Desde una perspectiva de derecha en ciencias sociales, la cultura es una fuente de identidad y pertenencia, así como una institución dinámica formada por diversos mecanismos desarrollados evolutivamente con finalidad de proteger al grupo y facilitar la adaptación, la coordinación y la cooperación. Para la izquierda, la cultura también es fuente de identidad, pero consideran que responde a estructuras de poder, de modo que su función principal es perpetuar el poder de la clase burguesa, masculina, heterosexual o blanca. La cultura contendría los pilares que sostienen la explotación, la violación y el machismo.
Ante un encuentro intercultural, ambos marcos de interpretación detectan problemas diferentes:
- Para la derecha, el encuentro entre culturas puede poner en riesgo la sensación de identidad y pertenencia de sus miembros y puede conducir a incorporar nuevos mecanismo menos eficientes o incluso contraproducentes para la coordinación, cooperación o unidad del grupo. Desde este punto de vista, se puede suscitar una resistencia inicial – difícil de sostener por mucho tiempo – que progresivamente de paso a una aculturación mutua donde las costumbres más funcionales e identitariamente más fuertes tiendan a prevalecer.
Para la derecha, el dialogo se produce entre las tradiciones o aquellos que ha venido funcionando y las nuevas necesidades ambientales. Por ejemplo, una pregunta de estudio sería ¿Cuáles son los roles de género preindustriales y postindustriales que debemos adoptar? ¿Qué elementos culturales podemos cambiar o desechar sin poner en riesgo a la familia o las tradiciones?
- Para la interpretación izquierdista, en la que la sociedad se define por sus luchas de poder, el encuentro entre culturas suele entenderse del mismo modo que los intercambios de mercado, como juegos de suma cero. Una cultura dominante roba o destruye a la cultura oprimida (apropiación cultural). Sin embargo, al haber luchas de poder intraculturales e interculturales, a la nueva izquierda le aparece y reaparece paradojas al promover multiculturalismos, ya que consiguen en parte mantener intacta la cultura «oprimida» (generalmente autóctona, originaria o alternativa a la europea o norteamericana), a costa de mantener intactas las dinámicas tradicionales opresivas dentro de esa cultura.
Para la izquierda, los conflictos denunciados se luchan en el campo cultural con el fin de alcanzar la hegemonía. La función de la cultura no es facilitar la adaptación a nuestro entorno, sino responder a las luchas sociales universales. Por ejemplo, una pregunta de estudio sería ¿Cuáles son los roles de genero justos e iguales independientemente del contexto y la época? ¿Qué elementos culturales representan la lucha por la resistencia de un grupo oprimido?
Las ventajas competitivas
Es bien sabido que para la izquierda no hay coherencia en la noción de cultura y sus aplicaciones prácticas y políticas. Ciertas culturas como la europea, la estadounidense, la católica o la burguesa deben ser moldeables como la arcilla húmeda, mientras que todas las demás deben recluirse para permanecer intactas. Del mismo modo, las culturas «dominantes» no pueden vincularse en ningún caso a una raza o etnia (un alemán necesariamente blanco), pero las «oprimidas» deben responder a un linaje casi perfecto ( solo se es indígena por herencia). En otras palabras, un negro de las costas caribeñas puede identificarse sin remordimientos como estadounidense tras un fin de semana en Nueva York, pero a un estadounidense blanco no puede osar a identificarse con la cultura afrocaribeña a pesar de haber vivido durante años en un país como Jamaica.
Incluso esta noción errada, conflictuada y conflictiva de la cultura ha llegado a los negros e indígenas en Iberoamérica, quienes llevan a cabo campañas de protección de su cultura de la apropiación por parte de los blancos nacionales y extranjeros. Sin embargo, el problema revela un conflicto entre aquellos que viven o generan ingresos a partir de vender su cultura y aquellos que no necesitan de ese recurso y solo quieren que permanezca inalterado. Un ejemplo de ello ha sido la polémica en torno de si las mujeres blancas pueden usar el cabello entrenzado de la forma que lo han popularizado las mujeres negras. Lo interesante del caso fue la defensa de su trabajo y sus clientes por parte de mujeres negras que trabajaban de forma autónoma haciendo las trenzas en las playas y otros sitios turísticos, frente a los «guerreros de la justicia social» dispuestos a quitarles sus trabajos para ayudarles.
