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Cómo impartir EpC y no sufrir de náuseas

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En esa situación me encuentro ante niños de 11 y 12 años durante hora y media cada semana. No cabe duda de que me resultaba violento hacerlo y de que me resistí a ello. Solamente me disuadí de evitarlo cuando pensé qué libro de texto primaría si yo no aceptaba. Y me puse a ello.

Lo primero que hube de hacer es el preceptivo currículo para la asignatura en el que situé todos los lugares comunes de la misma evitando siempre los dos sesgos más perniciosos que caben en el modelo ministerial.

El primero y, a mi juicio, más grave tinte es el colectivista. Todo el currículo de EpC está plagado de colectivismos. Los derechos son colectivos; las diferencias humanas son colectivas; las segregaciones, grupales; las identidades, comunitarias. Sin olvidar esa parte tan necesaria para el ser humano que es el grupo y la pertenencia a él, introduje el elemento básico que no es otro que el individuo o, mejor, la persona, en la que se integra la soberanía individual y los compromisos asociativos entre los que nace y los que entabla a lo largo de su vida.

Visto así, hablar de no discriminación ya no resulta un mero discurrir acerca de las perversiones del racismo y la xenofobia para sustituirlo por el diálogo “entre culturas”. No discriminación es destacar que, por encima de identidades culturales, raciales y territoriales está el individuo. Que las culturas no tienen existencia propia, son meros resúmenes conceptuales para el manejo comunicativo y, por consiguiente, no tienen derechos. Y, lo más importante para la formación de personas, que por encima de las decisiones de ella misma no existen ni culturas, ni razas, ni grupos, que es el individuo el que tiene derechos.

Para desarrollar esto me serví del método compositivo de estudiar el desarrollo humano. El primer texto de la clase es una adaptación propia del ejemplo que en los textos de destacados autores austriacos, especialmente Huerta de Soto, con un Robinson Crusoe ‘ad hoc’ y las sucesivas incorporaciones que, como el caso de Viernes, aportan complejidad sin perder claridad. Gracias a él los alumnos, en orden a conocer mejor los fundamentos de la acción humana, estudiaron conceptos como la preferencia temporal, la cooperación social y un rudimentario esbozo de las ventajas comparativas de un adecuado reparto de tareas entre los seres humanos.

El segundo sesgo a desechar es la pérdida de respeto por los propios valores occidentales que no resultan disociables de la enseñanza de la soberanía del individuo y de las ventajas de la cooperación social voluntaria. Frente a elementos identitarios, que en el caso de mis alumnos afectan no excesivamente pero sí sutilmente, basados en el celtismo y majaderías similares, el aleccionamiento que reciben es que los mimbres entre los que se traba la libertad individual que han de asimilar y practicar de la mejor manera posible han tenido su mejor desarrollo, aunque no el único, en los entresijos de la herencia greco-romana y judeo-cristiana. Señalando los graves errores de ésta, que los hubo y los hay, y destacando las cimas del pensamiento y de la obra occidental a favor de una vida humana más plena en tanto que más libre e individualista, los alumnos aprenden a no arrojar al basurero lo mejor que tenemos.

Y todo esto, moviéndome entre las líneas de la legalidad tanto como de la libertad.

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