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Cuerpos perfectos, por ley

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A la mayoría de nosotros nos gusta estar contentos con nuestros propios cuerpos. Hay quien hace dietas o recurre al ejercicio y hay quien no hace nada de lo anterior y vive aceptablemente satisfecho con lo que tiene. Por otra parte, nuestro cuerpo perfecto no tiene que responder a los cánones de belleza que en ese momento estén de moda. Hay gente que disfruta de su obesidad tanto como otros de su delgadez sin que ambas se perciban ni sean patologías.

Los cánones de belleza van y vienen como las modas textiles o artísticas. Sólo hay que comparar a divas del cine como Ava Gardner o Marilyn Monroe con las actuales Keira Knightley o Cameron Díaz para descubrir apreciables diferencias, lo mismo que si comparamos a los forzudos de las películas de Maciste con los cuerpos tableteados que dominan el canon de belleza masculino actual. En medio siglo, la estética ha experimentado un cambio que ya la quisieran para su causa los partidarios del calentamiento global.

La salud pública, los cuerpos perfectos, ha sido una preocupación de todo sistema político totalitario. Con el auge del cine, los regímenes nazi y soviético nos inundaron con películas que demostraban la buena forma física del nuevo hombre, ciudadanos ejemplares que eran capaces de ganar cualquier competición deportiva internacional en la que participaban, ciudadanos ejemplares que algunas veces veían como una raza inferior o una clase decadente terminaba por hacerles morder el polvo en la pista. Un cuerpo perfecto era el reflejo de una sociedad perfecta y por ello destinaban (y destinan) una importante cantidad de recursos a formar a estos deportistas. Esta identificación se realiza incluso en las actuales democracias occidentales cuyos gobiernos acaparan los triunfos deportivos como propios si el deporte es lo suficientemente popular.

De un tiempo a esta parte, la salud pública, los cuerpos perfectos se están convirtiendo en una prioridad para el Gobierno español. Hace unas semanas la ministra de Sanidad Trinidad Jiménez nos obsequiaba con un proyecto coordinado con las Comunidades Autónomas que pretende limitar/prohibir la venta de refrescos, chucherías y bollería industrial en el interior de colegios e institutos. Rápidamente la polémica se ha trasladado a la calle. ¿Son o no son buenos estos alimentos? ¿Contribuyen a un aumento de ciertas patologías como la obesidad y las enfermedades que en ella tienen su origen?

El problema radica no en estas preguntas que por sí mismas son importantes sino en que una vez más los poderes públicos, las instituciones que forman el Estado, se inmiscuyen en temas que debían ser resueltos por las familias y, en este caso, las instituciones escolares, que son las implicadas. Si tan horribles son estas “bombas de relojería metabólica”, que en la siguiente reunión los padres planteen a la dirección del instituto que se limiten o prohíban y ésta considerará su desaparición o sustitución por otros alimentos más saludables.

Hemos llegado a un punto en que las iniciativas que regulan la vida pública surgen desde las instituciones estatales hacia la sociedad y no al revés. El ciudadano ha perdido la dinamismo, la capacidad de dirigir su propia vida, la posibilidad de equivocarse y corregir o la de acertar. La preocupación por una salud aceptable es algo que, dentro de nuestra responsabilidad, debería surgir de nosotros mismos, pero la hemos terminado delegando. Y esto es paradójico cuando hoy por hoy los alimentos-medicina, las dietas saludables, las medicinas místico-orientales o los productos milagro inundan nuestras radios y televisores. Somos capaces de gastarnos una millonada en productos llenos de calcio que seguramente no digerimos o de vitaminas que en el mejor de los casos terminan saliendo tal como han entrado y parece que no nos preocupamos o no controlamos lo que comen nuestros hijos.

El Estado del Bienestar nos ha convertido en irresponsables. No debemos cuidar de nuestra salud, no debemos dar importancia a nuestra sexualidad, no debemos controlar las materias que estudian nuestros hijos, no debemos ahorrar para asegurar un futuro económicamente estable, no debemos preocuparnos por los periodos de carestía, no debemos hacer nada pues alguien vendrá a solucionarlo, aunque luego sea imposible. Para ello sólo hay que cumplir unas cuantas leyes, unas cuantas normas que surgen de las iluminadas mentes de nuestros comisarios políticos. Los cuerpos perfectos hay que trabajárselos desde jovencitos, por ley, que la Sanidad Pública tiene ya demasiados gastos como para que un mocoso o un vejete al borde de la muerte, pero que se niega a dejar este mundo, vengan a aumentarlos. Y es que somos unos egoístas.

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