Aunque cueste aceptarlo, en el sector del turismo las culturas se venden porque son parte de la experiencia y agregan valor a los sitios. Lo que destruye una cultura no son los intercambios ni las «apropiaciones» sino su aislamiento y fosilización. De hecho, si las culturas no son incluidas como un sazonador a las experiencias, el mercado desarrolla ofertas donde quedan anuladas por completo. Por ejemplo, podemos visitar sitios como Cusco donde las costumbres locales permean toda la experiencia haciéndola única, o podemos visitar sitios como Tulum en donde los empresarios han enfocado sus inversiones en construir una experiencia cultural sincrética y genérica.
El afán por conservar las culturas e ir en contra de sus intercambios de mercado perjudica enormemente a quienes pueden obtener, por sus particularidades culturales, una ventaja competitiva. La globalización y las cadenas de hoteles o cruceros nos permiten disfrutar de comida y servicios internacionales en cualquier parte del mundo; por lo que, para competir con estas cadenas, los locales deben ofrecer buena comida, buen servicio y una experiencia cultural inmersiva e intensa. De hecho, deben explotar a tal punto su cultura que incluso los hoteles quieran invertir en ellas, en cuyo caso, el mercado no tiende a la desaparición de la diversidad cultural sino a su revalorización.
Si el futuro que nos espera traerá la automatización de muchos trabajos, abundancia material y alimentos cultivados de forma automatizada y sin grandes restricciones climáticas, no tiene sentido que se espere que los pobladores rurales vivan de la agricultura, pero sí que vivan del turismo y su oferta cultural. Muchos lugareños han tomado conciencia de esta tendencia del mercado, siendo más rentable convertir la casa frente al mar en una posada que dedicarse a la pesca o cultivar ayahuasca para los rituales que se han popularizado entre los turistas que cultivar alimentos para ellos.
El caso del mundial en Catar
Es difícil comprender plenamente los motivos de los políticos cataríes para acoger la Copa del Mundo de 2022. Pero está claro que la promoción de su cultura formaba parte del programa. Es posible que se dieran cuenta de la importancia de desarrollar una fuerte identidad cultural para abrirse camino política y comercialmente en el mundo y alcanzar un mayor grado de influencia.
A efectos de política interior, la cultura crea el mito o la narrativa que facilita la cooperación, un sentimiento de unión que puede utilizarse tanto para bien como para mal. A efectos de política exterior, una fuerte identidad cultural proporciona cierto blindaje a la estructura política nacional frente a las narrativas extranjeras que pueden colarse y debilitarla. Y, por último, en términos de mercado, forzar o reforzar la identidad cultural abre nuevos nichos de mercado en asuntos relacionados con el deporte, la gastronomía o las artes.
Hasta ahora, todo parece indicar que, en términos de promoción de la cultura musulmana-catarí, la Copa del Mundo fue un éxito. Los visitantes pudieron visitar museos, mercados, instituciones públicas y comprobar de primera mano la riqueza y el «éxito» político de Catar como nación. Las redes sociales se llenaron de vídeos de aficionados disfrutando del evento y adquiriendo costumbres religiosas locales, por lo que es posible que se hayan desarrollado asociaciones muy positivas hacia el islam y la cultura musulmana. Una semilla que puede cosecharse en el futuro.
Conclusión
En los últimos años, la identidad cultural ha cobrado protagonismo en el mundo académico, la política, los mercados y el arte. Los políticos conocen el poder de la identidad e invierten en potenciarla porque pretenden rentabilizarla política y electoralmente, y aunque a algunos nos gustaría pasar un poco de los identitarismos actuales, esto no es posible porque los individuos responden fuertemente a estas señales y discursos. No obstante, quienes partimos de una visión antropológica basada en la cooperación y no en el conflicto, podemos entender con otro paradigma los asuntos culturales y explorar el papel del mercado como una poderosa herramienta para revalorizar las culturas teniendo en cuenta su inherente dinamismo.
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