Según nos contaba Bloomberg hace apenas diez días, Rusia quiere eliminar el dólar americano de su fondo soberano. No debería sorprender a nadie. Muchos pensarán que se debe a los últimos datos sobre la evolución -y las expectativas puestas de manifiesto por la Universidad de Michigan- de la inflación en Estados Unidos; a la evolución, tras el Covid, de su déficit público y el consecuente espectacular aumento del balance de la FED; al aumento de un sentimiento “mercantilista” -de “nacionalismo económico”- en el país, incompatible, según algunos, con el papel que el dólar juega como reserva global… Puede que incluso algunos crean que es por el miedo a que las criptomonedas -tan de moda últimamente, con el Bitcoin a la cabeza- acaben con el sistema financiero internacional según lo conocemos.
La amenaza de Rusia que recoge Bloomberg no hace sino revelar una actitud que viene de lejos, anterior a Biden, al virus o a Trump. La intención de China y de Rusia, entre otros, de sustituir al dólar como divisa de referencia en el comercio internacional lleva años comentándose. No deja de ser paradójico que hasta en la página web del Fondo Monetario Internacional -institución creada en Bretton Woods para ayudar a mantener el nuevo sistema monetario que consagraba al dólar como moneda de reserva, aunque con su precio anclado al oro- aparezcan artículos en los que se desliza el SDR (“Special Drawing Right” del propio FMI) como posible alternativa. También llama la atención la actitud, durante los últimos años, de varios países importantes respecto del oro (ya sea porque aumentan de manera importante sus reservas, como parecen hacer -a pesar de la opacidad de los datos- China, Rusia, o India, entre otros, ya sea porque lo repatrían a marchas forzadas, como Alemania. España, como siempre, a sus cosas).
La posible sustitución del dólar, sin embargo, no se producirá de la noche a la mañana. Es verdad que, en los últimos 20 años, el papel del dólar como divisa global de reserva se ha reducido de manera sustancial (de más del 70 %, a menos del 60 %), alcanzando niveles que no se veían desde mediados de los 90, y que la situación fiscal y de deuda en Estados Unidos debería preocupar a algunos. Pero también es cierto que ese porcentaje sigue por encima del 50 %, que el resto de las economías “avanzadas” no estamos mucho mejor, que no hay una clara alternativa (el mercado de activos financieros en yuanes no es en absoluto comparable) y que cuando el mundo se paralizó hace algo más de un año, la gente acudió en masa al dólar, quizás porque sigue siendo considerado el activo refugio por excelencia, o quizás simplemente porque el monto de deuda denominada en dólares (tanto en EE.UU. como en el extranjero) sigue siendo estratosférico (de ahí la necesidad de que la FED articulase un programa de “líneas swap” para aliviar la tensión).
El declive de la libra esterlina hasta su caída definitiva del primer puesto duró más de 30 años: al menos desde el comienzo de la primera guerra mundial hasta el final de la segunda y Bretton Woods (1914-1944); siendo sustituida por la moneda de un país aliado -y culturalmente muy cercano- y sin que mediase una guerra entre los dos poderes hegemónicos al pasarse el testigo (en contra de lo que ha ocurrido en otros muchos casos en los que se ha dado la “trampa de Tucídides”). Un proceso similar de declive del dólar parece haber empezado ya a pesar de su “privilegio exorbitante” (o quizás por él, como anticipó Triffin): la confianza general, dentro y fuera de sus fronteras parece estar menguando; la situación de su déficit y deuda ha alcanzado cotas nunca vistas; su economía no parece reaccionar lo suficiente a pesar de los fortísimos estímulos que lleva años recibiendo; la hegemonía militar parece estar también debilitándose; cada vez son más quienes se atreven a contestar al dólar, y a su dueño, abiertamente; y quienes lo hacen parecen tener firmeza, y fuerza militar -y económica (lo que no ocurría durante la Guerra Fría)-, como para hacerle cierta pupa. Y, en contra de lo que ocurrió con Inglaterra, no tengo tan claro que los “desafiantes” sean tan amigos.
Como decía Mises, el hombre no reacciona con patrones puramente regulares y elige de forma no siempre previsible, abocándonos a la incertidumbre permanente. Pero lo cierto es que los ánimos están cada vez más enrarecidos, que perder la confianza es muy sencillo, y que a los seres humanos nos gusta ir juntos en rebaño. Basta con que comience una tímida estampida para que corramos todos como locos para no quedar los últimos. El problema es que no está tan claro hacia dónde podríamos, o nos dejarían, correr, al menos por ahora.
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