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De cortes, parlamentos, ciudades-estado y pólvora

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Frente a los que piensan en la Edad Media como una época oscura dominada por la teología, la intransigencia, la servidumbre y la violencia, hay otros que pensamos en ella como la época donde se empezaron a desarrollar algunas de las instituciones que disfrutamos (o padecemos) hoy en día. Sin los desarrollos filosóficos y políticos que se produjeron durante estos siglos, muchas de las instituciones políticas y económicas de la actualidad serían muy distintas. La base de estas instituciones es la propiedad privada. Allá donde se desarrolló lenta y progresivamente el respeto hacia los individuos y sus propiedades, la población terminó alcanzando una serie de derechos y sistemas políticos que permitían la defensa de su libertad. Por el contrario, en aquellos sitios en los que esto no se desarrolló o tuvo más barreras, este respeto se vio socavado y los regímenes totalitarios tuvieron menos dificultades para florecer.

Durante la época medieval, el feudalismo imperó aceptado por una gran mayoría de la población. Sin embargo, frente las monarquías se opusieron una serie de contrapoderes que fueron limitando su poder. La supeditación del siervo al noble y de éste al rey fue la base de la sociedad feudal, pero esta jerarquía no implicaba necesariamente sumisión y, para controlar los desmanes de la corona, para evitar un rey demasiado poderoso, sobre todo cuando quería extender su influencia a base de guerras y requisas, surgieron una serie de asambleas que lo limitaban.

Las cortes, dietas y parlamentos de nobles y otras personas influyentes surgieron en Europa y su objetivo fue impedir que las posesiones y riquezas de sus componentes fuesen apropiadas por el rey para su propio interés. Las asambleas limitaban tanto su capacidad de poner impuestos como sus aventuras bélicas y daban su visto bueno en caso de sucesión, socavando así la propia esencia del feudalismo.

La principal razón para pertenecer a estas asambleas era, por tanto, la de la propiedad y durante muchos siglos también fue razón para poder ejercer el derecho a voto. Es cierto que, en ese momento, unos pocos eran los propietarios de la tierra, pero estas instituciones iniciaron un proceso que, a través de siglos, desembocó en nuestras instituciones. Cuantos más propietarios de la tierra había, más poderosas eran y más gente podía impedir estos abusos. Pronto, cortes y parlamentos empezaron no sólo a vigilar el poder regio, sino también que la ley se cumpliera. En los desarrollos más exitosos, el rey era un igual entre los nobles y su poder dependía de que el resto lo aceptara.

Otra institución que sirvió como contrapoder a la corona fue el resurgimiento de las ciudades-estado y su esfera de influencia. Dos fueron, desde mi punto de vista, las razones de este éxito. A diferencia de los feudos, donde la propiedad de la tierra era el principal activo, en las ciudades-estado lo fue la acumulación de mercancías y de capital. Las ciudades-estado ayudaron a crear el actual sistema financiero y a hacer más importante el concepto de propiedad sobre las cosas y los inmuebles. Las ciudades-estado favorecieron el comercio y el intercambio de mercancías al no ser autosuficientes, y permitieron el incremento de las manufacturas y la industria.

La segunda razón fue la asignación de libertades políticas a los que en ella habitaban, o a una gran mayoría de los que en ella habitaban, lo que les independizaba de los monarcas y les confería una serie de ventajas sobre los siervos. Las ciudades medievales tenían capacidad para autogobernarse, eran capaces de controlar sus propios impuestos y de rechazar los de la corona, controlaban los mercados que se celebraban en su interior, y sus habitantes tenían todos o algunos de estos derechos: estaban exentos de sus obligaciones feudales, podían enajenar propiedades, dejarlas en testamento, podían desplazarse, ser juzgados por magistrados urbanos, debían tener un proceso justo (según los cánones de la época), eran protegidos contra arrestos arbitrarios y podían no tener que realizar servicios obligatorios. Estos derechos y libertades permitieron en Occidente el desarrollo del comercio y de la industria, lo que hizo que tomara ciertas ventajas sobre otros lugares del mundo.

