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Ciudades de 15 minutos

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To remove a man who has committed no misdemeanour, from the parish where he chooses to reside, is an evident violation of natural liberty and justice. The common people of England (…) have now, for more than a century together, suffered themselves to be exposed to this oppression without a remedy (…) There is scarce a poor man in England, of forty years of age, I will venture to say, who has not, in some part of his life, felt himself most cruelly oppressed by this ill-contrived law of settlements.

Adam Smith. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations

Últimamente está de moda -curiosamente a la vez en diversas partes del globo… maravillosa “globalización”-, con motivo de ese calentamiento global que nos ha tenido pelados de frío, hablar de las “ciudades 15 minutos” (o “cronourbanismo”, si lo prefieren), una idea  con la que esos políticos  que tanto se  desvelan por nosotros (el insomnio sistemático del Tito Berni y sus comilitones es sólo un ejemplo) tienen, según se nos dice, la intención de conseguir acercar los servicios a los ciudadanos -a un máximo “de 15 minutos andando o en bici”, ya saben, de ahí el apodo- a fin de que no tengamos que movernos para poder ir al médico, a la compra, a trabajar, a estudiar, a disfrutar del ocio o “de la cultura”… o “de la naturaleza”.

Eso sí, parece que habrá algún tipo de limitación -minimísima- a quien “se pase” y utilice, “demasiado”, según qué carretera de salida o entrada de su lugar de residencia a la hora que no le parezca al burócrata de turno (sin esas limitaciones, sinceramente, no tendría sentido que estuviésemos hablando de todo esto y los políticos sólo nos venderían la importante inversión que van a realizar duplicando recursos por nuestro bien y dado que la malévola iniciativa privada no se presta a ello por espurios, inconfesables y malignos intereses… lo de siempre con sifón, vaya).

El objetivo, por supuesto, irrenunciable como pocos, es reducir “la huella de carbono” al facilitarle al ciudadano tenerlo todo a tiro de piedra e impedirle la libertad absoluta de tránsito (hay que embridar al ciudadano, ya saben, que si no, siempre se pasa y sólo quiere fastidiar), pero en una espiral virtuosa donde los efectos colaterales positivos son aparentemente infinitos: beneficios “al pequeño negocio”, mejoras para “la salud de los ciudadanos” (al disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y permitir una vida más tranquila), una mejor “ habitabilidad”, reforzar los vínculos, reforzar el “sentido de comunidad” a lo Jane Jacobs…  y un larguísimo etcétera. El único inconveniente es que se pisotea la libertad, pequeño detalle, con oscuros resabios del “panóptico carcelario” benthamiano;  pero poco sacrificio me parece si con esas medidas reducimos el CO2, que, según parece, constituye ya el terrorífico 0,04 % –400 partes por millón (sic)-, de la atmósfera.

 Curiosamente es Inglaterra uno de los países en los que con más ganas se están probando estas “nuevas ideas” ya desde los años 60 -con el plan de Barrios de tráfico reducido-, pero sobre todo en los últimos años, con Oxford como espejo en el que poder mirar lo guapos que nos vamos a poner (y que es la ciudad en la que ya ha empezado a haber problemas por algunas restricciones “temporales”, y muy bien intencionadas, en la libertad ambulatoria de sus vecinos).

Por supuesto, la prensa de siempre está dejando claras no sólo las bondades del proyecto, sino la maldad -o estupidez– de los “conspiracionistas” que lo rechazan, injustamente, por considerar que es una vuelta de tuerca más para limitar nuestras libertades. Algún díscolo -aunque son pocos, gracias a Dios-, está que no está, y no se fía de esos “conspiranoicos” que consideran estas futuras “ciudades” un “plan maquiavélico” para encerrarnos, pero tampoco quieren creer a “quienes nos venden este modelo como una alternativa libre de problemas y, sobre todo, libre de ocultas intenciones” -ni fu ni fa, vaya- y limitan los posibles aviesos designios de los ideólogos de esta maravilla a la simple intención de limitar del “vehículo privado” (lo que, visto lo que está ocurriendo en Madrid, por ejemplo, no sería una novedad a la que mereciese dedicar ni un minuto).

El problema es que, como atribuyen a Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”, y en este caso esa rima parece consonante y acompañada por la misma melodía de siempre, nada novedosa, por cierto. Y es que los conspiranoicos serán “malos” o “tontos”, pero en esto no están demostrando ser demasiado imaginativos:

Los soviéticos -expertos en todo lo que tenía que ver con la “supervisión”- tenían ya algo que, a mí, paranoide donde los haya, me recuerda a la herramienta de control que ven algunos -aunque sin los afinados mecanismos que permite la tecnología actual-: un sistema de “fiscalización” de la población mediante permisos de residencia y la prohibición a los empleadores de contratar a quien no estuviese en su sitio y no tuviese, por tanto, la “propiska local” (o permiso de residencia) correspondiente. Cierto es que en el paraíso socialista no había gente necesitada, todos eran inmensamente felices y comían perdices -reales o imaginadas- gracias a papacito Estado, con lo que dicho sistema de “control” debía ser pura veleidad, superflua e inútil, de algún burócrata despistado con exceso de celo.

