La intervención estatal en el sector de la salud impide investigaciones atomizadas de muchas pequeñas empresas que pueden dar lugar a un conocimiento inmenso y clave para la longevidad y bienestar humanos.
La legislación en materia de competencia es un verdadero despropósito teórico a la par que una herramienta aniquiladora de la misma competencia y la innovación.
Estas regulaciones tratan, según rezan las exposiciones de motivos de los diversos decretos y la propia teoría económica que les da cuartel, de perseguir el abuso de posición dominante de alguna compañía dentro de su sector. Se intentan, pues, limitar los efectos de los monopolios sobre los sufridos consumidores que soportan sus atropellos y sobre los pobres competidores que se enfrentan a unas barreras de entrada infranqueables.
Empecemos por lo evidente. No puedes legislar a favor del consumidor sin perjudicar a productores, como no puedes tratar de beneficiar a algún productor concreto, aparentemente más desfavorecido por el juego competitivo, sin perjudicar a los consumidores. No puedes proteger a todos al mismo tiempo. Qué protección prevalece en cada momento: totalmente arbitrario.
Acaba de suceder esto segundo hace no mucho. La defensa a los competidores de Movistar va a suponer un gran perjuicio a los clientes del sector. Si obligas a que la compañía Movistar, que estaba tirando fibra óptica por fin en lugares remotos (como en el que yo habito), ceda su red de fibra a otras compañías (a cambio del correspondiente precio tasado por el Estado), simplemente va a dejar de tirar nueva fibra óptica. No va a poder rentabilizar su red como tuviera previsto en su plan de expansión. Sería tonto ampliar su red para que la use, por una compensación insuficiente, precisamente su competidor.
La respuesta de Movistar no se ha hecho esperar para mazazo a sus clientes. Todos los que tenemos el contrato Fusión tenemos hasta el día de hoy, 5 de mayo, para exigir nuestro desistimiento del contrato con esta compañía antes de que nos impongan una subida de la tarifa de unos cinco euros al mes. Muchos echarán la culpa a Movistar al haber incumplido una letra grande en que prometía mantener la tarifa de este contrato de manera indefinida. Sin embargo, la compañía ha dado marcha atrás en el cumplimiento de la promesa, ganándose un enorme descrédito. En el imaginario popular la culpa siempre es del empresario. La realidad es otra o al menos bastante más compleja que apelar a la “avaricia” insaciable del productor monopolista. Su red creciente de fibra óptica, en la que habían apostado no sólo por el influjo de los tiempos, sino porque no iban a invertir un duro más en su otra red, la de cable coaxial, ya intervenida desde la privatización de esta compañía, iba a traer muchos beneficios sociales a la población. Cuál va a ser el resultado, en cambio, a partir de ahora. No tirarán más fibra impidiendo que las personas que viven más alejadas de los grandes núcleos de población se integren en el comercio y el mundo laboral a distancia sin que los malditos hubs urbanísticos sigan absorbiendo almas. Por las mismas, las previsiones de extensión de su red y su economía de escala no se van a poder cumplir, por lo que los que se quedan dentro de la mermada red tienen que pagar un precio más alto por sus servicios, repercutiéndoseles una subida inesperada y bastante molesta.
Vamos, a Jazztel u Orange seguramente les vendrá de maravilla que Movistar haya tirado fibra donde vivo. A los ciudadanos que viven en la urbanización contigua a la mía, a la que no llegó la red por escasos días tras el anuncio de Movistar informando de que cesaban su expansión, les han hecho un flaco favor. Ya no tienen fibra de una Movistar que buscaba expandir su negocio con una política de precios agresiva (o sea, positiva para el consumidor y negativa para sus competidores). Ya no tendrán fibra de nadie: ni de Movistar ni de Jazztel ni de Orange. Dónde están ahora las políticas de universalidad de los servicios de interés económico general, concretamente, de las telecomunicaciones, cuestión «garantizada» por el Estado. Como la Sanidad, la Educación y un pisito en Alcobendas… De qué se queja si usted tiene ADSL, un servicio básico. Quédese, señor cliente, con una tecnología en la que nadie va a invertir más. Aguántese, oiga, a una velocidad de risa, que lo básico se lo ha garantizado el Estado. Cállese y meta su votito en la urna. O sea que tenemos lo opuesto a lo que se dice defender con esta legislación: menos red disponible (menos «cantidad») y a mayor precio (nos clavan una subida buena).
