Skip to content

Clara Campoamor

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

La trayectoria de Clara Campoamor (1888-1972), la “sufragista española”, simboliza como pocas esa primavera de la esperanza, pronto mutada en invierno de la desesperación, que fue la IIª República española (1931-1936). Ella misma, uno de los personajes menos y peor tratados por la historiografía política del siglo XX, resulta inclasificable en ese experimento de ilusiones defraudadas que terminó siendo la IIª República española. Más liberal que izquierdista para las izquierdas y demasiado republicana para las derechas, la figura de Clara Campoamor, se alza solitaria, casi aislada, como era inevitable que le sucediese, en el complejo siglo XX español, a quien fue demócrata y liberal consecuente a lo largo de su vida.

Como recoge Luis Español en la semblanza hecha en su introducción a La Revolución Española vista por una republicana, Clara Campoamor tuvo que afrontar una niñez y adolescencia difíciles. En 1898 murió su padre y tuvo que ayudar a su madre a sostener las cargas familiares, desempeñando desde los trece años varios oficios.

Posteriormente, desde 1909, se abrió camino a través del funcionariado, primero del Cuerpo de Correos y Telégrafos del Ministerio de la Gobernación (en San Sebastián) y, en 1914, retornó a Madrid como profesora especial de taquigrafía y mecanografía en las Escuelas de Adultos. Trabajó, además, como auxiliar mecanógrafa en el Servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción y fue secretaria de Salvador Cánovas, director del conservador La Tribuna, iniciando sus colaboraciones en la prensa, como en el Nuevo Heraldo, El Sol y El Tiempo.

El Ateneo

De vuelta a Madrid, se abrió ante sus ojos un mundo nuevo. El funcionariado le daba una posición económica modesta, pero segura, en el tiempo en el que Europa se debatía en la Primera Guerra Mundial y, en España, se asistía a la progresiva descomposición de la Restauración. En 1916 comenzó a asistir al Ateneo de Madrid. Fueron para ella años de gran actividad, participando en la vida ateneísta en una época paulatinamente convulsa, tanto en la Docta Casa, como en España.

En el Ateneo tomó contacto con otras feministas, como Carmen de Burgos y, entre 1921 y 1924, formó parte de la mesa de la Sección de Pedagogía. En el Ateneo, descubriría además su interés por la literatura, las artes y las ciencias… Y en el Ateneo llegó a ser la primera mujer en ocupar un puesto en su Junta de Gobierno, al ser elegida en la candidatura encabezada por Gregorio Marañón, en marzo de 1930.

En 1921 se matriculó en bachillerato, título que obtuvo en 1922. A continuación, se matriculó en la Facultad de Derecho, licenciatura que concluyó en 1924. En 1925 ingresó en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid y fue la primera mujer que defendió una causa ante el Tribunal Supremo. En ese mismo año ingresó también en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

Para Clara Campoamor, el advenimiento de la República, en 1931, significó la posibilidad no solo de formular sueños y promesas, sino de alcanzar también realidades. A su juicio, y al de muchos españoles, la república había abierto las ventanas de la nación al porvenir. Veía la República como una gran oportunidad histórica para España y la apoyó con entusiasmo sincero, al igual que otros muchos.

Ciudadana antes que mujer

En junio de 1931, se celebraron las elecciones a Cortes Constituyentes de la República, que redactarían la Constitución republicana. Un buen número de directivos del Ateneo fueron elegidos diputados, como Manuel Azaña. Clara Campoamor también había sido elegida, pero no como candidata del partido de Azaña, del que había formado parte desde sus inicios, sino por el Partido Radical, ya que Azaña no quiso que fuese candidata por su partido. La exclusión de Clara Campoamor por Azaña en junio de 1930, en la candidatura que le hizo presidente ateneista, volvía a producirse en junio de 1931, pero esta vez en las candidaturas a Cortes Constituyentes.

