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Culto de Estado

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La forma tradicional de relación Iglesia-Estado a lo largo de los siglos ha sido la nula separación entre Iglesia y Estado. Cuando decimos Iglesia, no queremos decir necesariamente la Iglesia Católica, sino que nos referimos al poder religioso visto de forma genérica. Así, desde el antiguo Egipto de los faraones, éstos eran los sumos sacerdotes, únicos capaces de relacionarse con los dioses.

No ha habido civilización en la que el poder religioso se entremezclara con el poder civil, hasta el punto de convertirse recurrentemente en difícil de discernir dónde terminaba uno y empezaba el otro. Piénsese en la civilización, imperio o Estado cualquiera y veremos junto al soberano algún tipo de sacerdote, chamán o como se le quiera llamar con enorme influencia sobre el devenir de dicha sociedad.

La religión actual

Evidentemente, nuestra época no iba a ser menos. Desde la Ilustración, parece que esta separación se ha ido acrecentando. Es más, el Estado parece haber asumido funciones que, en otros tiempos, quedaban reservadas para las iglesias. El Estado del Bienestar es un buen ejemplo. El poder civil, cada vez en mayor medida, ha copiado la asistencia social, la educación o los servicios sanitarios desde hace tres siglos. Antes los habían provisto las organizaciones religiosas durante siglos en el mundo occidental.

Pues bien, en la época actual ha surgido un tipo de culto abrazado por los Estados que no admite disidencia. Nos referimos el feminismo. Fuera de la religión única del Estado, no cabe salvación alguna. Aunque más que religión, habría que llamarlo secta. De hecho, esto se compara injustamente con La Inquisición. Pero esto va más lejos. La Inquisición no tenía poder para juzgar a los no cristianos. Mientras, el feminismo actual, encumbrado por el poder político, tiene potestad para negar la vida civil a cualquier persona que ose oponerse. Y si no, que se lo diga a Alfonso Pérez.

Un jugador metido a economista

Alfonso Pérez ha sido un jugador profesional de fútbol, que ha militado en los dos grandes de nuestra liga, el Real Madrid y el F.C. Barcelona, así como en el Real Betis, el club donde desarrolló sus mejores temporadas. De hecho, fue jugador de la selección absoluta durante la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos en el año 2000. Clasificó a España para cuartos de final tras un agónico gol frente a Yugoslavia. Sus éxitos deportivos le valieron que su localidad natal, Getafe, cambiara el nombre de su estadio para denominarlo Coliseum Alfonso Pérez en su honor.

Pero las bondades de Alfonso Pérez en el terreno de juego se vieron truncadas tras atreverse a blasfemar contra la fe única y verdadera. En una entrevista en El Mundo, el jugador se atrevió a decir que el pasto es verde o que el cielo es azul, pero en versión futbolística: las jugadoras no pueden ganar lo mismo que los hombres por la sencilla razón de que no generan lo mismo. No es difícil de entender: La Liga ha vendido los derechos de la liga femenina por 7 millones (aunque la CNMV dice que ha sido ilegalmente), mientras que la liga masculina ha hecho lo propio por 4.950 millones por cinco temporadas. Del coste de las entradas o las camisetas ni hablamos. Y eso que el gobierno socialista les ha regalado 36 millones de euros del dinero de los que madrugamos para intentar igualar un poco el asunto.

Pues bien, la reacción del ayuntamiento de Getafe, gobernado por los socialistas desde que el mundo es mundo, ha sido fulminante. En dos días se reunieron el club y la administración para acordar cambiar el nombre del estadio de tan indolente hereje por semejantes declaraciones machistas.

La ciencia económica y sus verdades

La pregunta que surge a continuación es si continuarán cerrando facultades de economía, cancelando a cualquier economista o sujeto pensante que se atreva a decir la obviedad más palpable. Esto es, en el mercado, cada factor productivo tiende a recibir una remuneración en función de su aportación al proceso de mercado. Ronaldo, Messi o el jugador de primer nivel que nos imaginemos no han ganado millones durante sus carreras “por darle patadas a un balón”, sino porque millones de personas hemos pagado entradas, camisetas o suscripciones televisivas para verlos hacer precisamente eso.

Luego estarán las mentes pensantes que nos tacharán de cavernícolas o de seres indolentes por gastarnos nuestro dinero en eventos deportivos de los que hemos disfrutado (unos días más que otros). Cuando, en realidad, lo que se esconde es una envidia galopante: hay personas que son capaces de generar unos ingresos que la mayoría de los mortales no seríamos capaces de alcanzar ni aunque naciéramos varias veces.

Supliquemos para que los libros y artículos que llenan las bibliotecas de las facultades de economía no ardan en una pira en nombre del dios (perdón, diosa) del feminismo. Que YouTube no borre las conferencias donde se alcance semejante conclusión tan ignominiosa. O que los economistas que hemos llegado a esa conclusión no seamos quedamos en la pira funeraria civil.

Ver también

Irene Montero contra el deporte femenino. (Daniel Rodríguez Herrera).

Liberalismo y feminismo. (Ignacio Moncada).

Murray Rothbard sobre el feminismo. (José Carlos Rodríguez).

La incoherencia liberticida del feminismo radical. (Juan Morillo).

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