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Contra la racionalización de las administraciones públicas

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Administraciones barrocas y complicadas como la suiza, plena de redundancias y conflictos de competencias, han mostrado un desempeño más o menos ejemplar, aun en tiempos de tribulación como el actual.

Es lugar común en muchas propuestas programáticas, usando argumentos supuestamente liberales, proponer una simplificación de las estructuras administrativas de forma tal que se supriman administraciones duplicadas o redundantes. En el imaginario de muchas personas se encuentra presente la idea de que buena parte de los males de la patria se halla en la existencia de administraciones como las autonómicas o las diputaciones, dilapidadoras de enormes cantidades de dinero y refugio de todo tipo de redes clientelares y caciquiles, cuya única función sería la de inflar el ya desmesurado gasto público. Razón no les falta, pero el problema no se deriva del número de administraciones, sino de lo que en ellas se hace o se gasta. Muchos de los países intervenidos, como Portugal o Grecia, cuentan con administraciones simples y racionales desde una lógica cartesiana, mas ello no les ha impedido incurrir en enormes déficits; y, al contrario, administraciones barrocas y complicadas como la suiza, plena de duplicidades, redundancias y conflictos de competencias, han mostrado un desempeño más o menos ejemplar, aun en tiempos de tribulación como el actual. Porque la clave no es el número de administraciones, sino lo que en ellas se gasta. E, incluso, me atrevería a afirmar que el número de administraciones en concurrencia correlaciona de manera positiva con una buena práctica económica. 

¿Por qué?

Primero, porque lo ideal sería extender al máximo las administraciones, esto es, que fuese cada individuo su propia administración, de tal forma que cuanto más nos acerquemos a este ideal el desempeño sería mucho más ajustado a las necesidades expresadas por los individuos. Por el contrario, el mal a evitar sería el opuesto, esto es, una administración única y centralizada a nivel mundial, que contaría con problemas de gestión y de cálculo insuperables, aun manteniendo unos parámetros de intervención estatal reducidos.

En segundo lugar, porque las administraciones, al igual que los Estados, carecen de una escala apropiada. En el mundo existen unidades estatales de muy diversas dimensiones sin que podamos establecer cuál es la adecuada. El tamaño les resulta funcional a los gobernantes, pues así disponen de más poder e influencia, pero no a los gobernados. No se deriva ninguna ventaja apreciable para un ciudadano chino de vivir en un Estado grande y fuerte frente a un ciudadano, por ejemplo, de Mónaco o Luxemburgo. Desconozco de qué bienes o servicios disfruta el chino de a pie en relación al ciudadano de un pequeño Estado que justifiquen vivir en una entidad tan grande. Los Estados no tienen lógica de escala, sino lógicas políticas o históricas. De ser así, lo normal sería elaborar también Estados “racionales”. Por ejemplo, dividir España en cinco Estados de forma cuadrada con 10 millones de habitantes, incluyendo partes de Portugal y del sur de Francia. Si los Estados no disponen de lógica racional, tampoco sus unidades administrativas inferiores las tendrán.

Se dice, por ejemplo, que sin unas determinadas dimensiones los ayuntamientos no podrían prestar determinados servicios. El problema es determinar cuáles son los servicios que tiene que prestar un ayuntamiento y por qué tienen que ser prestados por el ayuntamiento. El municipio de Melide, por ejemplo, carece de dimensión para contar con un palacio público de ópera, mientras que Madrid o Barcelona pueden planteárselo. La cuestión es la de por qué tiene que existir un palacio de la ópera municipal, y entonces la cuestión cambia. El cambio de escala hace incurrir en extrañas necesidades nuevas. Si a nivel estatal Irlanda, por ejemplo, pasa muy bien sin portaaviones de proyección estratégica, no entendemos por qué España o Francia sí tienen que disponer de los mismos.