Otro caso sangrante que también he vivido en mis carnes y del que me zafé, del mismo modo, por escasos días es el de la compañía 23andme. Esta es una compañía biotecnológica instalada en Silicon Valley, donde la próxima ola de innovaciones (si les dejan, que lo dudo) se centrará, por simplificarlo, en el área de la salud, entre otros. Fíjense en que cuando visitamos un médico muchas veces es con medio pie, uno o dos por delante. Nos da una pereza máxima, tenemos que hacer frente a interminables colas, no queremos ser alarmistas, ni con el médico ni con nosotros mismos (preferimos que pase el malestar por sí solo antes de tomar alguna determinación). Además, es complicado el diálogo con el médico, quien se lo tiene un poco subidito (parecen pilotos, pero al menos a estos últimos no tenemos que tratarlos personalmente), se trata de una pequeña castita endogámica encerrada en su cortijo. Lo dicho, da pereza por varios motivos y, cuando vamos, a veces el momento es fatal.
Una de las grandezas de las innovaciones históricamente ha sido el “hágalo usted mismo”. Observen que pasamos de sectores con enormes redes de distribución o producción a eso, al “hágalo usted mismo”. Sé que el término “libertad”, como lo entiende un liberal, no es éste del que estoy hablando aquí. Pero no vean cómo de “libre” me siento cuando disfruto de una innovación que me da autonomía personal y productividad alta (o sea, ahorro de tiempo y opciones inimaginables) con la única aportación personal de pagar una pequeñísima fracción del valor que en realidad me está aportando ese bien o servicio. El libre mercado está lleno de externalidades… positivas. Cuánto hemos heredado por el hecho de nacer a finales del siglo XX en España (en lo bueno y lo malo).
El coche frente al ferrocarril es reflejo de este fenómeno. El ordenador personal frente a los mainframes es eso mismo. WordPress frente a compañías de desarrollo de páginas web es eso. Una impresora frente a la adquisición de material de imprenta en una copistería es eso. La impresora 3D ni les digo. La reciente batería de Musk (Tesla) para electricidad autónoma en hogares o fábricas, otro tanto. Las unidades energéticas (generadores) solares en África para lugares recónditos, alejados de las grandes redes (casi cualquier sitio) es otro ejemplo. El sistema financiero entrando en África a través de sus teléfonos móviles refleja esta tendencia. Internet como red personal que sustituye de alguna manera a las redes físicas también es eso: con tecnologías como Skype, el correo electrónico, la educación online, los vídeos de youtube, el cine en casa, etc., ya no tenemos que viajar físicamente para muchos servicios, no siendo necesario usar esas grandes redes de transporte. Los drones servirán para muchas necesidades de transporte de carácter incluso personal o de pequeñas instituciones. Amazon web services y sus servidores y aplicaciones de consumo escalable para pequeñas empresas o proyectos personales también es eso. Un bloguero financiero exitoso frente al Financial Times con todo su poder de marca. La publicación de libros en servicios online (tipo amazon) en cuatro pasos es otra vía más que compite con las grandes editoriales. Convertirse en alguien mediático con una cámara y una conexión a internet frente a los círculos cerrados del “artisteo” es otro mecanismo emancipador. El aprendizaje en casa, reforzado por una base de datos gratuita y universal de conocimiento a golpe de click, es, de nuevo, eso. La educación online frente a la tradicional nos deja otro caso. Google frente a una biblioteca también es eso. ¿Somos conscientes de la ingente cantidad de posibilidades que da todo esto a gente de muy distinto pelaje y condición social? Una bendición caída del cielo.
Vamos hacia compañías exitosas que sí gozan de grandes economías de escala con las que pueden mover un gran volumen de mercancías o servicios gracias a que la globalización hace llegar esos productos o servicios a mucha más gente. De esta manera, pueden rentabilizar planes de expansión con venta unitaria de bienes a precios ínfimos. Las fronteras nos sobran, sobre todo por esto. Las economías de escala son las más de las veces una bendición para las personas con menos recursos. Sí, aunque sólo haya una o pocas empresas, como en el caso de WalMart, Ikea o Google.
