la actual Bulgaria, quedaron parados, pero a la larga Occidente ganó un enemigo algo más colaborador que el soviético.
De todos los enfrentamientos entre aliados, quizá fue el que encaró a la URSS y a China el que mayor riesgo conllevó. Durante los años 60 se produjeron varios incidentes fronterizos entre el Ejército Rojo y el Ejército de la China Popular. La creación de la República Popular de Mongolia, apadrinada por los soviéticos, no satisfizo las esperanzas territoriales chinas, que no aceptaban las imposiciones que se habían realizado en tiempo de los zares. El resultado fue una serie de incidentes fronterizos que culminaron a finales de los 60 en varios enfrentamientos militares en la isla de Zhenbao: el primero, el 2 de marzo de 1969, con decenas de muertos y heridos en ambos bandos, y 13 días después, el bombardeo de la concentración de tropas chinas, que se vieron obligadas a replegarse. Durante el verano, los enfrentamientos se ampliaron a la frontera en la provincia china de Xinjiang y varias incursiones chinas en Kazajistán. El problema radicaba en la naturaleza nuclear de ambas potencias y, si bien a los americanos les interesaban las desavenencias, al mundo no le interesaba un conflicto nuclear entre ambos aliados.
Años después, sus herederos, la Federación Rusa y una República Popular China algo menos comunista y, aparentemente, menos paranoica que la gobernada por Mao Tse Tung, viven una situación confusa. Por una parte, ambos tienen en Occidente un enemigo que puede hacer que tomen decisiones similares para problemas parecidos. Sin embargo, las situaciones heredadas en cuanto a fronteras e intereses económicos y, sobre todo, geoestratégicos, no se han resuelto; es más, con la desintegración de la Unión Soviética y la creación de un puñado de Estados en Eurasia, éstos se han vuelto mucho más complejos y difíciles de resolver si cabe.
La inmensidad de Eurasia, las grandes estepas y la baja densidad de población en buena parte de esos vastos territorios, unido a una cultura tradicional ligada al nomadismo y la trashumancia, ha hecho difícil, incluso para imperios tan poderosos como el chino y el «ruso-luego soviético-de nuevo ruso», mantener controladas a las poblaciones que viven en los territorios que supuestamente administran.
Un hecho alarmante que han experimentado recientemente los rusos radica en la chinificación de ciertas zonas colindantes. La chinificación, así como la rusificación o cualquier otra colonización, ya sea natural (por voluntaria) o artificial (por forzada), ha sido una poderosa herramienta política que ha ayudado a delimitar mapas y producir éxodos, cuando no matanzas. Detrás de estos procesos, con el tiempo, pueden ir unidas reclamaciones territoriales, pero sobre todo hay influencias sociales, culturales y económicas.
En el Extremo Oriente ruso, la región comprendida entre el Lago Baikal y Vladivostok, con un tamaño que casi duplica el de Europa, tiene unas expectativas poco halagüeñas: la población asciende a 6,6 millones de habitantes, y la baja natalidad rusa y la emigración hacen que las previsiones para mediados de siglo sean de en torno a los 4,5 millones. A ello hay que unir las escasas y malas comunicaciones con los territorios más poblados de Rusia. Sin embargo, en los territorios fronterizos chinos, en Manchuria, la población asciende a más de 100 millones de habitantes, con una densidad de población 62 veces superior a la de la Siberia rusa. Las poco controladas fronteras entre ambos territorios han generado un goteo de chinos en dirección hacia zonas menos pobladas, pero cercanas a sus hogares originales y en ciudades como Chitá, esta población no ha hecho otra cosa que crecer.
El resultado de todo esto preocupa de manera notable a las autoridades rusas. No se trata de una anexión u ocupación militar, sino simplemente de un control demográfico y empresarial. Lo que no venga de la lejana Moscú vendrá de la zona china, no sólo más poblada, sino más rica y, a cambio, los chinos consiguen espacio que es una de sus principales aspiraciones. En todo caso, sólo el tiempo y la pugna por las materias primas de las estepas siberianas podrá decir cómo acabará todo.