Tercero, la pluralidad de administraciones puede conducir a un mejor cálculo económico. Cuantas más administraciones existan mejor podrán calcular económicamente, pues contarán con más parámetros de referencia, tanto de costes como de patrones de funcionamiento. Si sabemos, por ejemplo, que una televisión pública gasta demasiado es porque podemos compararla con otras, públicas o privadas, y observar su desempeño. Cuando en España existía una única televisión pública no podíamos conocer a ciencia cierta su coste, algo que ahora, aunque imperfectamente, sí podemos determinar. También el ciudadano es más consciente de los costes de su administración al disponer de parámetros de referencia, pues es consciente de los costes en que incurren sus vecinos, al tiempo que se desarrolla una sana “competencia Tiebout” de votar con los pies. Muchos ciudadanos españoles fijan su residencia en otro ayuntamiento o comunidad autónoma por motivos de servicios o costes fiscales, con lo que obligan a las demás administraciones a competir. Por eso uno de los mantras del estatismo es la armonización fiscal y legislativa entre autonomías o ayuntamientos, para evitar tal competencia y regular todo al alza. El viejo Eric Jones (y con él Leopold Kohr) lo intuyó muy bien cuando en su libro El milagro europeo explicó el éxito de nuestro continente por razón de su barroca fragmentación en cientos de unidades políticas.

En cuarto y último lugar, el principio de “una función, una administración” es, a mi entender, una idea sobrevalorada. De hecho, es algo que se considera racional sólo en el ámbito de la administración pública, resulta muy infrecuente en el discurrir cotidiano. Recuerdo a un profesor extranjero, muy cartesiano él, que nos visitó en nuestra universidad y que al ser conducido a una concurrida zona de bares de Santiago de Compostela mostró su sorpresa por la existencia de tantos locales uno al lado del otro y expresó, de acuerdo con su lógica, que sería mucho mejor la existencia de un único bar más grande y con más servicios. ¿De verdad lo sería? ¿Sería mejor el servicio? ¿Qué pasaría si por un accidente tuviese que estar cerrado unas semanas? ¿Podríamos diferenciar ambientes? Lo mismo acontece con la ciencia, por ejemplo: ¿sería bueno contar con una sola facultad de Economía para toda España? Los científicos parecen pensar que no y, de hecho, les gusta reunirse en congresos y seminarios en los cuales hay especialistas en una única área de conocimiento, en vez de dedicarse cada uno a lo suyo. De esta forma pueden corregirse unos a los otros y en casos de que alguno de ellos desaparezca el conocimiento no se perderá. Es más, cuanto más importante es la disciplina más importante, y no menos, es que exista redundancia.

En el ámbito administrativo, en cambio, se pretende lo mismo que reclamaba nuestro curioso profesor invitado, esto es, que sólo una administración, pública o privada, preste el servicio o desempeñe la función. ¿Por qué, por ejemplo, no eliminar el transporte por tren o metro cuando con autobuses podría ser suficiente? El problema vendrá si uno de ellos colapsa, entonces el caos sería total. La redundancia no es mala. La propia naturaleza nos dota de dos ojos, dos riñones o dos pulmones. No sé por qué, si con un órgano grande podríamos funcionar igual. También preferirimos varios pares de zapatos distintos a uno solo muy bueno. Y un avión con dos motores o con varios sistemas de frenos, cuando con uno llegaría. Pero en el ámbito administrativo, en cambio, pretendemos todo lo contrario.

La idea de la racionalidad cartesiana a cualquier precio fue combatida hace ya tiempo en libros como Los bastardos de Voltaire de John Ralston Saul, pero su legado permanece entre nosotros como un ejemplo más de fatal arrogancia. Y lo curioso es que muchos liberales y libertarios, siendo perfectamente conscientes de los problemas que acarrea en lo económico, compren el argumento cuando se trata de otros ámbitos, quizá como herencia bastarda del positivismo. Aquí también las formas tradicionales de administración como la suiza pudieran darnos muchas lecciones.

12 Comentarios

  1. La razón tiene razones que la
    La razón tiene razones que la «razón» no entiende

  2. Ante la evidencia empírica de
    Es una evidencia empírica de que las administraciones públicas no cartesianas españolas son una inagotable fuente de ineficiencias y corrupción. Lo inconveniente de racionalizarlas radica en que conceptualmente las administraciones racionalizadas carecen de la capacidad para acertar con su escala y función.
    Podemos concluir que es mejor no tocar nuestras históricas y redundantes administraciones públicas ahítas de funcionarios incapaces de aprovechar sus innegables ventajas competitivas, pues a saber de qué serían capaces con administraciones inoperantes per se.

