Se veía venir. Ciertamente, no ha sido una novedad. La etarra Inés Del Río tenía el petate preparado para salir de la cárcel de manera automática y, como suele ser habitual en estos casos, entre vítores y alabanzas de los suyos. Igualmente, su puesta en libertad tan rápida contradecía al tópico de la lentitud de la justicia en España. 24 asesinatos y está en la calle. La palabra vergüenza para definir el escenario (presente y futuro) se queda corta.
Para ETA, la aludida terrorista era, nada más y nada menos, que una víctima del Estado de Derecho, apelativo que con menos virulencia argumental, viene compartiendo desde años atrás el buenismo progre, que aprovecha estas ocasiones para reclamar su espacio mediático, desde el que sienta cátedra y reparte carnets de buenos y malos demócratas e incluso de buenas y malas personas. Dentro de esta última tipología, integra a quienes osaron cuestionar la enfermedad terminal del etarra Bolinaga.
Los que apostamos por la libertad estamos infinitamente peor que antes del 21 de octubre. No por repetir una mentira mil veces (que ETA ha sido derrotada) ésta se convierte en verdad. Al contrario, cada vez parece más claro que es el subterfugio en el se cobijan quienes son incapaces de plantar cara al terrorismo, buscando ocultar su cobardía patológica.
Asimismo, Estrasburgo ha humillado a las víctimas de ETA pero ¿cabía esperar otra cosa si frecuentemente se las menosprecia y ningunea en España? Por tanto, llueve sobre mojado. Bajo el reiterado empleo de mantras y sofismas, como su supuesta instrumentalización por parte de los partidos políticos, las víctimas se han convertido en verdugos. Paralelamente, en el País Vasco las diferentes marcas políticas de ETA, gobiernan, con lo cual, hablar de libertad allí es una broma de mal gusto.
¿Hay razones para el optimismo? Mirando al lejano 2001 sí que las hubo. Entonces, Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros desafiaron al nacionalismo obligatorio, al tiempo que apostaron por el Pacto por las Libertades y Contra el terrorismo, es decir, por una confianza a ultranza en la ley y en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Junto a ello, se arremetió contra el entramado económico y el aparato mediático etarra. El resultado de esta estrategia no pudo ser más positivo. Sin embargo, la victoria del nacionalismo vasco en las autonómicas de 2001, marcó el inicio del fin de la colaboración entre los dos grandes partidos nacionales, entre otras razones por el complejo de inferioridad que históricamente ha mostrado el socialismo español frente al PNV y también por los réditos electorales que podría obtener caracterizando al PP como una fuerza intransigente ("derecha extrema" fue el vocablo utilizado).
El siguiente paso todos los conocemos: el "proceso de paz" iniciado por Rodríguez Zapatero, del que tan orgulloso se sintió el ex presidente y que su entorno (político y mediático) jaleó hasta la extenuación. Quienes rechazaron ese modus operandi, aunque fueron estigmatizados, diseñaron un movimiento transversal que sirvió para quitar la careta a muchos.
Todo aquello pasó y actualmente se ha impuesto la comodidad de decir que "ETA ha sido derrotada" (¿?). Un tranquilidad irreal, una libertad ficticia es lo que conlleva tal premisa. Sin lugar a dudas, España está viviendo uno de sus peores momentos como nación, no tanto por el panorama económico, sino por la decrepitud ética y moral que se aprecia.
En definitiva, la excarcelación de Del Río es sólo un ejemplo. Probablemente, en los próximos días asesinos etarras abandonen las cárceles, sin que de entregar las armas o pedir perdón a las víctimas haya rastro alguno. Hablar hoy en día de victoria sobre ETA no sólo es falso, es cínico.
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