En España, ella fue y sigue siendo la más célebre defensora de los derechos de la mujer desde planteamientos liberales. Durante la IIª República Española se afilió al Partido Radical (Alejandro Lerroux) y fue diputada en las Cortes Constituyentes de 1931. Allí desempeñó un papel trascendental para la aprobación del sufragio femenino, con su presentación y defensa. Su propuesta, muy debatida, topó con la oposición de otros partidos, incluido el suyo, aunque ninguno de los conservadores. Argumentó que la igualdad era un principio liberal básico y que el sufragio femenino era crucial para garantizar la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres. Su defensa apasionada del sufragio femenino -“Señores diputados: yo, antes que mujer soy ciudadano”- resulto imprescindible para su aprobación en la legislación española.

El voto para las mujeres

La defensa del voto de la mujer en el proyecto de Constitución de la IIª República española, constituyó su mayor éxito, personal y político a la vez: había alcanzado fama nacional y se había ganado la simpatía de la opinión pública. También fue protagonista de la Ley de Divorcio (1932) y la abogada de divorcios muy sonados, como el de Valle Inclán. Mientras mantenía su actividad política, se unió a la masonería en 1932, en la Logia Reivindicación de Madrid (logia femenina). Se desconoce la fecha de su iniciación, pero constan testimonios documentales en el expediente abierto durante el franquismo en el Tribunal de Represión del Comunismo y la Masonería, que la impidió regresar de su exilio.

Su actuación política no se limitó a la consecución del voto de la mujer. También tuvo ocasión de participar en la acción de los gobiernos republicanos, entre 1933 y 1935, como directora general de Beneficencia (Ministerio del Interior). Y fue, además, autora de una ingente obra periodística, como articulista de prensa, luego recogida en diferentes volúmenes, así como de una amplia obra ensayística de muy variada temática. En todos estos escritos se muestra Clara Campoamor como se definió a sí misma siempre: humanista, liberal y feminista.

¿Encasillar a Clara Campoamor?

La fama y el éxito le dieron popularidad, pero también enemigos. En las elecciones de 1933 no fue reelegida. No obstante, el republicano histórico Alejandro Lerroux, que dominaba entonces la política española, la nombró directora general de Beneficencia (Ministerio del Interior). Pese a la dedicación con la que se ocupó de esos cometidos, dimitiría en noviembre de 1934, por la represión de la Revolución de Asturias. La campaña propagandística desarrollada por las izquierdas sobre las represiones causó una conmoción a la que no fue ajena. Su dimisión la completó con la baja en el Partido Radical, en 1935. Ese mismo año, con la mediación de Santiago Casares Quiroga, intentó unirse a Izquierda Republicana, nuevo partido de Azaña. Se denegó su admisión. Azaña, en 1935, volvió a excluir a Clara Campoamor, esta vez de Izquierda Republicana.

¿Cuál fue el pensamiento político de Clara Campoamor? Si se repara en las fuerzas políticas que más la reivindican hoy, parecería que su ideología estaría muy próxima al socialismo y, en todo caso, no hay duda de que, entre el gran público, se tiende a considerarla izquierdista. Así, quien consiguió el voto femenino en España ha terminado alcanzando un pedestal construido por la izquierda socialista.

Algo posible sólo por el escaso conocimiento y desinterés general sobre sus obras y sobre su trayectoria. Por eso es pertinente preguntarse si su adscripción izquierdista es real, o si su reciente reivindicación por la izquierda es una falsificación (una más), casi un secuestro de su figura, al calificarla de persona izquierdista o próxima al socialismo. Como se ha dicho, ni las izquierdas por liberal, ni las derechas por republicana, tuvieron nunca mucha estima por Clara Campoamor.

