La última semana de febrero inició con el conocimiento a la luz pública de un personaje llamado Koldo García, y unos supuestos pagos y comisiones ilegales por la compra de material sanitario durante la pandemia provocada por el COVID-19. A fecha de redacción de este artículo, la trama ya incluye supuestos rescates de una aerolínea, cuentas off-shore para guardar comisiones y hasta el nombre de la señora del presidente Sánchez ha sido parte de la cobertura sobre esta trama. Una vez más, la sociedad española, como todas las sociedades occidentales, se mueve entre la rabia, la apatía y la indiferencia. Nuevamente, somos todos partícipes y, como no, voces en el coro creciente que canta “todos son iguales”, “vamos fatal”, “es culpa de X”, etc.
Pareciese que todo escándalo público es culpa de alguien más. En algún momento se nos olvidó que vivimos en lo que todavía son democracias liberales, a pesar de las fuertes arremetidas internas y externas que vivimos a diario. Es, por lo tanto, ilógico y absolutamente irresponsable desentendernos de las situaciones que se viven en la palestra política y enconcharnos en nuestro pequeño caparazón social y familiar. Cada vez que hay un nuevo escándalo en nuestras sociedades, llámese Caso Koldo en España, Russiagate en Estados Unidos, Covid parties en el Reino Unido o Bunga Bungas en Italia, surgen dos reacciones extremas y peligrosas. La primera es de apatía “todos son iguales, de nada sirve votar o involucrarse en la vida pública”, la segunda es de rencor “no todo el mundo debería poder votar”, cual Savonarola moderno que se sabe poseedor de la verdad absoluta.
El papel de las instituciones
Estas reacciones se vuelven particularmente bochornosas cuando se toma en cuenta que las democracias liberales han sido el régimen de mayor bienestar para cualquier sociedad que haya habitado este planeta, o parafraseando a Churchill, un pésimo sistema solamente superado por todos los demás que hemos inventado. Bajo las consignas de apatía y desesperación hay algo más peligroso aún: un ciclo vicioso.
Culpamos a los demás, nos desentendemos de la vida pública y hasta de votar, cuando esporádicamente nos toca, decimos que la sociedad está cada vez peor (nosotros no por supuesto, todos somos excepciones a lo que es una “regla universal”) y cuando nos damos cuenta, llega cada vez peor gente al poder y estamos ante una verdadera deriva totalitaria. Pues, ahora el llamado de que viene el lobo es cierto y ya estamos metidos en un problema gigantesco. ¿Estamos ahí ahora? No. ¿Podemos llegar a estarlo? Por supuesto.
Cuando en una sociedad libre, y por ende liberal, la gente se va desentendiendo y no se toma en conjunto la responsabilidad colectiva de hacernos cargo del futuro de nuestras sociedades, las instituciones se van debilitando y prostituyendo al mejor postor. Ello acarrea consecuencias socioeconómicas gravísimas, pues son las instituciones, entendidas como constructos sociales que cumplen con una función determinada, elementos fundamentales para el progreso social y económico. Léase si no Institutions and Economic Development editado por el profesor Jakob de Haan, o cualquier artículo académico que demuestra que una sociedad libre y exitosa depende en una medida no menor del compromiso cívico y social de sus individuos, expresado a través de la acción institucional.
No son otros; somos nosotros
Por consiguiente, al planteamiento de que, en sociedades liberales, “lo que pasa es nuestra culpa” y “cada pueblo tiene lo que se merece”, la respuesta responsable ha de ser un rotundo SÍ. No es sano ni para un niño adicto a los móviles seguir mirando pantallas sin control, ni tampoco para una sociedad a la deriva seguirse haciendo de la vista gorda y culpando a elementos externos, siempre ajenos a su control. Ello no es solamente un suicidio colectivo, sino además una forma muy mal agradecida de vivir con relación a los sacrificios y penurias que padecieron las generaciones anteriores para construir las sociedades de progreso y bienestar, de las cuales aún disfrutamos.
Podemos seguir “pintando la mona” como se dice coloquialmente, o ver de qué manera se puede ser útil a la sociedad, más allá de nuestro diario quehacer. Es tiempo de juzgar los escándalos y disgustos de nuestras autoridades y líderes desde un prisma autocrítico, uno que conlleve responsabilidad y proactividad personal, sólo así, y aunando voluntades de consciencias despiertas, podremos transformar y cambiar, aquello que actualmente aborrecemos en cada telediario o portada de periódico.
Ver también
¿Libertad o corrupción? (Jorge Valín).
Socialismo y corrupción, dos caras de la misma moneda. (Pablo Martínez Bernal).
Pero, ¿qué es la corrupción? (José Carlos Rodríguez).
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