    Menudo panorama.

  3. Excelente artículo. Podemos
    Excelente artículo. Podemos comprar los precios de diferentes AAPP, por ejemplo, el IBI del ayuntamiento A frente al IBI del ayuntamiento B; pero para poder hablar de cálculo económico es preciso que los factores de producción sean de titularidad privada.

  4. Un grande Anxo, no se que
    Un grande Anxo, no se que pasara con Espana, tiene tantos genios como el profe Bastos, Villanueva, Rallo, etc, pero tantos energumenos como los perroflautas comunistas como el Pablo Iglesias. Lo mejor para uds. Abrazos

  5. El profesor Bastos, no
    El profesor Bastos, no distingue bienes públicos, de bienes privados. Los bienes públicos por su propia naturaleza se caracterizan porque su consumo o uso no impide el de terceros, por lo cual no están sujetos a competencia. así a modo de ejemplo yo comparto el transitar por la acera con otras personas, sin tener que competir por transitar por ella e impedir dicho transito a otras. Por otra parte hay bienes privados cuya cuantificación del coste individual es mayor al coste del bien u otros bienes como las infraestructuras, como por ejemplo el suministro y evacuación de aguas, de modo que es más racional y más económico tener una sola que varias para una comunidad y por lo tanto no estar sujeta a competencia y ser realizada dicha función (suministro y evacuación de aguas) por un solo servicio de aguas. La competencia es un requisito válido para la mayor parte delos mercados de bienes privados, no así para el mercado de bienes públicos y los referidos de bienes privados.
    Más sobre el tema, en franciscoanayaberrocal.blogspot.com.es, en mi ensayo del 28/12/2014 titulado REESTRUCTURACIÓN

    • Mezcla y confunde la
      Mezcla y confunde la necesaria competencia de los productores ofertando la mejor relación calidad-precio -que eliminan, por ejemplo, los monopolios administrativos coactivos- con la no rivalidad en ciertos bienes de consumo colectivo (y además con un dudoso ejemplo, pues el transitar por una acera no es exactamente consumo compatible: el viandante impide que otros ocupen su posición y favorece el colapso) ¿Qué tiene que ver la posibilidad de no competencia entre consumidores de un bien, digamos, público con la idoneidad de competencia entre los proveedores del mismo?

      Por otra parte, está claro que adquirir bienes y servicios redundantes es un lujo y no necesitamos duplicarlos para ver cuál da mejor resultado: se supone que ya los comparamos antes de escoger uno y, por tanto, compitieron. Es en la oferta donde debe haber multiplicidad, no en el consumo

      Sin libre concurrencia y competencia no hay incentivo para ofertar lo mejor. Siempre es requisito imprescindible para la eficiencia económica.

  6. Bravo !! Excelso ensayo.
    Bravo !! Excelso ensayo.
    Sin dudas también Le Grand E.Day, Bruno Frey – Reiner Eichenberger y… como no, incluso el gran Molinari aplaudirían este claro y acertado pensamiento .

  7. En una primera lectura me
    En una primera lectura me pareció muy correcto el artículo, pero ahora opino que omite un aspecto básico que tampoco se sobreentiende y puede dar lugar a malas interpretaciones.

    Deduzco que la tesis es que a más multiplicidad administrativa mayores posibilidades de competencia fructífera. Pero lo esencial no es la mera diversidad, sino que se trate de opciones libres: no puede existir competencia sin libertad, y la variedad de opresiones no garantiza esta última, como, por ejemplo, prueba el feudalismo.

    No veo que haya manera de racionalizar una administración pública coactiva, ni simplificándola ni multiplicándola – no entiendo que eso sea un debate liberal-, lo que hay es que liberalizarla. Desde una perspectiva liberal, la clave no radica en financiar múltiples administraciones públicas, sino en poder escoger libremente entre ellas o auto administrarse.

    ¿Qué adelanta la causa liberal con múltiples y redundantes administraciones impuestas que bien pueden impedir la deserción, anquilosarse o involucionar a un mayor intervencionismo? En lo pragmático ¿no interesaría más a un liberal un Estado mundial mínimo que millones de Estaditos feudales?