Democracia, ley y libertad

Fue en el liberal Ateneo fue donde surgió y se desarrolló su conciencia política, participando activamente en la vida ateneísta y ocupando posiciones preminentes en la Docta Casa, como integrante de la Mesa de la Sección de Pedagogía (1920) y, en marzo de 1930, como primera mujer elegida para la Junta de Gobierno del Ateneo. Ella misma se definió liberal y acabó representando y defendiendo las aportaciones y valores del liberalismo, las instituciones democráticas y el respeto a la ley, así como la educación e instrucción pública para la promoción social por el mérito, manteniendo siempre sus convicciones republicanas.

Su intransigente defensa del derecho al voto de la mujer, pese a la oposición de la izquierda y hasta de muchos de su propio partido, logró implantar en España el sufragio universal, para hombres y mujeres, a partir de 1931. A cambio, pagó un elevado precio por ello, como su progresivo aislamiento y soledad en la IIª República. En 1933, las izquierdas la culparon de su derrota electoral: era la primera vez que las españolas votaban a Cortes y habían ganado las derechas.

Era una acusación insostenible, pero la siguieron culpando de la derrota de 1933. Incluso, cuando en las elecciones de febrero de 1936, votaron de nuevo las mujeres, y los resultados, pese a los fraudes denunciados (y recientemente acreditados), dieron una mayoría inicial al Frente Popular, lo que desmentía totalmente que el voto femenino fuese derechista y clerical. Había suscitado la inquina de muchos izquierdistas que la miraban con rencor.

El Partido Radical

A partir de 1935, año en el que abandonó el partido Radical y se le denegó el ingreso en la recién creada Izquierda Republicana de Azaña, Campoamor se convirtió en una republicana sin partido. Su citado El voto femenino y yo: mi pecado mortal, lo escribió como defensa y reivindicación de su actuación y de su lucha en las Cortes Constituyentes de 1931, en favor de los derechos de la mujer. Pero también constituye un desolador retrato de la soledad política en la que había quedado. Soledad que ya no la abandonaría nunca, pues proseguiría durante la guerra civil, primero, y durante su posterior exilio en Argentina y Suiza, después.

La secuencia revolucionaria iniciada por el Frente Popular tras las elecciones del 16 de febrero de 1936, y su creciente aislamiento político, terminaron de desengañarla de la República que tantas esperanzas le suscitó en 1931. La primavera de 1936 la sorprendió en Madrid, donde asistió como testigo más que cualificada y progresivamente alarmada, a los prolegómenos y las primeras manifestaciones sangrientas de la violencia de lo que ella denominó “la Revolución Española. En el verano de 1936, mientras se organizaban los frentes de batalla, en la retaguardia de la zona del Frente Popular se producían toda clase violencias y crímenes izquierdistas contra cualquier posible adversario, real o imaginario, lo que relató con detalle en su citada obra La Revolución Española vista por una republicana.

Huyendo del Madrid republicano

El estallido de la guerra civil española, en julio de 1936, y el ambiente revolucionario de Madrid, donde sabía que contaba con enemigos izquierdistas poderosos, como los socialistas Indalecio Prieto y Margarita Nelken, la llevaron a escapar de la capital para evitar represalias del Frente Popular. Consiguió hacerlo, logrando llegar hasta Lausana (Suiza), tras un azaroso viaje en el que estuvo a punto de ser asesinada. En Lausana, apartada de los grupos de exiliados españoles y sus disputas, mantuvo una vida de expatriada hasta su muerte, en 1972.

Clara Campoamor huyó de Madrid, en septiembre de 1936, a Suiza, como se ha dicho. El exilio de la guerra civil española (1936-1939) no sucedió en 1939, al final de la contienda. El exilio español comenzó en 1936, y seguiría en 1937 y 1938, en constante goteo. A finales de 1936, ya había una larga lista de intelectuales españoles exiliados en el extranjero, huidos del terror del Frente Popular. Un exilio que se incrementaría en 1939.

Españoles eminentes

Ver también

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

El conservadurismo de Scruton reconsiderado

Roger Scruton contribuyó en gran medida a recuperar los fundamentos metafísicos del conservadurismo. A su manera inimitable, recuperó la conexión perenne entre la ciudad y el alma.