Todos los que han tenido oportunidad de visitar Italia se quedan maravillados con la belleza e historia de sus ciudades, de muchísimas de ellas. Es obvio que despuntan Venecia o Florencia (y qué decir de Roma), pero quien profundice un poco en el territorio de la bota descubrirá pronto que las citadas no son más que la punta del iceberg. A su alrededor se pueden encontrar Padua, Vicenza o Verona, y la Toscana está trufada de tesoros como Siena, San Gimignano, Pisa, Lucca o Volterra. Pero es que no termina ni de lejos aquí la cosa, y quien tenga tiempo para separarse un poco más, podrá maravillarse con Mantua, Ferrara, Parma o Urbino.
Un paseo por cualquiera de estas ciudades revelará al viajero la enorme riqueza que fueron capaces de atesorar en su momento, ahora reflejada en maravillosos palazzi, duomos, giardinos y conventos, y todas las obras de arte en ellos contenidos. Una riqueza ciertamente exuberante si se contrasta con la situación actual, donde la producción artística y arquitectónica no guarda proporción alguna con la que hubo en su momento en las citadas ciudades. Y, ojo, no digo que no se haga arte o que no se construyan magníficos edificios, simplemente digo que no hay la misma proporción producción artística-riqueza que en aquella época, si no mucho menor. Lo que, a su vez, si mantenemos fijo el ratio, podría significar que la riqueza que se generaba en esas ciudades era superior en términos reales, siempre per cápita para corregir por la menor población.
¿Puede compararse la producción artística de estas ciudades con la producida por la República Italiana, fundada sobre los mismos territorios uniendo los Estados preexistentes? La verdad es que cuesta mucho decir que sí. ¿Es ello reflejo de una menor generación de riqueza en términos relativos? No es tan fácil responder, aunque la teoría económica proporcione alguna pista.
El viajero curioso se preguntará cómo es posible lo que trato de describir en el párrafo anterior. ¿Pues no se moría de hambre la gente en la oscura Edad Media? El hecho cierto es que toda esa riqueza fue generada en ciudades Estado, pequeñas entidades territoriales que se gobernaban por leyes basadas en la costumbre, y por elites locales; élites en sentido estricto, es decir, gente reconocida como válida por sus vecinos. Quién mire a su alrededor en la actualidad se va a encontrar con un panorama muy similar, pues hay una gran correlación entre riqueza de países (siempre per cápita) y su tamaño: Singapur, Hong-Kong, Liechtenstein, Luxemburgo, Brunei, Qatar o los Emiratos Árabes Unidos saltan a la mente.
Así pues, la evidencia empírica nos tendría que hacer preferir Estados pequeños (de tamaño) a Estados grandes, aunque evidentemente a esta conclusión ya no llegará ningún viajero, por curioso que sea, y se volverá feliz a su Estado-nación de buen tamaño con un montón de fotos en su móvil.
Y, sin embargo, la teoría económica coincide y explica la evidencia empírica observada. Para ello, el primer punto que no se ha de olvidar es que hay una relación causal entre libertad y riqueza, por una razón muy sencilla: solo se puede crear riqueza mediante transacciones voluntarias, pues solo en ellas ganan las dos partes (si una perdiera, la transacción no se llevaría a cabo voluntariamente, claro). Y, por supuesto, a más libertad, más transacciones voluntarias son posibles. Así pues, cuanto más libre es un territorio, más riqueza se puede esperar que genere[1].
Si esto es así, entonces se puede deducir que las ciudades-Estado, en general, ofrecían un entorno más libre que las actuales naciones-Estado, por llamarlas de alguna forma, pese a todo lo democráticas que son. Una primera razón por la que ello ocurría (y ocurre) es que en ellas es más fácil votar con los pies. Como ocupan poco territorio, es fácil salir de ellas y cambiar de régimen estatal. Esta posibilidad supone una fuerte disciplina para los Estados pequeños que, por tanto, tenderán a intervenir en la vida de sus ciudadanos de una forma más benigna que si estos no se pueden escapar tan fácilmente.
Otra razón a tener en cuenta es la mayor proximidad de los ciudadanos a los gobernantes. En los pueblos todo el mundo conoce al alcalde, y es indudable que eso ejerce una fuerte presión sobre la conducta de éste, más allá de las consideraciones legales y penales. Lo mismo, imagino, ocurriría con los gobernantes de estas ciudades Estado, que la ciudadanía a la que tienen que responder no les quedaba lejos, y no era tan fácil hacer desmanes.
