La existencia del Poder resulta inevitable. La del Estado no. La existencia del Estado es una cuestión que atañe a valores, arraigo y cainismo; en ningún caso responde a una razón de Orden, público o político, menos aún social.
El Poder, en su camino hacia el absolutismo, tiende a descomponer los vínculos que le son ajenos (B. Jouvenel). Procura la atomización individual, quebrando organizaciones voluntarias u organismos consuetudinarios. El Poder tiende a integrar intereses privativos dentro de su propia estructura de intervención y redistribución de riqueza. De esta estrategia depende su sostenibilidad. Cuando dicha integración es "total", desaparecen los contrapoderes competitivos, fundiéndose toda instancia de dominación, coordinación, cooperación o intervención.
El Poder pasa a ser identificado con Orden público, Jurisdicción, Derecho y arbitrio distribuidor. Es en ese preciso momento cuando nace el Estado, como forma instrumental y constructo intelectual que adopta el Poder absoluto.
La estructura del Estado teórico preexiste en un orden de cosas práctico: el Gobierno (institución inintencional) extiende organizacionalmente los resortes administrativos que requiere para ejercer sus funciones naturales, creando una maquinaria permanente (D. Negro).
La irresistibilidad, como característica formal que distingue el orbe jurídico del moral, se extiende sobre la mera decisión política. La Pragmática adquiere fuerza de ley; siendo la Ley la máxima expresión de lo que puede decirse sobre el Derecho (la Ley es una forma de conocer el contenido normativo que señala lo justo o lo recto), cualquier acto producido por el Poder adiciona mandatos al orden jurídico, trasformando éste en un ordenamiento positivo (G. Radbruch). La definitiva incorporación a dicho ordenamiento, de toda norma organizativa o de intervención emanada de la Administración gubernamental, consolida al Estado como organización que trata de anular el orden social (espontáneo).
El Gobierno utiliza su Poder político como herramienta de asimilación de todo Poder público, espontáneo y competitivo. La Jurisdicción ofrece resistencia, y aun cuando sea engullida como instrumento, de su pervivencia como función dependerá la continuidad del propio orden social (Hayek).
Otro contrapoder institucional que desaparece merced del expansionismo absolutista que convierte al Poder en Estado, es la representación popular, definida como traslación de los intereses circunscritos de un grupo natural o institucional de individuos (ciudades, asociaciones, aristocracia…). La cámara de representantes, antes concebida como límite del Gobierno, deriva en una vulgar asamblea política al servicio del gobierno: Parlamentarismo gubernativo.
Los principales contrapoderes sociales que hoy cabría identificar, a pesar de su integración en el cuerpo del Estado, son los siguientes:
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Organizaciones competitivas de intereses: asociaciones voluntarias que, en la persecución de un fin, logran satisfacer multitud de fines adheridos libremente a la causa de aquellas. La intervención económica, regulación, barreras, carga fiscal, contratos públicos o subvenciones, distorsionan sus objetivos, decisiones, expectativas e incentivos (Mises). El Estado adquiere la condición de principal inversor y consumidor, generando, a su alrededor, una tramada dependencia.
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Contrapoderes individuales: formación de grandes patrimonios o influencias personales y políticas. El estatalismo se funda en el atavismo. El éxito siempre comporta un peaje de arrepentimiento (Hayek). El altruismo o la entrega por la causa general (no necesariamente la ajena, basta con definir valores "colectivos" y luchar por ellos: toma de conciencia), erosionan el ímpetu individual y contrarrestan su posible resistencia. Quien disfruta de carisma personal o influencia de cualquier tipo, padece fuertes incentivos hacia su integración en la estructura de dominación, bien a través de los partidos políticos, o mediante un vínculo político-comercial.
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Partidos políticos: facciones ideológicas que aglutinan voluntades individuales y proyectos comunes. Terminan por mimetizar la naturaleza del Partido Único, integrándose en la estructura de dominación del Estado a modo de catalizador de pretensiones personales (Revel).
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Moral: definida como conjunto de normas de conducta, exigible pero de cumplimiento voluntario, cuya dinámica define al orden social en su conjunto (Hayek). También moral privada, a modo de estructura individual de máximas explícitas de conducta (o acervo íntimo de reglas básicas de mera conducta). El Estado, en este sentido, se convierte en ídolo secular, que potencia hedonismo, consumismo imprevisor, desligamiento familiar, merma del altruismo personal y voluntario, irresponsabilidad individual en la toma de decisiones relevantes… (D. Negro)
El Estado, en su esfuerzo atomizador, prefiere la desmoralización tradicional, como paso hacia la consolidación de una nueva moral donde él mismo aparece como vínculo directo de cada sujeto con el resto de individuos (individualismo estatalista). Expresiones concretas son todas las medidas tuitivas, de discriminación "positiva" o de "corrección" de un supuesto desequilibrio contractual (legislación laboral, por ejemplo).
