La vida solitaria es muy diferente de la vida social, tanto para los seres humanos como para otros seres vivos. Un organismo aislado tiene problemas que podría solucionar mediante la cooperación con otros individuos, sea de forma ocasional o en un grupo estable. Pero la convivencia colectiva tiene sus propios problemas y requisitos.
La vida solitaria tiene muchas limitaciones: cada agente tiene una fuerza, una capacidad de acción y trabajo y unas habilidades determinadas, que se pueden mejorar, pero no de forma indefinida, de modo que hay logros que están fuera de su alcance; es imposible, o más difícil o ineficiente, hacer algunas cosas simultáneamente, como por ejemplo cazar y cuidar de las crías; y el individuo no tiene nadie que le ayude a superar una situación delicada si sufre un accidente o enfermedad, de modo que ciertos peligros pueden resultar letales.
Un agente solitario puede intercambiar bienes o servicios con otro si ambos coinciden e interactúan de algún modo. Pero estos encuentros requieren algún desplazamiento, coordinación y costes de búsqueda, o son casuales, aleatorios; quizás son poco frecuentes y cuando ocurren tal vez las partes no tienen nada valioso que interese al otro o no existe la confianza necesaria para negociar y realizar un intercambio. Algunos individuos pueden ser amenazas (depredadores, parásitos, ladrones, tramposos, estafadores) y conviene mantenerse a cierta distancia o vigilarlos cuidadosamente. Muchos animales de vida individual sólo cooperan esporádicamente (o incluso una sola vez en su vida) con otros de sexo opuesto para la reproducción sexual.
La vida social en un grupo estable permite compartir ciertos recursos valiosos, como un refugio o reservas de alimentos; juntar esfuerzos y generar sinergias para tareas comunes (caza, ataque y defensa); dividir el trabajo temporalmente (vigilar, construir el refugio, cuidar de las crías) o especializarse en tareas diferentes complementarias y realizar intercambios; y tener a otros siempre cerca y recibir ayuda en caso de necesidad. La cohesión social en animales es frecuente en situaciones de estrés y peligro.
La cooperación colectiva precisa algún tipo de coordinación mediante señales informativas e incentivos adecuados para conseguir fines comunes. Las interacciones frecuentes con otros y el conocimiento mutuo permiten desarrollar la confianza entre los individuos. La convivencia en proximidad requiere normas para evitar conflictos: molestias, externalidades negativas, parásitos, agresores, tramposos.
La cooperación social proporciona seguridad a los individuos mediante la lucha conjunta y la ayuda mutua: siendo muchos y estando cohesionados y adecuadamente organizados para la guerra (la unión hace la fuerza para la defensa ante ataques de otros grupos; divide y vencerás); y teniendo siempre a alguien al lado que puede y quiere socorrer o cuidar a un necesitado. Sin embargo estos dos fenómenos tienen diferencias importantes: la guerra es una acción necesariamente colectiva, de grupos contra grupos; la ayuda solidaria es una acción que puede realizarse de múltiples maneras, individualmente o mediante distintos tipos de asociaciones que no tienen por qué coincidir con el colectivo políticamente organizado.
Aunque no todos los individuos participan igual, la guerra es una actividad colectiva que implica a todo el grupo. La fuerza militar se incrementa notablemente conforme crece el número de guerreros o soldados disponibles, su calidad, su coordinación y su cohesión: jerarquía de mando, disciplina, capacidad de luchar como unidades eficientes de combate, cerrar filas, resistir, no ceder, no huir. La victoria en la batalla es más probable si se dispone de más combatientes con el armamento, la organización y la motivación adecuadas. Los grupos que más crecen (tanto en número de miembros como en recursos) y están más cohesionados (sentimiento tribal, patriotismo, compromiso, lealtad) tienden a triunfar en los conflictos bélicos. También son muy importantes las posibles alianzas entre grupos, las cuales pueden llegar a producir fusiones en unidades mayores.
Si un grupo crece y se organiza para la guerra sus potenciales víctimas deben a su vez crecer y prepararse si quieren sobrevivir y continuar siendo libres. Si el número de miembros no puede aumentar rápidamente es necesario mejorar la cohesión y la coordinación. Los colectivos pequeños, divididos o aislados, son débiles y pueden ser derrotados más fácilmente; tienden a ser eliminados, esclavizados o asimilados por otros grupos más poderosos, y para mantener su independencia suelen localizarse en zonas pobres en recursos o de difícil acceso (montañas, desiertos, junglas).
Los grupos organizados son poderosos para bien y para mal: es difícil separar la preparación para la defensa de la preparación para el ataque. Un grupo puede imponerse sobre otro grupo externo: guerreros que se establecen como gobernantes en el territorio de otro pueblo menos poderoso o le exigen sumisión y tributos. Un subgrupo organizado puede controlar coactivamente a los demás miembros de su propia sociedad: la casta militar o policial oprime al resto de la población.
La ayuda a un necesitado no suele implicar a todo el grupo, sobre todo cuando el colectivo es grande y complejo y la necesidad relativamente pequeña: pueden ser suficientes interacciones individuales. Cada sujeto tiene una red de relaciones familiares y de amistad en las cuales pide y ofrece, da y recibe ayuda. Es posible organizar asociaciones cooperativas de ayuda mutua como hermandades o fraternidades: estas intentan atraer a muchos miembros para incrementar los recursos disponibles y compensar mejor estadísticamente los riesgos, pero estos grupos no suelen coincidir con el nivel de asociación preciso para la defensa, y tampoco tienen por qué coincidir con las agrupaciones por otros motivos como la gestión de recursos comunes (ayuntamientos). En una economía avanzada también existen empresas especializadas dedicadas, como las aseguradoras de salud, accidentes o muerte.
