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De la planificación central al mercado: China y Rusia

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La economía china plantea algunas cuestiones de extremo interés teórico, y también práctico. Su enorme tamaño y creciente influencia económica y geopolítica convierten el desempeño social y económico de China en un tema muy relevante a nivel global.

En primer lugar está la cuestión de cómo una economía totalmente arruinada por la planificación central pudo llevar a cabo una transición –al menos, relativamente, si la comparamos con Rusia u otros países excomunista–- exitosa hacia una especie de capitalismo.

Acerca de las causas de la divergencia entre las transiciones rusa y china, algunos apuntan a que en el primer caso tuvo lugar un proceso de reforma repentino y rupturista –la terapia del shock–, mientras que en el segundo se llevó a cabo un proceso de reforma gradual. Aunque esta tesis puede ser cierta –de hecho, sería complementaria a la siguiente–, otros estudiosos señalan al diferente modelo respecto a la descentralización versus centralización en el proceso de transición como variable explicativa clave.

Así, Rusia habría experimentado con un modelo centralizado desde arriba (top-down), acometiendo reformas ambiciosas en las instituciones formales (leyes, regulaciones, etc.), pero fallando en ajustar esas instituciones a lo prevaleciente en las normas culturales y sociales de la población. Unas normas que tras 70 años de experimento comunista, estaban totalmente desligadas a las normas esenciales de un sistema capitalista de libre mercado, como es la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. Además, la confianza entre unos y otros era muy reducida, lo que hace muy difícil la cooperación social beneficiosa.

El comunismo significó mucho más que la miseria económica y la muerte de millones de personas; también significó la erosión de los valores individuales y de responsabilidad, necesarios para el buen funcionamiento de una economía de mercado. Por ello, la transición rusa no solo requería de reformas como liberalizaciones de precios y privatizaciones –instituciones de jure–, sino también de cambios radicales en las actitudes sociales –de facto– de los individuos de a pie, de los políticos y de los grandes gestores-burócratas. Cambios que, por otra parte, no suelen ocurrir de la noche a la mañana.

En definitiva, Rusia en su proceso de transición habría experimentado importantes cambios en las instituciones formales, pero muy pocos en las informales.

En cambio, China habría seguido un proceso contrario: buena parte de las reformas habrían surgido descentralizadamente desde abajo (bottom-up), y el Gobierno no habría tenido más que permitir ese proceso, ajustando paulatinamente las instituciones formales a las nuevas circunstancias, o simplemente dejando hacer.

Este fenómeno se ilustra excelentemente en el inicio de un reciente artículo de la Hoover Institution, titulado How China Won and Russia Lost. En noviembre de 1978, algunos campesinos chinos, que veían cómo el sistema agrícola de tipo comunista les era gravemente perjudicial, decidieron secretamente dividir la tierra comunal entre varias familias individuales, para que éstas cultivaran la tierra de forma privada, y pudieran quedarse con el sobrante tras cumplir con las cuotas estatales. Tales comportamientos eran ilegales, e incurrían en graves riesgos.

Las acciones de estos valientes agricultores (verdaderos "buscadores" en la terminología de William Easterly en The White Man’s Burden) se extendieron a lo largo y ancho de los poblados de campesinos de China, en un proceso espontáneo de imitación de las estrategias más exitosas, llevadas a cabo por los agentes más intrépidos y perspicaces. Y así es cómo comenzó de forma auténtica el proceso de transición chino, según esta tesis: de forma descentralizada y espontánea.

Solo fue un mes después, concretamente en diciembre de 1978, cuando comenzó el proceso de reformas liberalizadoras y aperturistas formales, "la caída de la Muralla China". El timing no es en absoluto baladí.

Esta tesis sobre la divergencia entre estos dos caminos, defendida, por ejemplo, por Easterly en el mencionado libro, viene a confirmar varias cosas: la importancia que tiene la distinción entre instituciones formales de jure e informales de facto en el análisis institucional (enfatizada por la investigación del economista de la George Mason University Peter Boettke y su círculo); y los mejores resultados que proporcionan las soluciones descentralizadas, en las que se permite que la información y el conocimiento relevante y útil para la actividad económica, emerja de los individuos para ser usado de manera productiva. Cuestiones ambas sobre las que he tratado en otros artículos.

Por supuesto, la reforma china es incompleta, el proceso de reformas sigue abierto y persisten importantes dosis de represión económica –sin contar con la gravísima represión de las libertades civiles y otros aspectos–, gran cantidad de empresas públicas, un sector bancario nacionalizado, etc., además de cruciales retos y problemas graves como el medioambiental o la actual coyuntura . No seré yo quien defienda un excesivo optimismo sobre China en el corto plazo.

Pero lo que el caso chino puede enseñarnos es que avances en la libertad económica de los individuos pueden significar verdaderos y Grandes Saltos Adelante ; irónicamente, todo lo contrario de lo que intentó Mao bajo ese mismo nombre.  Una lección que ofrece algo de luz en un panorama económico global muy negativo. Y una lección que nos puede dar algunas esperanzas sobre el futuro de países extremadamente pobres como Haití.

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