Lo verdaderamente peligroso es cuando el gobierno privilegia a grandes compañías o sectores, impidiendo así la entrada de competidores y el surgimiento de innovaciones que desplacen tecnologías obsoletas. Eso es lo que hace el Estado cuando interviene las telefónicas, las redes eléctricas y demás. Al limitar la entrada y fijar el estándar tecnológico, ningún inventor o empresario puede asomar con una nueva idea que eche abajo toda esa red de distribución, convirtiéndola en inservible de la noche a la mañana, como sí vemos está sucediendo en los ámbitos de la economía anteriormente descritos (la televisión por internet frente a la tradicional sería otro caso de David contra Goliath). Gracias a la protección del sector, sólo entra quien cumpla unos requisitos legales y lo haga bajo unos cánones tecnológicos. Y quién puede hacer eso: quien ya está ahí…
Pero también, y no se olvide nunca esto, el Estado genera estas mismas distorsiones en la educación, la salud, las pensiones, etc. Paraliza el curso de la historia en esos sectores al establecer unas reglas del juego fijas que sólo pueden cumplir las empresas ya establecidas y dominantes en el sector (en este caso, ellos mismos). A ver quién es el David que se enfrenta contra un Goliath protegido por un gigante aún más grande: el Estado. Francamente, imposible. A ver quién es el padre que no escolariza a su hijo y le enseña en casa o el empresario que anima a los padres a que se inscriban en su programa educativo infringiendo la ley. Pocos, la verdad.
A 23andme le ha sucedido algo así. Con la FDA hemos topado. Se ha topado con un gigante que monopoliza el poder y la economía de la salud en EEUU. Esta compañía lanzó un servicio de estudio genético individual desarrollando una prueba de mapeo de genoma “directa al consumidor” (se envía por correo una muestra de saliva en un tubito) que fue reconocida como la invención del año 2008. Además, abarató el precio de venta al público hasta 100 dólares más gastos de envío, cuando previamente las compañías ofrecían esta opción por miles de dólares (ellos empezaron por 1000 dólares en 2007). Este servicio incluía tres niveles de información al cliente: de salud, de antepasados (genealógica), de origen geográfico. En cuanto a la salud, se apoyaban en continuos estudios genéticos para determinar si ciertos genes se encontraban en mayor proporción en personas que habían desarrollado algún tipo de dolencia o tenían algún rasgo genético (por ejemplo, ser calvo). Por lo demás, te buscan parientes entre su base de datos de clientes y analizan tu origen geográfico (sefardí, ibérico, norte de Europa, norte África, etc.). Su expectativa para justificar ese pequeño precio único (sólo se paga una vez) y que mantuvieran siempre actualizados los resultados de salud con las últimas investigaciones genéticas, como venimos diciendo, residía en aprovechar la creciente escala. Vender tubos como churros, vaya. A todo el mundo, como fue mi caso al adquirirlo desde España. Su principal reclamo comercial era sin duda la parte del estudio de enfermedades. Un mes después de enviar mi muestra, allá por noviembre de 2013, llega un email a mi buzón de entrada indicando que la FDA les prohíbe con efecto inmediato aportar cualquier información de salud a sus nuevos clientes. Yo entré por unos quince días, aunque ya no recibo ningún tipo de actualización.
Y esto, por qué: ¿para beneficiar al consumidor, al productor o a ambos? El gran productor del sector es la Sanidad pública, que no quiere competencia que pueda hacer percibir a los usuarios su falta de flexibilidad, su anquilosamiento, obsolescencia y estancamiento. Caramba, y menos si ofrecen servicios así de novedosos a ese precio: 99 dólares con información actualizándose de por vida. Como este argumento iba a tener poco predicamento entre el público, lo tuvieron que torcer para hacer ver que protegían al “consumidor”, aunque sea justo lo contrario: ni quieren competencia a bajo coste ni libertad de elección para consumidores. La FDA adujo que esta compañía daba información sobre “estados de salud”, “riesgos sanitarios” y “primeros pasos para la prevención” sin el correspondiente Consejo genético. El comité de sabios no podía faltar. Los consumidores iban a ser engañados por su incapacidad de interpretar información de tipo médico. En el fondo, temían lo que también apuntaron: al no saberlo interpretar, podrían tomar medidas innecesarias por enfermedades que podrían no padecer, como cáncer o problemas coronarios. Vamos, que acudirían en masa al médico exigiendo pruebas específicas. Y no hay Sanidad pública que soporte visitas indeseadas. Siempre es mejor venir con los dos pies por delante.