También los nazis crearon barrios cerrados en los que se tenía accesible todo lo que ellos consideraban necesario para la población “acercada”; en ese caso se llamaban guetos, y a quienes ahí vivían se les obligaba a llevar un distintivo en la solapa (distintivo que ya no hará falta, gracias también a las tecnologías de reconocimiento de matrículas o facial). Lo que pasó después con esos guetos es una de las páginas más sórdidas, luctuosas y lamentables de la Historia.

Pero la idea venía ya de antes y recuerda demasiado -a mi mente enferma, ya saben-, a las famosas leyes inglesas -ay, la Pérfida Albión, con ese Oxford que están poniendo tan futurista- de Asentamientos (“Law of Settlements”) -que servían para completar a las “leyes de pobres” de los Tudor-, y por las que los menesterosos en general tenían prohibido mudarse de una “parroquia” a otra sin la autorización formal y escrita de la parroquia de origen (mecanismo de “mera observación”, como otro cualquiera). Y es que eran numerosas, en aquella época, las hordas de mendigos que -como recuerdan entre otros el libertario Albert Jay Nock en su “Nuestro enemigo, el Estado”- habían sido creadas por el latrocinio coactivo del mismo que vino después a establecer las medidas para “solucionar” el problema que había creado, es decir, el Estado:

Los horrores de la vida industrial de Inglaterra (…) se debían a la intervención primaria del Estado por la cual se expropió la tierra a la población de Inglaterra; debido a la eliminación de la tierra de la competencia con la industria de trabajo por parte del Estado. Tampoco el sistema fabril y la “revolución industrial” tuvieron nada que ver en crear esas hordas de miserables. Cuando el sistema fabril vino, esas hordas ya estaban ahí, expropiados

Albert Jay Nock. Nuestro enemigo, el Estado, Unión Editorial 2013, pág. 165.

Se me dirá que exagero y que no es lo mismo: que la finalidad de los casos históricos comentados no tiene nada que ver con lo que pretenden los comunistas de Más Madrid, adalides del ecologismo planetario; o que una cosa es poner orden y racionalidad, y otra prohibir; o que hoy no somos legión quienes queremos cambiar de residencia y no tenemos con qué sustentarnos, sin que haya ninguna amenaza en lontananza de la que debamos preocuparnos.

El Estado era malo, como mucho, antes, por ignorancia e ingenuidad, pero quienes gobiernan han aprendido y ya sí saben cómo velar por nuestro bien:  la IA sólo irá en nuestro beneficio y no hay manera de que se creen hordas de mendigos sin trabajo por las máquinas, sobre todo en un mercado laboral tan bien regulado como el que tenemos; la crisis de deuda, para un Estado con facultad de “imprimir dinero”, no es un problema (lo que les digo, si es que “la vida puede ser maravillosa”); las leyes de bienestar animal, entre otras, que hacen cada vez más difícil la vida en el campo -donde podríamos ser libres, como los mendigos antes de las expropiaciones “tudorianas”-, son por nuestro bien, aunque ahoguen de manera irremediable a quienes allí viven, pero precisamente porque son unos ignorantes a quienes tienes que venir los urbanitas a enseñar cómo se deben hacer las cosas… etc…

Es verdad que no estamos todavía en una cárcel -al menos desde que salimos de los inconstitucionales confinamientos-; pero visto lo visto, y la inclinación natural que tienen quienes nos gobiernan a ir siempre en la misma liberticida dirección, no estoy tranquilo… Además, hay algo incontestable: según el Foro Económico Mundial, ese faro inmerecido que otea, por nosotros, el futuro más furtivo, en 2030 “no tendrás nada”, y serás feliz… ay, los mendigos expropiados ingleses…

Y, quizás de nuevo por la rima, se me viene también a la cabeza otra frase de Adam Smith, relativa a cómo reaccionó la gente ante las Leyes de Asentamiento británicas:

Though men of reflection, too, have some times complained of the law of settlements as a public grievance; yet it has never been the object of any general popular clamour

Adam Smith. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations

Y algo, como un escalofrío, se empeña en recorrer mi espalda.  La idea ya está lanzada… es cuestión de esperar a que a Mr. Overton le dé por pasar por delante de nuestra ventana, o que se presente, “espontáneo” e imprevisto, algún “shock”, a lo Naomi Klein. Y si no, al tiempo.

Y yo me pregunto… si “resilientemente” aceptamos caminar hacia el precipicio liberticida “un, dos, tres pasitos pa´lante, María” para después morir de júbilo por dar “un pasito pa´tras”… antes de volver a avanzar, ¿dónde acabamos?  “Libre, como el ave que escapó de su prisión, y puede, al fin, volar; libre”.

3 Comentarios

  1. Creia que hablaría de urbanismo. Imagino que cuando haya leído algo sobre el tema. Parece un artículo del Marca o el Mundo Deportivo. Saludos.

  2. Que artículo más tedioso de leer. No da evidencias de sus acusaciones y sus conclusiones no son más que verborrea conspiranoica por lo mismo.

    No estoy a favor de las ciudades de 15 min. Pero esto es una completa tergiversación del concepto.

  3. Me recuerda a los juegos del hambre


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