    No es la forma del Estado lo que debe preocuparnos sino su desaparición. No tiene objeto liberal decantarse por una forma estatal particular desvinculada en esencia de la intensidad intervencionista; el intervencionismo no guarda relación necesaria con el tamaño físico del Estado y en todo caso la correlación no parece favorecer la multiplicidad administrativa: a más burocracia suele haber más intervención.

    No creo que la clave sea el número de administraciones ni lo que en ellas se gasta, sino en si son libres o impuestas. Tampoco veo el interés pragmático de un liberal en pronunciarse en una cuestión netamente estatista, pues, insisto, no me parece indiscutible la relación directa que puede tener la multiplicidad de administraciones cautivas con la libertad de elección.

    Sí es cierto que “lo ideal sería extender al máximo las administraciones, esto es, que fuese cada individuo su propia administración”. Pero si se trata de administraciones coactivas muy intervencionistas nada adelantamos.

    Que las administraciones coactivas carezcan de escala apropiada, lo que es obviamente cierto, no es un argumento a favor de las pequeñas.

    La pluralidad de administraciones sólo conduce a un mejor cálculo económico si son libres. Lo importante es la libertad no la simple cantidad.

    Duplicar los servicios administrativos supone un evidente lujo, salvo que una de las administraciones redundantes pueda desaparecer de golpe y porrazo, lo cual es harto inusual. Es en la oferta libre donde debe haber multiplicidad, no en el consumo impuesto.

  8. Muchas gracias por sus
    Muchas gracias por sus inteligentes y amables comentarios. Me gustaria hacer algun comentario al respecto. obviamente yo no defiendo las admnistraciones públicas y abogo por su desaparición. Mis debates aquí son de alcance medio, es decir discutir sobre la realidad existente y comentar propuestas de política que se hacen en los medios. De la misma forma que Rothbard criticaba la politca exterior USA y elaboraba propuestas sin que ello quisiese decir que aprobase que hubiese política exterior. Lo que comento es la idea de que la duplicación y la redundancia en la admnistración conduzcan necesariamente a un ahorro o auna mejor racionalidad en el gasto de la ya existente, de la misma forma que considero que una elevación del los impuestos a respecto del nivel actual es peor que el gasto existente, aun siendo este injustificado. La dupllicación no tiene necesariamente porque ser un lujo, depende del coste, por eso me refería al ejemplo suizo, absolutamente duplicado, redundante y poco simple y a Portugal admnistración muy racional por lo menos en la planta. Aun teniendo una única admnistración puede elevarse en esta el gasto hasta el infinito, y a esto ayuda la carencia de referentes y de parámetros de comparación. La duplicación puede no ser un lujo. Yo puedo tener tres pares de zapatos y dos pares y zapatos y un gato de esos que venden en los chinos al mismo coste. No se deduce que el tercer par sea mas lujoso que el gato. Lo mismo pasa en las admnistraciones. Puedo tener dos facultades de medicina o una de medicina y otra de filología urdu. Sin negar la importancia de la lengua urdu del Pakistan creo que podríamos discutir cual de las dos es un lujo. La pluralidad de admnistraciones, a parte de limitar de hecho el poder como en Suiza, permite establecer algun criterio de medición y puede ser más barata que una sóla más costosa. por eso decía que los países rescatados y con peor desempeño todos ellos tenían admnistraciones únicas, pero sobredimensionadas, mientras que Suiza o austria a pesar de ser estados más complejos tenían mejor desempeño.
    En cuanto a los bienes públicos es obvio que estoy en contra de ese concepto, por lo menos tan como samuelson o Musgrave lo definen. Estoy en contra de la teoría de los monopolios naturales. Primero porque el sumnistro de servicios se realiza sobre terrenos normalmente estatales y es el estado quien da la licencia para establecer una o más conducciones de agua, por ejemplo. Un promotor privado podría establecer varias conducciones en su terreno. todo dependería de los precios. Además hay varias formas de obtener aguas. Suministro por camiones, por ejemplo o pozos artesianos (yo tengo uno para tener agua privada y no estatal). Dependiendo de los precios optaré por una u otra alternativa.