La ayuda mutua suele ser limitada, ocasional, temporal y condicional. Funciona en ambas direcciones (hoy por ti, mañana por mí) gracias a la empatía de los donantes y a los sentimientos de agradecimiento y deuda de los receptores. Un caso problemático y minoritario es el de los necesitados permanentes, ya que sólo reciben y no dan y son una carga neta para otros.
Los parásitos recurren al engaño y la coacción para exigir y recibir mucho más de lo que dan, si es que dan algo. En la medida de sus posibilidades los individuos productivos intentan librarse de ellos mediante la denuncia y el repudio o exclusión de las redes de cooperación social. Pero el polizón descarado insiste en su derecho a viajar gratis total, el incompetente y negligente exige a todos que le ayuden en su fracaso, y el imprudente e irresponsable se aferra a otros para no hundirse y ahogarse solo.
La convivencia en grupos extensos con estados intervencionistas proporciona grandes oportunidades para el parasitismo interno, ya que el control social mediante relaciones personales es muy limitado y los grupos de interés capturan con relativa facilidad las estructuras del poder. Los parásitos suelen ser hábiles en la manipulación, la picaresca y el engaño: no se presentan abiertamente como tales sino que suelen camuflarse hipócritamente y sin escrúpulos morales como altruistas, inocentes necesitados, pobres explotados, víctimas merecedoras de ayuda o proveedores de servicios públicos esenciales que actúan por el bien común.
Los grupos de presión e interés obtienen beneficios y privilegios a costa de los demás: rentas, proteccionismo, subvenciones, restricciones de competencia. Puede tratarse de reducidas élites extractivas con profesiones corporativistas de alto estatus y muy lucrativas (poderosos próximos al poder político, notarios, registradores de la propiedad, farmacéuticos con licencia para su farmacia, controladores aéreos, pilotos de algunas líneas aéreas), o de colectivos formados por gran cantidad de individuos (jubilados que votan según qué partido político les garantiza su pensión pública).
Las estrategias de extracción de rentas evolucionan: en las socialdemocracias estatistas diversas castas subvencionadas se esconden tras la prestación ineficiente de servicios de pobre calidad por funcionarios inamovibles y otros empleados públicos por lo general interesados en esforzarse lo mínimo y obtener el máximo salario posible, como cualquier agente racional. Son especialmente importantes, por su impacto presupuestario y su relevancia económica y social, en la educación y en la sanidad. Algunos colectivos profesionales, como los bomberos, ocultan sus privilegios tras su aureola de sacrificio y heroísmo, que hace más difícil criticarlos.
Son especialmente problemáticos, por su importancia esencial para el buen funcionamiento de la sociedad, la posibilidad de que abusen de su poder, la falta de competencia y la dificultad de conocer su auténtica eficiencia y productividad (más allá de las campañas de relaciones públicas lanzadas desde el poder para mejorar su imagen y respetabilidad), colectivos profesionales como el judicial, el policial y el militar.
Las apelaciones a la cohesión social y a la solidaridad a menudo son declaraciones grandilocuentes que sirven para mejorar la reputación del hablante sin necesidad de asumir costes reales, ayudando él en lugar de exigirlo a todos los demás. Frecuentemente se invocan miedos tribales ancestrales, carecen de argumentación correcta, no suelen explicitar las razones reales de su necesidad y ocultan los auténticos intereses particulares inconfesables de sus defensores.
La cohesión para la guerra exige algún enemigo o amenaza, normalmente inventado, exagerado o no identificado: es la cohesión de la falange militar, el puño cerrado que amenaza con golpear (saludo de ciertos partidos políticos) o la piedra utilizada como arma arrojadiza contundente. Los que demandan cohesión social pueden en realidad ser parte esencial del problema: los sindicatos amenazan con romper la paz social, provocando enfrentamientos violentos, saboteando y alterando el orden público si los gobernantes y empresarios no ceden ante su chantaje.
Los políticos liberticidas más megalómanos reclaman más unión política y colectivización en todos los ámbitos, cohesión social a niveles progresivamente más alejados de los individuos y sus relaciones voluntarias: más jerarquías de mando, más coacción, más burocracia, más planificación centralizada condenada al fracaso, mayor aislamiento de los gobernantes de las malas consecuencias de sus decisiones, y menos oportunidades para las personas de escapar de la tiranía e ineficiencia del socialismo.
Los parásitos apelan a la cohesión social propia de la sanguijuela y otros chupópteros: serían rechazados por otros en asociaciones voluntarias, y dependen de la coacción y el engaño para mantenerse pegados a sus víctimas y que estas, atrapadas, no puedan huir y librarse de ellos. El Estado, tradicionalmente una herramienta para organizar la fuerza y matar a gran escala, se ha transformado en una herramienta para organizar la fuerza y robar a gran escala.
El socialista acusa al liberal de egoísta por pretender decidir libremente con quién sí se asocia y con quién no. Sin embargo el socialismo, aunque presuma de superioridad moral, no ofrece auténticas redes de seguridad: las impone a todos, y además resulta que son de mala calidad. Es muy diferente la cohesión social que se consigue en una estructura social extensa mediante una gran cantidad y variedad de ligaduras locales, voluntarias, libres, dinámicas y potencialmente reconfigurables (una sociedad libre y abierta), y la conseguida mediante barreras coactivas que impiden la salida de los individuos (un Estado). Las cuerdas de seguridad que atan a montañeros libremente asociados son muy diferentes de las redes y cadenas utilizadas para capturar y retener esclavos. Los apretones de manos que sellan los acuerdos contractuales son muy diferentes de las vallas que impiden que el ganado escape.
Al oír “cohesión social”, sospecha: hipocresía, histeria, guerra, robo.
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