Lo hacen por nuestro bien, como siempre. Pero esto genera unos perjuicios inmensurables. El problema de la regulación es que sus efectos “no se ven”. Si robo a “A” 100 para dárselos a “B”, el efecto es inmediato. Si impido que 23andme y otras compañías biotecnológicas sigan innovando porque capo el sector de raíz, los efectos nunca serán vistos. Esta es una de las formas más siniestras a través de las que el Estado invade la economía. Ya no surgirán competidores que rompan radicalmente con los sistemas de salud actuales por medio de soluciones para “todos los bolsillos” e innovaciones disruptivas de grandísimo valor, pues se les cierra el mercado automáticamente. Dónde queda, tras injerencias así, la siguiente ola de innovaciones en el área de la biotecnología, nanotecnología, o incluso la energía. Pero lo peor no es necesariamente que las nuevas generaciones no puedan aplicar su ingenio a nuevas áreas de conocimiento y tengan que aguantarse con seguir evolucionando el siguiente gadget de alguna empresa líder. Lo peor es que, como resultado de ello, el campo de la salud ya no puede llevar una evolución pareja a la de las tecnologías de la información: nos alejamos del “hágalo usted mismo”. Ya no podrá el usuario (que no paciente en ese caso) evitar acudir a esta red elefantiásica de hospitales centrales, rígidos y mastodónticos con medio, uno o los dos pies por delante. Ya no podrá realizarse usted cuantas pruebas preventivas pueda desde su hogar. Ya no podrá usted acudir al servicio por las mañanas y recibir los resultados de un análisis de orina diario que le alerte de cualquier anomalía. Lo mismo con análisis de sangre, tensión, etc. Ya no podrá hacerse usted pruebas en casa con pequeños aparatos o enviando los resultados por transporte privado o por internet. No podrá acomodar sus factores ambientales a sus predisposiciones genéticas porque no dispone de estas informaciones.
Y no dispondrá de todo esto porque a nadie le compensará investigar sobre el asunto. Será un conocimiento no explorado, no creado. No habrá complementariedades ni sinergias entre los conocimientos generados incipientemente por los investigadores y empresarios en el área de la salud, creando tras la lógica evolución del sector una explosión de conocimiento, innovaciones, productos y servicios que puede cambiar el mundo (como nos ha pasado con todo lo relacionado con la informática). Esto nunca existirá porque, simplemente, no puede existir. No se permite. O si finalmente existe, será porque se haga originado en países menos desarrollados e intervenidos, o porque a los Estados de los gobiernos occidentales les compense en un determinado momento ceder en alguna parte. El poder sólo está en sus manos y va dejando claras sus intenciones.
¿Ustedes pueden imaginar el precedente que esta regulación sobre esta compañía está haciendo para el bienestar futuro de millones de personas? Hablamos de algo básico, la salud, el diagnóstico, la prevención. Hablamos de impedir investigaciones atomizadas de muchas pequeñas empresas que pueden dar lugar a un conocimiento inmenso y clave para la longevidad y el bienestar humanos. Esto ya no se trata de un despropósito, como comencé en este texto, se trata de un atentado inmediato contra muchas vidas.
2 Comentarios
No se puede beneficiar a un
No se puede beneficiar a un sujeto sin perjudicar a otro. Es ése punto equilibrado en el que ninguno de los agentes afectados puede mejorar su situación sin reducir la de cualquier otro agente. Esto viene de lejos. De hecho aparece a finales del siglo XIX. Ahora veamos el asunto a la contra: Perjudiquemos a un sujeto para beneficiar a otro u otros. Suele pasar, supone siempre un tremendo freno al desarrollo en cualquier campo tecnológico, en economías intervenidas.
perfecta exposición. Es
perfecta exposición. Es incalculable el daño que las regulaciones causan por ser invisible el coste de oportunidad que generan. Cuando aciertas a imaginar el diferencial en calidad de vida que la humanidad pierde por renunciar a avances en todos los campos del conocimiento por proteger los privilegios de unos pocos no puedes dejar de enervarte. Cuando vives rodeado de personas que son incapaces de ver esta evidencia y que se niegan a aceptarla por comodidad, la frustración es enorme. Afortunadamente, existen espacios como éste para paliar esta angustia vital;-)