La monarquía, por tanto, tenía dos fuertes contrapoderes: las ciudades estado, que generaban derechos y libertades para sus ciudadanos, y las cortes, dietas y parlamentos que defendían los derechos de unos pocos (aunque cada vez más), ligando estos derechos a la posesión de la tierra. Este último punto fue muy importante, ya que en aquellos lugares donde se creó una floreciente clase media propietaria, las cortes y parlamentos tenían mucha más probabilidad de resistir a la Monarquía-Estado que empezó a tener fuerza a partir del Renacimiento.

Un factor que ayudó a que este equilibrio se deslizara progresivamente hacia la Monarquía-Estado fue el uso de la pólvora en las artes de la guerra. Cuando un rey o un noble querían eliminar una ciudad que le era molesta, debían organizar una costosa guerra, bien a través de la alianza con otros nobles, bien mediante un gasto excesivo que podía generar revueltas si la presión fiscal era excesiva. Los gastos bélicos son elevados y sus resultados impredecibles, por lo que no siempre se iniciaban estas aventuras inciertas. Los muros y defensas de las ciudades-estado, así como la riqueza que generaban eran a menudo suficientes para salvarles de la rapiña y extender su influencia. Tales fueron los casos de Venecia o Génova.

La llegada de la artillería a base de pólvora hizo más vulnerables los muros de las ciudades y la progresiva aparición de los ejércitos permanentes, ligados al surgimiento de las entidades de carácter nacional y al ideal de patria. Asimismo, permitió a los monarcas y al Estado tener mucho más poder bélico y confiscatorio para combatir estos contrapoderes. Aunque la pólvora era un invento chino, este país no había sacado el potencial que tenía para la guerra. Fue cuando llegó a Occidente cuando las ideas y la empresarialidad permitieron sacar de ella todo su potencial, tanto el agresivo como el constructivo.

El desarrollo de la artillería obligó a las monarquías a invertir más en poderosos cañones y técnicos que pudieran construirlos y manejarlos. Sin embargo, fue la necesidad de crear nuevas y más costosas defensas en las ciudades lo que disparó los gastos bélicos. Las altas, pero no excesivamente costosas murallas, fueron sustituidas por defensas más bajas, sólidas, profundas y costosas, dotadas a su vez de numerosos cañones.

Otro efecto importante de la pólvora fue el desarrollo de armas de fuego individuales. Su adopción, primero del arcabuz y posteriormente del mosquete, redujo el papel del caballero en el campo de batalla. Un granjero con unos pocos meses, incluso semanas o días de entrenamiento, podía abatir sin problemas a las masas de caballería feudal: el pobre abatía al rico. A diferencia del principio de la época medieval, cuando la figura del caballero y la caballería era determinante y esencial en la práctica guerrera, las armas de fuego "democratizaron" el ejército, "igualando" a los contendientes y separando su práctica del estatus social, con lo que cualquier persona podía aprender y pasar a formar parte de un ejército. El desarrollo de la industria permitió que la fabricación de las armas de fuego fuera mucho más sencilla que en momentos anteriores.

Otro efecto de la aparición de la pólvora en los campos de batalla, adverso para las élites, fue el incremento de los costes de la guerra. El fin del dominio del caballero en los campos de batalla concedió a la monarquía una inicial independencia de los nobles, pero también obligó al monarca a gastar cada vez más dinero en ejércitos más numerosos, armados con mosquetes y artillería. Necesitaba más impuestos y la independencia de los nobles fue sustituida por la dependencia de asambleas y ciudades-estado que debían concederlos y aprobarlos, obligando a los monarcas a concederles derechos y beneficios para poder así costear sus guerras, que empezaron a enfocarse hacia el exterior, acabando parcialmente con la violencia generalizada que se vivió durante la Edad Media.

El final de la Edad Media supone un incremento en el papel del Estado a través de la creación de las monarquías absolutas, de los idearios ligados a una nación delimitada territorialmente y de la progresiva desaparición de las relaciones personales entre vasallos, nobles y monarcas. Sin embargo, en Occidente el proceso había durado lo suficiente para que los ideales sobre los que se fundan las sociedades libres se hicieran fuertes.

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