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Corea del Norte: la Unión Soviética del siglo XXI

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Corea del Norte es, junto con Cuba, el gran exponente actual de la miseria que el comunismo implica: degradación a todos los niveles (económico, político, social, moral, cultural…). Es una herencia del pasado de la que cuesta librarse puesto que siempre ha habido "mecenas" que han patrocinado este tipo de regímenes liberticidas.

Esa función de patronazgo en el pasado correspondió a la URSS. El resultado aún lo estamos padeciendo: desde el "capitalismo de amigos" (o "capitalismo basura", como lo definió años atrás Margaret Thatcher) impulsado por Vladimir Putin hasta las dictaduras personales y familiares en que se han convertido un buen número de las repúblicas otrora integrantes del entramado moscovita.

Actualmente, el mal entendido pragmatismo de China es el que permite que Corea del Norte siga siendo una amenaza. Con su doctrina del apaciguamiento (interesado), Pekín ha logrado que las dictaduras regionales le rindan pleitesía, pues todas ellas comparten el rasgo de negar derechos humanos y libertades fundamentales. Con su capitalismo de Estado, China ha logrado que la comunidad internacional la considere un actor internacional fundamental, aunque más temido que respetado.

Con todo ello, en América Latina y en Asia aún perdura el comunismo de una forma más o menos evidente, bien travestido de populismo (Venezuela, Bolivia o Nicaragua), bien con más y más parches que no le hacen perder su natural fisonomía (Cuba). Sin embargo, puede que sea Corea del Norte quien mejor ejemplifica de la doctrina impulsada por Marx y Lenin, y llevada posteriormente hasta sus últimas consecuencias por Stalin.

En efecto, en Corea del Norte se dan todas aquellas características que muestran que el comunismo es una ideología tan disfuncional como tiránica. La primera de ellas, la negación de las libertades individuales. La dinastía de Kim Jong Il ha convertido a sus compatriotas en seres amorfos cuyo único disfrute queda relegado a los desfiles militares en los que se exalta hasta la extenuación la figura del "Querido Líder".

La segunda es la pobreza. Corea del Norte no participa voluntaria y deliberadamente en el entramado económico comercial internacional, sino que únicamente abastece de tecnología militar a todos aquellos Estados fallidos que así se lo demanden. Y, cómo no, esa industria militar es monopolio del Estado.

En tercer lugar, el hermetismo. ¿Alguien puede arrojar algún dato sobre la oposición o la disidencia a Kim Jong Il? Nadie. Parece no existir. Es ahí donde cobra importancia la característica señalada en los párrafos precedentes acerca del carácter aséptico de los norcoreanos, cuyo gobierno practica un proselitismo de consumo interno.

Pese a todo ello, Corea del Norte es un riesgo para la comunidad internacional. Su capacidad de destrucción de todo el que ose desafiarla está más que demostrada. Cuando Kim Jong Il amenaza, lo hace de verdad; no es ningún "brindis al sol". Otra cosa bien diferente es que sus víctimas se dejen achantar por sus bravuconadas chantajistas con las cuales sólo busca una válvula de oxígeno para perpetuar su dictadura.

Algo parecido puede predicarse de aquellos momentos en los cuales la dictadura norcoreana parece relajarse y, por ejemplo, lleva a cabo contactos con el gobierno de Seúl. En ellos siempre subyace el mismo interés: beneficiarse de la buena voluntad de sus vecinos como instrumento para tomar aire y, en definitiva, hacer que las cosas sigan igual.

Tarde o temprano este régimen liberticida implosionará. El pasado, no tan lejano, nos ha dado significativos casos similares. Por lo tanto, cualquier análisis que se haga de Corea del Norte no deberá perder de vista las hipótesis de futuro. Sus debilidades estructurales no podrán ser ocultadas por el poderío militar, el cual está alejado de toda finalidad civil y poco (o nada) puede hacer cuando, como hemos visto, determinadas catástrofes naturales asolan a este país.

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