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De la «ilusión fiscal» a la «ilusión de deuda pública»

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La crisis de deuda que azotaba España en 2008 se circunscribía al ámbito privado hasta que el Gobierno extendió aún más sus tentáculos en la economía y se dio de bruces con la realidad del colapso productivo y recaudatorio (fiscal). Durante el auge económico, fue la "ilusión fiscal" la que permitió al Estado crecer y crecer. Mientras, en los inicios de la recesión, la "ilusión de la deuda pública" propició que gozara de margen para aumentar su tamaño y poder, creando nuevas bolsas de receptores netos de transferencias públicas. Téngase presente que tanto en las crisis nacionales (económicas o de otra índole) como en épocas de esplendor económico, el Estado tiende a incrementar su poder (si no se ponen frenos constitucionales muy rígidos –a lo Buchanan y, muy a menudo, de poco sirven…– o medidas de parecido cariz que inmunicen a la población contra la palabrería populista). El Estado crece siempre que puede… y le dejan.

La "ilusión de la deuda pública" (debt illusion) hace referencia al hecho de que los contribuyentes no son conscientes del coste impositivo que tendrá un incremento del gasto público de aquellas Administraciones Públicas que recurren a nuevas emisiones de deuda pública o a créditos con entidades financieras. Si, en lugar de ello, este nuevo gasto se financiara con cargo a consiguientes subidas impositivas, los bolsillos del contribuyente se verían perjudicados ipso facto, siendo conocedores de los efectos fiscales de manera inmediata. Este no es el caso cuando de emisión de deuda pública se trata.

La práctica de emitir deuda pública es tolerable durante un tiempo, en buena medida, gracias a que, al quedar diferido el pago, el contribuyente desconoce muchos factores asociados a las emisiones:

  • Cuándo se pagará: es práctica habitual la refinanciación (emitir nueva deuda para pagar la deuda pública que va venciendo) si no hay Presupuesto para atender al pago.
  • En qué cuantía final: Si hay refinanciaciones, la coyuntura económica y el plazo influirán en los costes financieros (tipos de interés). Léanse las famosas primas de riesgo.
  • Cómo se pagará: Hace referencia a qué configuración del sistema tributario estará en vigor en cada momento. Por ejemplo, si en un momento histórico la tributación recaerá más sobre el consumo; cuáles son los tipos marginales del IRPF y qué tramos hay, etc.
  • Quién lo hará: Estas promesas de pago diferido recaerán a menudo en gente sin derecho a voto (jóvenes) o que ni siquiera ha nacido. Además, cada agente desconoce qué situación personal y económica tendrá cuando llegue el momento de pagar.

La ignorancia sobre el proceso gubernamental, presupuestario o la futura estructura fiscal por parte de las masas, e incluso de políticos y burócratas, es total. Por tanto, el grado de información de que dispone el ciudadano es insuficiente para calcular el valor descontado de la carga que soportará la economía en forma de subidas futuras de impuestos o generación de inflación.

De esta manera es como se logra incurrir en creciente deuda pública durante un lapso de tiempo más o menos continuado sin hacer saltar las alarmas en la población general. Sí lo hará en especialistas conocedores del peligro que la práctica sistemática conlleva, si bien se trata de profesionales con un impacto mínimo en la opinión pública. Más tarde, se apercibirán los mercados de deuda pública y la prensa especializada. Incluso en esos momentos, la alarma social estalla a consecuencia de las noticias sobre convulsiones en los mercados nacionales y mundiales de deuda pública y bursátiles, sobre los que, paradójicamente, se ciernen miradas inquisitoriales. Sólo es al final, cuando llegan los recortes de gasto –si es que llegan– y las subidas de impuestos de los gobiernos o las devaluaciones, cuando muchos núcleos de la población general empiezan a tomar conciencia de los abusos de las Administraciones en el pasado. Esto nos toca muy de cerca a los españoles.

Así pues, el manejo de la deuda pública, otra inspiración más del keynesianismo, pone en manos de la clase política una herramienta más con la que acrecentar su poder mientras la ciudadanía se sume en otro velo más de ignorancia.

A todo lo anterior se sumó la característica "burbuja de deuda pública" española, que facilitó que, hasta febrero de 2010, España tuviera carta blanca para endeudarse a espuertas: no sólo se sirvió la Administración de que partía de una salud financiera "sólo aparentemente" envidiable, sino que en torno a septiembre u octubre de 2008, dio comienzo esta burbuja de deuda coincidiendo con la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de ese mismo año, cuando se constataron las miserias del sector financiero, que dio muestras de una situación de grave insolvencia. Los ahorradores huyen de los bancos, pero también del sector productivo.

  • Se empieza a dudar de la capacidad de atender al pago de sus pasivos bancarios (depósitos) tras haberse endeudado cuantiosamente a corto plazo e invertido a largo plazo (en activos financieros ilíquidos y de elevado riesgo).
  • Del mismo modo, la sombra de la duda alcanza al sector productivo de la economía (son precisamente los bienes reales producidos por éste los que están respaldando la parte del activo bancario de dudoso cobro). El hundimiento del sector y del precio de estos bienes lleva a que haya fuertes caídas de las bolsas mundiales y el pesimismo sobre la duración y la intensidad de la crisis productiva se apodere de los inversores.
  • Por último, los primeros indicios del desplome de la burbuja de materias primas se vivieron en el verano de 2008, que pinchó definitivamente en las mismas fechas en que se arrancó la burbuja de deuda soberana.

Estos tres factores contribuyeron a la llegada al mercado de deuda pública de dinero caliente que huía de estos tres tipos de inversión, en esos momentos, en franca decadencia.

Este impulso, reforzado por la situación de partida del sector público español, que llegó a registrar superávits entre 2005 y 2007, posibilitó que las emisiones de deuda fueran recibidas con los brazos abiertos entre el público durante algo menos de dos años. Por consiguiente, se pudieron colocar a tipos de interés muy interesantes y en cuantías crecientes, debido a las bajas primas de riesgo.

En palabras de Nouriel Roubini (julio de 2010):

El desapalancamiento del sector privado apenas ha comenzado. Además, ahora hay un enorme reapalancamiento del sector público en las economías avanzadas, con enormes déficits presupuestarios y una acumulación de deuda pública impulsada por los estabilizadores automáticos, los estímulos fiscales anticíclicos keynesianos y los inmensos costos de la socialización de las pérdidas del sistema financiero.

De aquellos polvos…

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