Ello nos lleva a una tercera razón: si es relativamente difícil lucrarse ejerciendo el gobierno, tanto por la cercanía de la ciudadanía como por la menor disposición de recursos, será mucho más difícil que surja una clase política que pretenda vivir de esta situación. Es por ello que los gobernantes de estas ciudades serían normalmente (imagino una vez más) gente con riqueza previa y reputación, que tuvieran un verdadero compromiso con la ciudad en que vivían[2]. Vamos, que gobernar se haría por amor al arte y al prójimo. Recuérdese que hablo siempre en términos probabilísticos, no digo que siempre fuera así, sino que tendería a ser así.
Creo que estos tres argumentos son ciertamente potentes para explicar la libertad existente en estas ciudades-Estado y, consecuentemente, su capacidad para generar riqueza.
Siendo así, ¿cómo es posible que los individuos abrazaran con entusiasmo los estados-nación actuales, con todas las mermas de libertades y de capacidad de generar riqueza que han conllevado? Lo digo pensado sobre todo en Alemania e Italia, cuyo origen es el de estas ciudades Estado. Sinceramente, me cuesta pensar que fuera suficiente con el señuelo de la democracia, siendo como es un argumento bastante potente para la mentalidad actual.
Más bien quizá haya sido un fenómeno parecido al que originalmente se dio con la Comunidad Económica Europa, que conocemos mejor. Las ciudades-Estado de continúa mención eran libres y con capacidad de generar mucha riqueza, pero al mismo tiempo encontrarían dificultades comerciales allende sus fronteras, o sea, muy cerquita. Los enfrentamientos entre las ciudades italianas eran constantes, y constantemente se revisaban alianzas y cambiaba el balance de poder. Frente a esta situación tan inestable, tener un marco común era una verdadera panacea: se reduciría la conflictividad y se multiplicaría el comercio entre las entidades independientes. Algo que ya se había visto en todos los imperios, al menos en sus momentos iniciales, empezando por el persa de Ciro.
Así pues, la agrupación de estas ciudades-Estado en territorios con un marco común, suponía un claro incremento en las libertades y en las riquezas de todos los que se adhirieran. El caso de Alemania tras el establecimiento del Zollverein es seguramente el más paradigmático. Y sin duda supuso un excelente ejemplo para la fundación de la República de Italia[3].
Pero, al mismo tiempo, se sembraban las semillas para la aparición de Estados mucho más grandes, y, por lo tanto, aquejados por los males que habían esquivado con su tamaño las ciudades Estado. El principal, por supuesto, sería la aparición de incentivos perversos para el surgimiento de una clase política destructiva, que tan magníficamente describe Hayek en su capítulo “¿Por qué los peores llegan a lo más alto?” de su Camino de Servidumbre.
Es la misma estrategia que se sigue desde la Comisión Europea, el Estado de la Unión Europea. El interés inicial para la ciudadanía consistía en el incremento de sus ámbitos de libertad territorial: eliminación de barreras al comercio y movimiento de personas en un territorio de mucho mayor tamaño al de cada Estado-nación integrante. De nuevo, no obstante, quedan sembradas las semillas para una mayor pérdida de libertad (y riqueza) que la adquirida mediante la eliminación de esas barreras. Tendremos un Estado con mucho más poder y más ámbito territorial, con la merma consiguiente en libertad y riqueza. Y cada vez estaremos más lejos de las preciosas ciudades-Estado italianas que, de momento[4], nos dejan visitar.
[1] Como no puedo entrar el debate de la subjetividad de la riqueza y de la relación de ésta con los recursos, a su vez cambiantes en un entorno dinámico, el lector que no esté conforme que añada un ceteris paribus a la anterior afirmación.
[2] Algo parecido ocurría con el cursum honorum en la República de Roma.
[3] Con la visionaria excepción de San Marino, entre otras. Por cierto, el lema de la pequeña república no es otro que “Libertas”.
[4] No exagero, recuérdense las medidas relacionadas con la pandemia COVID que acabamos de vivir, y dónde acabaron nuestras libertades de movilidad.
2 Comentarios
Ciudeades estado versus UE es como la Florencia de Maquiavelo versus la Viena de los Nazis.
Hoy, a día 190 del año 21, se comprueba con más claridad que nunca antes que todos los que todavía apoyan la maldita Unión Europes son enemigos de la Cultura, del Derecho, de la Libertad y de la civilización. El democratismo, la democracia como un fin y no un medio, es la peor plaga imaginable para la sociedad humana.
Régimen político de las comunas italianas en la Italia Medieval:
https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%A9gimen_pol%C3%ADtico_de_las_comunas_urbanas_de_la_Italia_medieval