Siendo el Estado la denominación que adquiere el Poder cuando es absoluto (en los términos expuestos), cabe afirmar la ausencia de Estado en caso de que concurran los siguientes supuestos:
- El Derecho permanece libre y competitivo, siendo conocido a través de un proceso institucional evolutivo.
- La Jurisdicción emana de la autoridad genuina, queda limitada por un criterio representativo y se configura como una institución pública pero competitiva.
- Existen contrapoderes dentro de la unidad política que sostiene el gobierno de "lo común".
- La política es integrada de forma representativa, siendo los propios representantes contrapoderes independientes respecto del Poder, incluido el que ellos mismos pudiesen alcanzar.
- La propiedad privada permanece como criterio de justicia conmutativa, mientras que la autonomía de la voluntad o la extensión de la consideración personal son conservados como exigencias inalienables.
Siguiendo con la explicación conviene identificar un tipo singular de contrapoder: aquel que mantiene una vocación totalitaria, y no meramente competitiva, como sería el tipo de vocación característica de los contrapoderes arriba comentados. El contrapoder "totalitario" es útil cuando convive con otros contrapoderes de su misma especie, sin que ninguno alcance una posición de dominio frente al resto (sistema interestatal atomizado, por ejemplo). El Estado procede de uno de estos contrapoderes, por lo que cualquiera que fuera su naturaleza, nunca debiera confundirnos un contrapoder, distinto al Estado, que demostrase cierta eficacia práctica contrarrestando el poder de éste, dado que en realidad su objetivo es ocupar la posición del Poder contra el que combate. Ejemplos pueden encontrarse en cierto tipo de Iglesias(en una acepción amplia del término), administraciones o instituciones locales y regionales, grandes corporaciones empresariales u organismos sindicales mayoritarios.
Tomando como supuesto un mundo ideal donde fueran muchos, y muy pequeños, los Estados en que se dividiera territorio y población, concluimos que, en la medida que su Poder exterior permanezca equilibrado, los unos representarán contrapoderes frente a los otros. Bien por integración en estructuras de dominación supraestatales, bien por el despunte de uno de ellos, engullendo a otros hasta definir espacios nuevamente "equilibrados", el Estado, como Poder absoluto, nunca se sentirá satisfecho dentro de su ámbito de dominio (el Estado tiende a ocupar toda la realidad disponible, al tiempo que procura poner a su disposición toda la realidad restante).
Internamente, cuanto más pequeño sea el Poder absoluto o Estado, más débiles serán los contrapoderes inferiores con capacidad de contrapesar su impronta. Toda fuerza social experimentará una intensa tendencia a la integración dentro de la estructura mecánica o de intereses del Estado. Desaparecen así los contrapoderes competitivos internos, como también lo harán los contrapoderes totalitarios: por ejemplo, la regionalización política o administrativa.
Sin embargo, a partir de un límite de integración, una estructura de dominación o Estado, experimentará el florecimiento de contrapoderes internos, de tipo competitivo, pero también de vocación totalitaria, bien a nivel regional, corporativo o sindical, lo que limitará su capacidad de dominio. Es por ello que podemos concluir que, en un escenario donde lo evitable (el Estado) –según la aseveración hecha al comienzo– se consolida, en función de su tamaño e intensidad de su integración social, el Poder absoluto que representa, hallará una mayor o menor oposición y contrafuerza. A nivel interno, tenderá a desaparecer cuanto más pequeño o integrado sea el Estado, generando a su vez mayor inestabilidad exterior, en directa dependencia del equilibrio, en su caso, entre un gran número de poderes, siempre ávidos de hegemonía y extensión.
La mera existencia de un pequeño Estado, inserto en un orden de Estados mayores (categorizados así por traspasar un límite de tamaño, pero no por la homogeneidad entre sí mismos), demuestra el interés de estos últimos en conservar ámbitos y agentes fuera de su propio orden internacional. Los paraísos no existen sino a costa de ciertos fines manifestados a través del resto de Estados no paradisiacos: no pueden ser, en este sentido, garantía o respaldo de teorías políticas que no toman en cuenta la realidad del Poder cuando es absoluto.
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