  9. Lo primero agradecer al
    Lo primero, agradecer al Profesor Bastos, que cuenta con mi mayor admiración, respeto y simpatía, la paciencia y atención que nos ha dispensado.

    Sólo quiero subsanar en cierta medida la acerada crítica e insolencia de mi comentario anterior, porque el fondo de su artículo es en verdad muy acertado, peligrosamente acertado diría yo.

    Coincidiendo todos los liberales en que lo mejor es privatizar los servicios públicos, surge, no obstante, un sugestivo debate sobre qué modelo de administración pública sería menos perjudicial desde la perspectiva liberal, uno que simplifique la estructura orgánica y funcional o bien otro que la complique con duplicidades, redundancias y conflictos de competencias.

    Aceptando que los datos muestren la mayor eficacia empírica del modelo barroco, tampoco resulta concluyente, pues este resultado bien pudiera deberse a otros factores omitidos. Lo que creo interesa es la consistencia lógica de la teoría que explique céteris páribus que lo múltiple y enmarañado economiza relativamente.

    Parece que un servicio público fragmentado, cercano y a la carta se ajusta más a las necesidades particulares, no así que resulte más barato y menos intervencionista: las administraciones únicas y centralizadas cuentan con decisivas ventajas económicas de escala y precisamente su “lejanía” reduce la capacidad de control e injerencia.

    Además, hay que señalar que, tal como está planteado el debate, no se cuestiona la necesidad de determinados servicios públicos, como palacios de ópera o portaviones estratégicos, sino qué modelo, el simplificado o el abigarrado, puede proporcionarlos con mayor eficiencia.

    La pluralidad de administraciones puede conducir a un mejor cálculo económico sólo en un marco previo de libertad que estimule un abaratamiento de costes y la competencia en general de patrones de funcionamiento, no por sí misma. Votar con los píes no es consecuencia de pluralidad, sino de una restricción de la coacción pública que permita la libertad de circulación, y aquí se trata de dilucidar, sin hipótesis accesorias, si el consumo plural y solapado de servicios públicos es intrínsecamente mejor que el singular y austero. También, dando por supuestos servicios privados competidores se hace posible un buen cálculo económico de administración pública única.

    Por supuesto, no es nada conveniente, asimismo, que exista un único proveedor de servicios, pero cosa distinta es que proceda contratar más de uno cuando se trata de economizar y no existe riesgo de desaparición súbita del bien o servicio. Si necesito sólo un par de zapatos y me interesa ahorrar, no me compro varios pares amparándome en que es bueno que existan varias zapaterías. Lo económico es escoger antes de comprar, no comprarlo todo para luego escoger.

    Sin embargo, tema diferente es cuál de los dos modelos cuenta con mayor probabilidad de evolucionar espontáneamente hacia menores cotas de opresión una vez conquistado cierto punto crítico de derecho individual. La dispersión del poder y ofertas políticas pondría en marcha entonces una competición y proceso selectivo, sin duda favorable a los sistemas más liberalizados, ausente en el modelo homogéneo o al menos en relación inversa a la centralización del mismo. Desde esta perspectiva, creo que el profesor Bastos tiene toda la razón, pero me habría gustado que lo hubiera hecho más explícito.

    En resumen, me parece discutible que la prodigalidad administrativa resulte per se menos lesiva para los derechos individuales, pero sí que deviene terreno mejor abonado para una evolución hacia la libertad y por ello pueda ser tácticamente asumida por el liberalismo. El problema de las tácticas y los atajos es que hay que tragar sapos muy amargos -como, en este caso por derivación lógica, el nacionalismo disgregador, que cuesta horrores identificar con una etapa hacia la libertad y cuyo carácter totalitario e irracional jamás debe dejar de abominarse-, y no siempre compensan.

  10. Bueno…. Eso de que «con un
    Bueno…. Eso de que «con un órgano grande podríamos funcionar igual»… Pues va a ser que no. Si pudiéramos elegir tener estómagos de reserva para usar si el principal se úlcera… O si le sale un cáncer… Todos preferiríamos tener dos o más. Y lo mismo es válido para vejigas, corazones, hígados, … Rodillas derechas y rodillas izquierdas… ¿o no?. Algún día los tendremos, proporcionados no por el estado, sino por el mercado. ¡¡


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