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Ciclos, también en política

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El capitalismo de Estado en el que vivimos alimenta la crisis con la expansión crediticia y todo tipo de intervenciones que distorsionan la información que recibimos, facilitando que se tomen malas decisiones y se lleven a cabo desastrosas inversiones. Las consecuencias las sufrimos todos cuando se pinchan las burbujas y los hechos tozudos terminan por amargar las ideas felices de los burócratas que se depuran en forma de destrucción de empleo y desinversión en sectores o empresas que en un mercado libre jamás habrían existido.

Son las malas decisiones políticas las que agravan las crisis y dificultan la recuperación. El problema es que no existen buenas decisiones políticas, todas se toman de espaldas al mercado sin tener en cuenta las necesidades particulares que cada uno conoce mejor que nadie. Toda política pública necesita un presupuesto y que haya dinero en la caja para poder hacerla realidad. En los momentos históricos en los que la sociedad crea riqueza los políticos pujan por el voto con promesas inasumibles para la contabilidad pública sin que los contribuyentes se preocupen demasiado por su dinero ya que parece que al ser público no es de nadie y cualquier compromiso político, por descabellado que sea, puede llegar a cumplirse confundiendo los deseos con la realidad. La irresponsabilidad no es solo de los políticos sino compartida con los votantes que se dejan embaucar.

No obstante, la propia naturaleza del Estado que busca perpetuarse y la voluntad de sus gentes de vivir sin penurias coinciden actuando como contrapeso y escapatoria de la trampa democrática. El propio Leviatán es capaz de desprenderse de su estructura más superflua para proteger los monopolios esenciales con el fin de conservar el poder (el de la violencia, el legal y de la moneda) mientras que el votante se aferra a los políticos más realistas para llevar a cabo las políticas que el sistema necesita para mantenerse. Los ciclos se imponen así en la política superando la dialéctica que los marxistas aplican a todas las materias, incluido el cambio social. No hay superación de la tesis y su antítesis por una síntesis superior, sino una tensión en equilibrio entre opuestos a menos que se vuelen los pilares sobre los que se asientan. Mientras tanto, pendulamos entre momentos políticos en los que la expansión crediticia permitirá que aliviemos nuestras conciencias ayudando al prójimo con los ahorros de un tercero hasta que esa situación se torne inviable y volvamos a replegarnos sobre proyectos asumibles por las necesidad del mercado. Así, hasta que la riqueza generada permita de nuevo que los caprichos de nuestra opulencia nos lleven a la quiebra otra vez.

En los momentos de lucidez de los votantes y de necesidad del Estado de autolimitarse para asegurar su supervivencia, es cuando deberíamos aprovechar para ingeniar controles y garantías que limiten la futura y previsible irresponsabilidad en la que volveremos a caer. Por desgracia, la visión ilimitada y sentimental de la política terminará por sortear y superar todos los controles y volveremos a tropezar con la misma piedra.

La imprevisbilidad de la acción humana nos lleva a la incapacidad de descartar otros escenarios. No sería la primera vez que ante la cercanía de un barranco una colectividad decide acelerar el paso en lugar de corregir la marcha. No hay soluciones ideales pero siempre estamos a tiempo de empeorar.

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