Más preocupante para Rusia son algunas de las soluciones que ha encontrado China en su eterna búsqueda de materias primas para una economía y una demografía en expansión. Han puesto sus ojos en las antaño regiones del Asia Central Soviética, principalmente Kazajistán. El comercio entre China y estos países ha pasado de mover apenas 527 millones de dólares en 1992 a superar los 25.900 millones en 2009. Y el panorama, más que frenarse, parece crecer, con numerosos proyectos de infraestructuras entre los que destacan gasoductos y oleoductos que no paran en la gigantesca república de Kazajistán, sino que llegan hasta el mar Caspio y las reservas de hidrocarburos de países como Turkmenistán. China no se limita sólo a la búsqueda de hidrocarburos, sino que también está desarrollando infraestructuras viarias, como la carretera de más de 3.000 kilómetros que atraviesa Kazajistán y conecta con la propia China, en la que se han invertido 25.000 millones de dólares y que permite al gigante asiático abarrotar los mercados de Asia central con sus productos.
El choque entre los imperios ruso y chino tiene cierta lógica por tener ambos el mismo concepto geoestratégico de espacio vital. Ambos han vivido a lo largo de la historia la invasión de sucesivos pueblos y necesitan poner espacio entre sus centros administrativos y sus enemigos, bien controlado directamente, bien con la creación de Estados tapón. Ésta es, por ejemplo, la razón por la que Putin considera que los Estados surgidos de la descomposición de la Unión Soviética son «sus territorios» y por eso no deja que ni en Ucrania ni en Moldavia los proeuropeos tengan algo que decir distinto a lo que se dice desde Moscú. También influye en ello el hecho de que el presidente ruso sea una criatura de la Guerra Fría y que su filosofía política entronque muy bien, por otra parte, en la tradición histórica de Rusia.
Esta tradición, que a su manera, también está presente en los gobiernos chinos, independientemente de si han sido comunistas, nacionalistas o imperiales, es la que genera problemas entre ambos países. De hecho, China tiene problemas no sólo con Rusia o Vietnam, pues también los tiene con Japón, con las Filipinas, con Taiwán, con Corea del Sur, con Mongolia, con la India[1] y, en mayor o menor medida, con los países con los que delimita o interacciona.
De todo este juego de ajedrez se pueden sacar algunas conclusiones. El keynesianismo es la estructura básica de los Estados. Todo lo anterior se ha hecho con la riqueza generada por los ciudadanos y tomada por el Estado para satisfacer sus propios intereses, que no se corresponden con los de sus súbditos. Las carreteras, los canales, las líneas férreas o los oleoductos pueden beneficiar a pocos o muchos, pero no se han construido con la mirada puesta en ese beneficio, sino en los intereses de Estado. Si la estructura es keynesiana y la filosofía es básicamente socialista, que iría de la socialdemocracia europea al comunismo norcoreano, nada de eso puede prosperar si no dejan que haya algo de libre mercado, que genere esa riqueza y que se vayan satisfaciendo las necesidades reales de los ciudadanos. Cierta libertad económica en China, Vietnam o Rusia es lo que ha permitido que estos Estados estén ahora en esta situación, pero si les aprietan demasiado las tuercas, es posible que la sociedad se vuelva inestable y puedan estallar revueltas o que la coacción llegue a niveles cubanos o incluso norcoreanos. Veremos qué nos depara este choque de Estados.
[1] Otro Estado que está cayendo en la esfera de influencia china es Myanmar, la antigua Birmania. Estado débil y con abundantes riquezas que ya empieza a ver su frontera con China surcada de oleoductos. También ha invertido en un canal en Thailandia para evitar el bloqueo de los estrechos entre el Pacífico y el Índico, lo que permitiría a la flota china (la comercial y la de guerra) un acceso directo al Mar de Andamán y, de ahí, al de Bengala y el subcontinente indio, al tiempo que facilitaría el paso de grandes buques desde los países árabes.
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