Con el avance de la crisis proliferan los artículos en los que se vaticina un negro periodo antiliberal tras el triunfo de la política intervencionista de la administración Bush y demás mercantilistas y socialistas que, por desgracia, abundan. Sin duda que estos torticeramente llamados rescates de bancos y entidades, que malinvirtieron el dinero inflacionario y el crédito expandido artificialmente por los gobiernos, serán letales para quienes proponen políticas económicas liberales. Malos tiempos para el liberalismo, dicen.
Pero viendo las cosas menos groseramente me atrevo a avanzar que, a pesar de no poder proponer alternativas políticas definidas al actual sistema político en el que lo liberal ha fracasado, la Escuela Austriaca puede, mejor que ninguna otra, destacarse, definirse e, incluso, incrementar su ámbito de influencia con la recesión económica. Puede porque explica mejor que nadie las raíces del problema, su teoría del ciclo es profunda y es capaz de predecir tendencialmente con más fiabilidad que los keynesianos, los friedmanitas y demás. Por tanto, ¿por qué resignarse a ser arrastrados por el descrédito del mercado?
Para empezar a salvar al liberalismo es necesario que los austroliberales no transijan con gobiernos que liberalizan sin más ciertos mínimos ámbitos de la economía. Si el Estado no abandona su monopolio de creación de dinero, si el sistema bancario no deja de ser el fraude ético que es desde hace décadas, no hay mercado libre. Por tanto, ni siquiera gobernando el PP con Aznar o con quien sea, ni si dirigiera la maquinaria estatal una reedición de Reagan o Thatcher, es aceptable entusiasmarse con sus políticas. Si hay keynesianismo o una conjunción de éste y de monetarismo seudoliberal, no hay libre mercado.
Cuando en tiempos de bonanza económica muchos liberales se lanzan a proclamar a ésta como resultado del triunfante liberalismo económico, sin más, no cabe lamentar que la depresión necesaria y subsiguiente sea achacada igualmente a la misma doctrina. No vale bendecir un sistema y, en las malas, desmarcarse de él diciendo que "no era esto". O se conjuga "ser" en presente o se calla después. Y es que, cuando hay crecimiento del PIB, vaca sagrada de los paradigmas políticos y económicos hegemónicos, los austroliberales pueden y, a mi juicio, deben, censurar abierta y prioritariamente el monopolio monetario del Estado y la expansión piramidal del crédito con aval gubernamental. En la recesión posterior la teoría saldrá reforzada y podrá desmarcarse de los liberales que no pueden contradecir la marea intervencionista con que los políticos aprovechan las crisis.
En un anterior artículo mostraba preocupación por la escasa, aún, implantación del austroliberalismo, sin el necesario desarrollo de propuestas políticas aplicables. Ser políticamente viable es necesario, imprescindible, para, además, ser aceptado. Pero no es la única premisa para el triunfo pues, si fuera así, cualquier otra solución de las que más se compran en el mercado –no libre– de lo político, sería más aceptable. El fundamento iusnaturalista es imprescindible para avanzar e impulsar un cambio hacia la libertad. Aunque es cierto que ser palpablemente viable ayuda mucho, en épocas de "bonanza" económica, cuando se gesta la crisis, ayuda mucho acompañar los diagnósticos y críticas de una defensa ética del derecho natural a la propiedad, alterado y perturbado, enormemente ya en la fase álgida.
Imperturbable en el acierto económico el austroliberalismo puede construir una teoría, también de lo político.
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